Rosendo Zavala
Saltillo.-
Traicionado por el fantasma de los celos, Alberto arremetió contra su mujer
pidiéndole una explicación de la realidad que advertía como absoluta, aunque
lejos de reconfortar su alma se enfrascó en la reyerta marital que provocó su
muerte.
Y es que decidida a
terminar con la violencia familiar que le había desgraciado la vida, Teresa
tomó el cuchillo que enterró en el corazón de su victimario dejándolo tirado en
un charco de sangre, acabando con un capítulo de terror que había marcado para
siempre su existir como esposa y madre de familia.
En cuestión de
minutos, la mujer que luchó por sus hijos para sacarlos adelante como afanadora
de una clínica se había convertido en asesina, tras cambiar la escoba del
sacrificio por el puñal “de la libertad”, que usó como instrumento de
sobrevivencia en un momento de peligro extremo.
Infierno conyugal
Desde que la
casualidad se atravesó en su camino con forma de hombre, Tere imaginó que sus
problemas existenciales terminarían y convencida de que el amor había tocado a
su puerta tomó una decisión, dando un giro importante a sus ilusiones que la
transformarían de niña en mujer.
Pero la familia que
había creado junto al franelero nació con el germen de la maldad, sin que nadie
pudiera advertirlo, porque el tiempo fue el encargado de dar un giro radical a
la relación que se murió con las constantes disputas que generaba la pareja por
la ausencia del dinero que nunca había en casa.
Al paso del tiempo,
el patriarca dejó de lado sus consideraciones para exigir a la fémina el
ingreso de recursos que pudieran mantenerlos en lo esencial, mientras las
sombras de la tragedia comenzaban a tomar forma en el ambiente que se enrarecía
al interior de la vivienda.
Y mientras los años
pasaban con el desencanto de un matrimonio fallido, Teresa seguía tallando los
pisos del sanatorio obsoleto, que pese a todo le brindaba el salario que con
presteza entregaba a la casa en bien de sus pequeños.
Sin embargo, la
avaricia de su cónyuge no tenía límites porque buscando tener el modo de vida
que no merecía la obligó a trabajar en un bar de la zona roja, donde se
desnudaba por algunos pesos y rentaba su cuerpo… todo para no despertar la
furia de su hombre.
Con ese estigma que
cargaría para siempre, la regordeta de cabellos largos y mirada perdida se
había resignado a vivir su propia historia, en la que se había sumido callando
ante su gente para no ser etiquetada como algo que no quería ser.
Aun así, la mujer
que arañaba la decencia como una de sus prioridades intentó ignorar la realidad,
esa que la había transformado en víctima de las circunstancias, tanto que su
nueva faceta de trabajadora nocturna le había inculcado el hábito de
embriagarse para soportar su presente.
Fue así como la
profesional de la escoba se vio inmersa en el entorno que irracionalmente la
llevó a cometer la peor bajeza de su vida, porque obligada por la situación
perpetró la embestida que la dejó viuda en tan solo un movimiento.
Tarde de festejo
Aquel fin de semana,
los Vallejo resolvieron olvidarse del conflicto marital que padecían y animados
por la naciente llegada de la primavera idearon una reunión, así que
emocionados prepararon el ambiente para hacer de ese domingo uno de los mejores
del año.
Ya por la tarde, los
vecinos se reunieron en la casita rosada de la calle Borrados, donde la música
norteña retumbaba tanto en el ambiente, que lograba pasar inadvertidos los
pasos de la muerte que para entonces ya rondaba el domicilio con sigilo.
Durante varias
horas, los amigos nadaron en la estridencia de los acordeones que se mezclaban
con el vino que corría a mares, mientras las anécdotas de una semana complicada
fluían para darle sabor a las charlas triviales donde cada quien adornaba sus
intervenciones.
Para dar importancia
a sus actividades como franelero, Beto alardeaba sus quehaceres diarios en las
afueras de la cantina donde trabajaba, denotando un liderazgo que no tenía
porque intentaba suplirlo dando la imagen del hombre fuerte que en realidad no
era.
Al igual que sus
“amigos”, el cuidacarros intentaba amenizar el festejo con la maraña de
historias huecas que se perdían entre el humo del cigarro que abrumaba el
ambiente, mientras las horas corrían indiferentes para los fiesteros de ocasión.
Esto porque cuando
más entretenida estaba la competencia de leyendas urbanas, la tarde cayó para
cubrir el sur de Saltillo con el manto ennegrecido de la noche, mientras el
final de la pachanga se acercaba para dar paso a la triste realidad.
Repentinamente la
cerveza terminó, recreando el desconsuelo de los invitados que advirtiendo la
sequía de cebada optaron por cortar la fiesta, dando gracias a los anfitriones
para retirarse a sus domicilios con la frustración de no seguirse embriagando.
Al quedar sola, la
pareja tomó el último sorbo de bebida que quedaba, mientras sus pequeños se
desentendían sumidos en el mundo de la televisión con que se divertían, ajenos
al momento que, por mucho, cambiaría el destino de la familia inevitablemente.
