lunes, 18 de marzo de 2013

EXPEDIENTE: TERESA…



Rosendo Zavala
Saltillo.- Traicionado por el fantasma de los celos, Alberto arremetió contra su mujer pidiéndole una explicación de la realidad que advertía como absoluta, aunque lejos de reconfortar su alma se enfrascó en la reyerta marital que provocó su muerte.

Y es que decidida a terminar con la violencia familiar que le había desgraciado la vida, Teresa tomó el cuchillo que enterró en el corazón de su victimario dejándolo tirado en un charco de sangre, acabando con un capítulo de terror que había marcado para siempre su existir como esposa y madre de familia.

En cuestión de minutos, la mujer que luchó por sus hijos para sacarlos adelante como afanadora de una clínica se había convertido en asesina, tras cambiar la escoba del sacrificio por el puñal “de la libertad”, que usó como instrumento de sobrevivencia en un momento de peligro extremo.

Infierno conyugal

Desde que la casualidad se atravesó en su camino con forma de hombre, Tere imaginó que sus problemas existenciales terminarían y convencida de que el amor había tocado a su puerta tomó una decisión, dando un giro importante a sus ilusiones que la transformarían de niña en mujer.

Pero la familia que había creado junto al franelero nació con el germen de la maldad, sin que nadie pudiera advertirlo, porque el tiempo fue el encargado de dar un giro radical a la relación que se murió con las constantes disputas que generaba la pareja por la ausencia del dinero que nunca había en casa.

Al paso del tiempo, el patriarca dejó de lado sus consideraciones para exigir a la fémina el ingreso de recursos que pudieran mantenerlos en lo esencial, mientras las sombras de la tragedia comenzaban a tomar forma en el ambiente que se enrarecía al interior de la vivienda.

Y mientras los años pasaban con el desencanto de un matrimonio fallido, Teresa seguía tallando los pisos del sanatorio obsoleto, que pese a todo le brindaba el salario que con presteza entregaba a la casa en bien de sus pequeños.

Sin embargo, la avaricia de su cónyuge no tenía límites porque buscando tener el modo de vida que no merecía la obligó a trabajar en un bar de la zona roja, donde se desnudaba por algunos pesos y rentaba su cuerpo… todo para no despertar la furia de su hombre.

Con ese estigma que cargaría para siempre, la regordeta de cabellos largos y mirada perdida se había resignado a vivir su propia historia, en la que se había sumido callando ante su gente para no ser etiquetada como algo que no quería ser.

Aun así, la mujer que arañaba la decencia como una de sus prioridades intentó ignorar la realidad, esa que la había transformado en víctima de las circunstancias, tanto que su nueva faceta de trabajadora nocturna le había inculcado el hábito de embriagarse para soportar su presente.

Fue así como la profesional de la escoba se vio inmersa en el entorno que irracionalmente la llevó a cometer la peor bajeza de su vida, porque obligada por la situación perpetró la embestida que la dejó viuda en tan solo un movimiento.

Tarde de festejo

Aquel fin de semana, los Vallejo resolvieron olvidarse del conflicto marital que padecían y animados por la naciente llegada de la primavera idearon una reunión, así que emocionados prepararon el ambiente para hacer de ese domingo uno de los mejores del año.

Ya por la tarde, los vecinos se reunieron en la casita rosada de la calle Borrados, donde la música norteña retumbaba tanto en el ambiente, que lograba pasar inadvertidos los pasos de la muerte que para entonces ya rondaba el domicilio con sigilo.

Durante varias horas, los amigos nadaron en la estridencia de los acordeones que se mezclaban con el vino que corría a mares, mientras las anécdotas de una semana complicada fluían para darle sabor a las charlas triviales donde cada quien adornaba sus intervenciones.

Para dar importancia a sus actividades como franelero, Beto alardeaba sus quehaceres diarios en las afueras de la cantina donde trabajaba, denotando un liderazgo que no tenía porque intentaba suplirlo dando la imagen del hombre fuerte que en realidad no era.

Al igual que sus “amigos”, el cuidacarros intentaba amenizar el festejo con la maraña de historias huecas que se perdían entre el humo del cigarro que abrumaba el ambiente, mientras las horas corrían indiferentes para los fiesteros de ocasión.

Esto porque cuando más entretenida estaba la competencia de leyendas urbanas, la tarde cayó para cubrir el sur de Saltillo con el manto ennegrecido de la noche, mientras el final de la pachanga se acercaba para dar paso a la triste realidad.

Repentinamente la cerveza terminó, recreando el desconsuelo de los invitados que advirtiendo la sequía de cebada optaron por cortar la fiesta, dando gracias a los anfitriones para retirarse a sus domicilios con la frustración de no seguirse embriagando.

Al quedar sola, la pareja tomó el último sorbo de bebida que quedaba, mientras sus pequeños se desentendían sumidos en el mundo de la televisión con que se divertían, ajenos al momento que, por mucho, cambiaría el destino de la familia inevitablemente.

