domingo, 13 de octubre de 2013

… CUANDO CRUZAR LA FRONTERA SE CONVIERTE EN UN EPISODIO CHUSCO


Esto le pudo pasar a cualquiera, pero le sucedió a Ari Goldstein.

Un buen día, cruzó la frontera para buscar a su padre en la antigua periferia de Ciudad Juárez, en la colonia Independencia. El don lo esperó con los brazos abiertos, y con una buena cantidad de viandas y comidas mexicanas para su hijo solterón. En la fila del puente, la conversación los entretuvo imaginando el tiempo de calidad que compartirían en el depa del West Side de El Paso. Sin embargo, un amargo detalle les enturbió el inicio del fin de semana consanguíneo: un agente de Inmigración los envió directo a revisión.

utadora de los gendarmes y en medio de ese tipo de espera eterna en la que las pertenencias personales reposan en el parabrisas del carro. Los minutos fueron intensos que hicieron repensar la pertinencia del encuentro familiar.

Luego de una conversación civilizada y expiatoria, en la que Goldstein estuvo rodeado de perros, el policía cedió a la compasión, no sin antes soltar una advertencia: ‘Está bien por hoy, pero para la próxima no vuelva a cruzar a los Estados Unidos con mangos y aguacates con semilla. Esta vez se la paso porque el error fue de su padre. Deben saber que tenemos castigos para este tipo de cosas. Siga adelante’.

Historias del puente hay tantas como sorgo en el mundo. Algunas son tristes; otras disparatadas.

¿DÓNDE EMPEZAR?

Hubo una época no muy lejana en la que los relatos fronterizos no fueron muy felices. Una de las tantas: cuando se decidió que en pleno Halloween la gente no cruzara con las máscaras de sus disfraces, no vaya a ser que detrás del antifaz del Capitán América o del Santo se escondiera ‘El Chapo’ de Sinaloa o Edward Snowden.

Hay más cuentos en los que las indumentarias cobran gran importancia. Uno de ellos lo protagonizó Vanessa Delgado, una joven que se reparte entre sus estudios de psicología en El Paso y su afición por el baile del vientre entre los dos países.

‘Una vez iba de regreso de Juárez a El Paso’, comenta. ‘Venía de hacer un acto de bellydance y no me dio tiempo de cambiarme de atuendo. Cuando me vio el agente, se sacó de onda al verme vestida de esa manera y empezó de volado. Yo, atraída por su acento puertorriqueño, seguí el coqueteo. Intercambiamos números, y salimos como por tres meses, hasta que se enteró de una verdad inconfundible: que al ser mexicana yo no iba a ser una sirvienta abnegada. Él luego juró no volver a salir con una mexicana. Lástima, era un mono cuerísimo’.

Hay otros episodios en donde el agente puede ser más temido que de costumbre por una simple razón: ser familiar directo del detenido. Si aún no lo creen, entonces, será necesario dejar hablar a Karina Rocha, una bachiller de Trabajo Social: ‘De regreso de una pijamada en Juárez tuve la experiencia de ser chequeada por mi hermano, quien es agente de inmigración’, relata.

‘Mis amigas se sacaron de onda cuando vieron que un familiar me había detenido. Nos dejaron esperando horas y no nos decían nada. Mi hermano, para hacer las cosas peores, sólo volteaba para ver si yo seguía allí sin decir una palabra. Después de haber pasado por eso, reconozco que no me gusta cuando mi hermano está en el puente. Me da pánico y vergüenza. Siempre le pido a Dios que no me toque él cuando cruzo’.

CUESTIÓN DE AGENTES

Hay que ser claros: los agentes suelen ser los malos de la película. ¿A quién no lo han tratado mal de gratis? Bueno, para quienes aún estén sentidos con estos oficiales, ahí les va una historia que quizás les mejore el concepto. Las palabras son del joven paseño Luis Herrera:

‘Cruzamos con mi hermanito de 10 años, y mi mamá se dio cuenta de que no cargaba los papeles de él. Cuando el oficial se dio cuenta, se dispuso a sacarlo del carro y hacerle unas preguntas de cultura general para saber si el niño era estadounidense. Quiso saber cuál era la capital de este país, y mi hermanito la olvidó de puro nervio. El agente comenzó a reír y dijo: ¡Ay, niño, no pienses tanto!. Cuando hicieron lo mismo con la capital de Texas, el señor comentó: A lo mejor no te han enseñado eso. el hombre seguía riéndose de la educación e inteligencia, antes de volver: Deja, te doy una bien fácil, cántame el himno nacional. El muchachito se quedó quieto y preguntó: ¿Cómo empieza?. El agente agachó la cabeza y terminó por reconocer: Hijo, tienes que ser de aquí porque ningún niño de tu edad sabe nada. Mi hermanito se subió al carro, el oficial le devolvió todo a mi mamá y se despidió con estas palabras: Pase, señora, pero enséñele a su hijo un poco de nuestra nación o para la otra traiga sus papeles, por favor.

Para concluir esta parte, en la que los ciudadanos son los que cometen los errores, habrá que incluir la historia de Cristian Rodríguez. Él, otro joven que hace cosas de gente de su edad, alguna vez quiso volver a El Paso con su grupo de amigos. Sucedió lo que nadie esperaba, que fueran detenidos y el sistema se aferrara a mostrar que ese carro de un compañero había cruzado tres veces en el mismo día. Aunque el error fue del registro, les tocó revisión y les metieron un perro al vehículo. El animal se emocionó al olfatear uno de los asientos. Los policías supusieron lo peor, y Cristian comenzó a dudar de la honorabilidad de sus compadres. El carro fue pasado por rayos X, pero no se consiguió nada. No obstante, los agentes estaban seguros de que algo no olía bien en esa máquina y decidieron desmantelarla en la cara de todos. La razón no tenía rebate: los perros no se equivocan cuando meten su hocico.

Cuando procedieron a quitar ese asiento, Cristian esperó lo peor. Y esto vino con esos giros extraños que tiene la vida para atemorizar a sus fieles: ‘apareció una bola de papel aluminio’, relata el personaje. ‘Esta  cubría un burrito viejo que había sido olvidado entre los asientos’.

(El Diario de El Paso / Daniel Centeno/  2013-10-12 | 23:56)

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