Alejandro Sicairos
Antes de que el
Congreso del Estado quede desmantelado en aras de una ambición de poder sin
límites, los diputados panistas y priistas —en igualdad de sometimiento a su
amo, el gobernador Mario López Valdez— dieron otra señal de que la Sexagésima
Legislatura es la mayor aberración política que pueda ocurrirle a Sinaloa, al
aprobar otra deuda que tendrán que pagar los sinaloenses por 771 millones de
pesos.
La Cámara vuelve a
mostrar la exacta dimensión irresponsable de hombres de todos los partidos que
traicionan la encomienda social puesta en sus manos y todavía tendrán el
descaro de pedirles a los electores que los encumbren nuevamente en cargos de
elección popular.
Después del golpe
asestado el jueves 14 de marzo, es de preverse que más de la mitad de los
integrantes del Congreso solicite licencia para ir en busca de las candidaturas
a las 18 presidencias municipales. Insuficiente la curul para saciar la
avaricia desmedida de los parlamentarios, estos van voraces por la alcaldías en
un contexto donde los ciudadanos no eligen sino votan durante jornadas en las
cuales las prebendas acaban con cualquier posibilidad del sufragio emitido a
conciencia.
Lejos de avizorarse
rasgos de una justa democrática, lo que se ve venir es otra pelea en la jungla
llamada Sinaloa. Sin siquiera ruborizarse por las puñaladas asestadas a los
electores, los de los colmillos más largos y las garras más afiliadas se
impondrán por encima de la urgente civilidad y buena representación popular que
debe ser, inaplazablemente, el parto de las urnas. La misma estirpe demagógica
y alevosa de siempre se dispone a reñir por la misma carroña.
En la tierra del
todo perdido, los diputados han optado por convertirse en otro lastre para la
modernización política de Sinaloa. Se asumen como la clase eternamente elegible
y ociosamente feliz. Hombres pérfidos para una sociedad autista que requiere de
oportunistas en vez de líderes. Ahí están siempre, en el reparto del botín,
pero de ausencia cobarde cuando se trata de dar la cara por quienes los
empoderaron.
El atraso político
de Sinaloa es una cuestión que debiera avergonzarnos y desde ese bochorno mover
a las masas en una sublevación inteligente para detener a la insaciable
camarilla que tiene de rehén a la voluntad ciudadana. Bastaría una ley que
obligue a concluir con sus obligaciones a todo aquel que sea electo para un
cargo de representación popular para tener derecho a aspirar a otro.
El problema es que
no hay quién legisle en esta materia si los que tienen la obligación de hacerlo
son los principales impulsores de la anarquía. El dilema del atraso en la
mentalidad de las gavillas de poder y el urgente rediseño de la función pública
constituye al mismo tiempo una contradicción entre el modelo político de
avanzada que Sinaloa necesita y el esquema actual de cotos irrenunciables.
Luego viene lo más
trágico: sujetos que adoptan la representación social como un escudo de
impunidad prolongada y que van de puesto en puesto arrastrando la cauda de
pillerías, sospechas y cinismo exacerbado. Se apropian de diputaciones y
posiciones edilicias al saberlas garantía de arbitrariedad sin castigo; es la
forma vitalicia de medrar con el voto.
Como a todos los
sistemas de gobierno, a Sinaloa le falta el refresh politic que borre la idea
de monopolios de partidos, personajes u hordas que venden la representatividad
como baratija. Renuncian a los equilibrios y dejan de ser contrapesos porque
están seguros que con esta engañifa volverán a timar a sinaloenses muy
distantes de pretender que con el voto se logre una noción nueva de la
actividad pública.
Impensable por lo
pronto que ocurra aquí la transformación del actual esquema pendenciero de
asunción al poder y traición a la sociedad. En el desgobierno no mutan las
atrocidades. La aprobación de otro endeudamiento contraído por el gobierno de
Malova ratifica que a las fuerzas panistas y priistas, igualmente ávidas de
poder y convertidas en gorilas que saltan de liana en liana, solamente podrá
desalojarlas la fuerza social.
Por lo pronto, ahí
siguen atrincheradas en la desvergüenza, para saltar a la primera oportunidad a
otro edén de la política y la rapacería.
Re-verso
Desfachatez
excesiva, nunca tiene un buen fin: o serán ratas cautivas, o parte de la clase
ruin.
Chango marismeño
El chapulín mayor de
Sinaloa se llama Alejandro Higuera Osuna. Toma el encargo que le dan los votos
y a los meses lo suelta como si tirara un carraspeo. Político que abate todo
récord de gestiones a medias, hoy se alista para dejar por tercera vez la
Presidencia Municipal de Mazatlán y canjearla por una diputación local que le
servirá como trampolín para el 2016, cuando llegue el momento de buscar al
sucesor de Mario López Valdez. Pareciera que lo quieren mucho los mazatlecos
pero la verdad es que el llamado Diablo azul siempre está en campaña usando
todos los recursos públicos de que dispone. Y así perennemente vivirá de la
ubre presupuestal.
Salto al vacío
Si es que se anima a
pedir licencia, el que parece dar un salto al abismo sin red de protección es
Cenovio Ruiz Zazueta, porque la candidatura a la alcaldía de Culiacán ya está
amarrada tanto en el PRI como en el despacho de Malova para Sergio Torres (o
para Jesús Valdez que no se descarta).
(RIODOCE.COM.MX/ Alejandro Sicairos/marzo 17, 2013)
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