Celos mortales
Sin darse cuenta,
Teresa y Alberto se sumieron en la humareda y el alcohol que se habían bebido,
y al verse envueltos en la nublazón del momento se erizaron al percatarse que
ya no había ninguna cerveza en el refrigerador.
Animados por el
efecto de la comunión afectiva en que estaban inmersos, los esposos decidieron
buscar el licor donde estuviera, aunque la “ley seca” estaba en pleno y sería
complicado encontrar el sitio donde se pudieran proveerse de la mercancía que
les permitiera sostener la felicidad ficticia.
Retando al destino,
la pareja caminó hasta llegar al depósito donde compraron las cebadas que se
convirtieron en el detonante de su desgracia, luego de que las diferencias del
pasado escabroso que había entre ambos renacieran durante el trayecto de vuelta
a casa.
Durante varias
cuadras, los consortes rompieron la tranquilidad de la noche discutiendo sobre
las infidelidades mentales que azotaban su relación, porque desde que Teresa se
había convertido en “mujer alegre” la incertidumbre de su fidelidad amenazaba
constantemente la tranquilidad de Alberto.
Con la idea fija de
que estaba siendo engañado por su mujer, el golpeador implacable vociferó
insultos hasta que la intimidad de su casa lo calló cuando ingresó con su
amada, con quien se sentó en la sala para continuar la parranda que terminaría
de la peor manera.
Entre el mundo de
cervezas que seguían corriendo en la vivienda, la discusión renació subiendo de
tono hasta que enfurecido, Alberto se paró del sillón donde pernoctaba y sin
pensar en las consecuencias se abalanzó sobre su mujer, que cargaba a la bebé
de ambos tratando de dormirla.
Sorprendida por la
primera bofetada que le dieron, Teresa dejó a su nena en un mueble para
soportar los embates de su castigador, y tratando de defender su integridad
forcejeó con el individuo para sacudirse la paliza que le estaban dando.
Tras zafarse de los
brazos de su “amado” la mujer corrió seguida por éste que tratando de agredirla
nuevamente le dio alcance en la cocina, comenzando nuevamente el combate que
dio paso a la tragedia que nunca hubieran imaginado.
En una habilidosa
acción, la ama de casa se zafó de los brazos del franelero para tomar un
cuchillo que estaba en la mesa y clavárselo en el pecho tan fuerte, que lo hizo
derrumbarse con el corazón destrozado ante la mirada de su hijo que
sobresaltado emitió un grito.
Afrontando la realidad
Aturdida por lo que
acababa de hacer, la acongojada madre cargó con sus pequeños y salió corriendo
del lugar, dejando a su victimario tirando en un pantano rojo que para ese
momento ya había evocado a la tragedia de manera necesaria.
Segundos después, la
familia incompleta se resguardaba en casa de sus vecinos mientras asimilaban
los hechos del acontecimiento que habían destruido para siempre el proyecto de
vida que falsamente se habían labrado.
Decidida a limpiar
su imagen, Teresa pidió a su amiga que tomara el teléfono para dar aviso a las
autoridades, siendo así como elementos ministeriales acudieron al lugar para
tomar conocimiento y comenzar las averiguaciones en torno a lo ocurrido.
Ya con la policía
encima, la intendente narró lo acontecido mientras la madrugada avanzaba
espantando el sosiego del sector, que se había inundado con los mirones que
pretendían saber los detalles de una muerte anunciada.
“Traía entre mis
brazos a mi hija de 6 meses, mientras él me golpeaba; tomé un cuchillo para
frenar las agresiones, pero no se detuvo. Se me fue encima manoteando y me
defendí, nada más se lo enterré”, declaró llorando ante las instancias penales.
Alegando inocencia
en todo momento, la homicida contó paso a paso el infierno terrenal en que se
había convertido su vida al lado de Alberto, asegurando que constantemente era
víctima de los maltratos de su eterno victimario.
Tras la
reconstrucción de hechos fabricada por la Procuraduría y el testimonio de los
vecinos que conocían la forma de vivir de la pareja, la justicia determinó
sacar de su encierro temporal a la mujer que hasta entonces estaba retenida
bajo el delito de uxoricidio.
Días después de los
trágicos acontecimientos, la juez tercero penal dictó auto de libertad a la ama
de casa, exonerándola de toda culpa luego de analizar los elementos reunidos
durante las diligencias del expediente, confirmando que la desgracia se había
derivado de un grave caso de violencia familiar.
Ahora, Teresa vive
con el amargo recuerdo de una relación fallida que provocó su destrucción
emocional, aunque pretende rehacer su vida al lado de los niños que quedaron
como fruto del amor del hombre que irónicamente asesinaría… en defensa propia.
El detalle:
Durante casi una
década, Teresa se convirtió en el claro ejemplo de la violencia que azota todos
los sectores de la sociedad, en un problema que nunca ha dejado de existir y
que hasta se agrava como muestra de la descomposición que veces se da al
interior del seno familiar.
(ZOCALO/RevistaVisiónSaltillo/RosendoZavala/18/03/2013
- 04:08 AM)
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