Celos mortales

Sin darse cuenta, Teresa y Alberto se sumieron en la humareda y el alcohol que se habían bebido, y al verse envueltos en la nublazón del momento se erizaron al percatarse que ya no había ninguna cerveza en el refrigerador.

Animados por el efecto de la comunión afectiva en que estaban inmersos, los esposos decidieron buscar el licor donde estuviera, aunque la “ley seca” estaba en pleno y sería complicado encontrar el sitio donde se pudieran proveerse de la mercancía que les permitiera sostener la felicidad ficticia.

Retando al destino, la pareja caminó hasta llegar al depósito donde compraron las cebadas que se convirtieron en el detonante de su desgracia, luego de que las diferencias del pasado escabroso que había entre ambos renacieran durante el trayecto de vuelta a casa.

Durante varias cuadras, los consortes rompieron la tranquilidad de la noche discutiendo sobre las infidelidades mentales que azotaban su relación, porque desde que Teresa se había convertido en “mujer alegre” la incertidumbre de su fidelidad amenazaba constantemente la tranquilidad de Alberto.

Con la idea fija de que estaba siendo engañado por su mujer, el golpeador implacable vociferó insultos hasta que la intimidad de su casa lo calló cuando ingresó con su amada, con quien se sentó en la sala para continuar la parranda que terminaría de la peor manera.

Entre el mundo de cervezas que seguían corriendo en la vivienda, la discusión renació subiendo de tono hasta que enfurecido, Alberto se paró del sillón donde pernoctaba y sin pensar en las consecuencias se abalanzó sobre su mujer, que cargaba a la bebé de ambos tratando de dormirla.

Sorprendida por la primera bofetada que le dieron, Teresa dejó a su nena en un mueble para soportar los embates de su castigador, y tratando de defender su integridad forcejeó con el individuo para sacudirse la paliza que le estaban dando.

Tras zafarse de los brazos de su “amado” la mujer corrió seguida por éste que tratando de agredirla nuevamente le dio alcance en la cocina, comenzando nuevamente el combate que dio paso a la tragedia que nunca hubieran imaginado.

En una habilidosa acción, la ama de casa se zafó de los brazos del franelero para tomar un cuchillo que estaba en la mesa y clavárselo en el pecho tan fuerte, que lo hizo derrumbarse con el corazón destrozado ante la mirada de su hijo que sobresaltado emitió un grito.

Afrontando la realidad

Aturdida por lo que acababa de hacer, la acongojada madre cargó con sus pequeños y salió corriendo del lugar, dejando a su victimario tirando en un pantano rojo que para ese momento ya había evocado a la tragedia de manera necesaria.

Segundos después, la familia incompleta se resguardaba en casa de sus vecinos mientras asimilaban los hechos del acontecimiento que habían destruido para siempre el proyecto de vida que falsamente se habían labrado.

Decidida a limpiar su imagen, Teresa pidió a su amiga que tomara el teléfono para dar aviso a las autoridades, siendo así como elementos ministeriales acudieron al lugar para tomar conocimiento y comenzar las averiguaciones en torno a lo ocurrido.

Ya con la policía encima, la intendente narró lo acontecido mientras la madrugada avanzaba espantando el sosiego del sector, que se había inundado con los mirones que pretendían saber los detalles de una muerte anunciada.

“Traía entre mis brazos a mi hija de 6 meses, mientras él me golpeaba; tomé un cuchillo para frenar las agresiones, pero no se detuvo. Se me fue encima manoteando y me defendí, nada más se lo enterré”, declaró llorando ante las instancias penales.

Alegando inocencia en todo momento, la homicida contó paso a paso el infierno terrenal en que se había convertido su vida al lado de Alberto, asegurando que constantemente era víctima de los maltratos de su eterno victimario.

Tras la reconstrucción de hechos fabricada por la Procuraduría y el testimonio de los vecinos que conocían la forma de vivir de la pareja, la justicia determinó sacar de su encierro temporal a la mujer que hasta entonces estaba retenida bajo el delito de uxoricidio.

Días después de los trágicos acontecimientos, la juez tercero penal dictó auto de libertad a la ama de casa, exonerándola de toda culpa luego de analizar los elementos reunidos durante las diligencias del expediente, confirmando que la desgracia se había derivado de un grave caso de violencia familiar.
Ahora, Teresa vive con el amargo recuerdo de una relación fallida que provocó su destrucción emocional, aunque pretende rehacer su vida al lado de los niños que quedaron como fruto del amor del hombre que irónicamente asesinaría… en defensa propia.

El detalle:

Durante casi una década, Teresa se convirtió en el claro ejemplo de la violencia que azota todos los sectores de la sociedad, en un problema que nunca ha dejado de existir y que hasta se agrava como muestra de la descomposición que veces se da al interior del seno familiar.

(ZOCALO/RevistaVisiónSaltillo/RosendoZavala/18/03/2013 - 04:08 AM)

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