lunes, 23 de diciembre de 2013

RESGUARDADOS

El Policía se burló. Tenía en el retén a un joven que decía que era sobrino del Señor, el jefe. El morro le dio la clave que sirve como salvoconducto, pero el comandante se plantó en su macho y seguía burlándose. Todos dicen lo mismo, le contestó. Soy gente de fulano, de mangano. Todos son pesados y se creen muy chingones y tienen parientes y amigos narcos.

Cuando por fin dejó que pasara con todo y armas, el joven le advirtió que volvería. Llegó a la fiesta en la que lo esperaban y les platicó a su clica. Vamos por él. Todos se levantaron como resortes y revisaron sus pertrechos. Cuando regresaron festejaron la putiza que le habían puesto. Se cagó el pinche comandante ese. Se pasó, se puso mamón el chota. Por eso los matan.

La fiesta siguió, el retén que estaba cerca fue retirado y ellos siguieron pisteando bucanas y Tecate roja. Cenaron venado y borrego, camarones rellenos, aguachile y pescado sarandeado. Bacanal en los paladares rudimentarios de capos y pistoleros. La golpiza seguía siendo parte del festejo, igual que los corridos y los buenos negocios.

Días después, la familia del joven que había sido retenido fue a la Feria Ganadera. En el palenque sonaba el acordeón, chicoteaba el tololoche y le pegaban una zumba las baquetas al parche de la tarola. Casi medianoche. Los bucanas hervían entre los asistentes y los hielos se derretían en la ansiosa espera.

En los accesos a la feria había una vigilancia estricta. Revisión corporal, grupos de cinco uniformados recorriendo los andenes. En las inmediaciones había policías de los grupos especiales con ese atuendo negro y lustrado de astronauta de película jolivudense. Detectores de metales, armamento moderno. Cuerpos de reacción inmediata.

Pero los guardaespaldas de la familia, esos no fueron molestados. Y mucho menos la familia. Cuando los polis los vieron inmediatamente se acercaron. Es gente pesada, gente del patrón, del Señor, del jefe. Avisaron a los comandantes y estos ordenaron que aplicaran anillos de seguridad alrededor para protegerlos.

Muy cerca un grupo compacto de agentes. A unos cuantos metros, polis vestidos de civil. Un poco más allá, los de élite. Los comandantes sabían que tenían que quedar bien: hacerse notar, reverenciar, besar las huellas y nadar en la estela olorosa generada al paso de esos que eran gente de alto nivel.

Los pistoleros que custodiaban a la familia se dieron cuenta. Lo comentaron a los patrones. Estos asintieron. Cuchichearon algo, sonrieron, movieron la cabeza en señal de aprobación. Miradas a los lados, atrás y adelante. Ya en el palenque, uno de los comandantes se apersonó: no se preocupen, están bien resguardados.

Era el mismo burlón del retén aquel.


No hay comentarios:

Publicar un comentario