“Mi compa me dio carrilla… y lo maté. Le dije que se calmara, que no
siguiera, pero siguió, siguió y siguió, hasta que me sacó de onda. Entonces tome
el picahielo y lo piqué.
No supe lo que había hecho, hasta que dejó de moverse.
Entonces me paniqué y escapé”.
Manuel Andrés Villegas Peralta, conocido en Empalme, Sonora como el Villegas
13, explica así la forma en que había acabado con uno de sus amigos ocasionales
de la infancia, de la efímera escuela primaria y recientemente de
secundaria.
El lunes 12 de diciembre del 2011, apenas un mes atrás, en
pleno día de la Virgen María, Manuel Andrés y Humberto Félix Favela, de 15 años,
estaban en su barrio, reunidos.
A ambos los unían el mismo barrio, y la
carrilla.
“Mi compa siempre me daba carrilla, y siempre aguanté. A veces
era calzón chino, a veces sopapos, o carrilla pesada y siempre la aguanté. Pero
ese día andaba de malas y no estaba bien.
El Villegas 13 quiere
desahogarse, pues confiesa que desde que mató a su amigo no duerme tranquilo.
Siempre está en sus sueños o en la vigilia. No llora y demuestra fortaleza
callejera.
“Me agarraron por pendejo, compa, porque paniqueado como
andaba, siempre veía la cara de mi compa. Pobre de mi compa. No supe lo que
hacía, siempre le dije que me dejara en paz, pero siguió chingando: carrilla,
carrilla, carrilla. Nunca se callaba, y ese día yo andaba de malas.
“Creo
que le echaron pingas a la caguama, porque en cuanto pase el trago me perdí. Me
empujó, me dijo chingaderas, mi compa, le dije que se calmara, que no siguiera,
pero siguió, siguió y siguió, saque el picahielo y se lo clave, aquí, cerquita
del corazón o de los pulmones.
“Luego corrí, sin parar, hasta que me
atoraron. Ni pedo, ahora tengo que marcar”.
A sus 14 años, muchos de
ellos vividos en las calles, en los barrios bajos de Guaymas y Empalme, Sonora,
sin estudios concluidos, que para su edad ya habría terminado la secundaria,
pero él a duras penas alcanzó la primaria, Manuel Andrés, mote que le endilgó su
primer grupo escolar, ya es un asesino, y lo sabe, y lo reconoce y lo
acepta.
“Ni pedo, qué quieres que te diga, compa. Ni pedo, la hice y ni
modo. La perdí.
Asegura que no sabe que es el bullying, pero algo ha
escuchado. Sabe que es maltrato, pero en su caso no lo considera así. “No, esa
cosa no es. Nos damos carrilla todo el tiempo. Unos putazos, a veces, pero de
ahí no pasa. Bueno, sí paso, como a mí.
El Villegas 13, explica, mientras
un policía le amarra las manos con las esposas, que esa noche del Día de la
Virgen el grupo de amigos se reunió. Se dieron carrilla pero él estalló, después
que bebió de la caguama que entre todos habían comprado para pasar el
rato.
“Saqué el picahielo y se lo hundí”, dice señalando cerca de su
tetilla izquierda con el índice de la mano derecha.
“Me fijé que como que
se desmayó y traté de levantarlo, pero ya no hablaba. Le busqué sangre, pero no
tenía manchas.
“Entonces me paniqué, agarré el picahielo y corrí. Mis
compas no hicieron nada y yo seguí corriendo.
“No sé en donde estoy ni
porqué, pero aquí me atoraron. Sé que voy a marcar por lo que le hice a mi
compa, pero no entendió que debía parar la carrilla, y ni pedo”.
El
reporte de la Policía señala que el Villegas 13 fue detenido por escandalizar en
la colonia Josefa Ortiz de Domínguez, en El Carrizo.
Tan ondeando como
andaba no supo lo que decía ni a quién miraba. Terminó por confesar a los
policías preventivos lo que días antes había sucedido en Empalme,
Sonora.
Los agentes novatos no creyeron lo que escuchaban, pero uno de
los veteranos sí. Llamó a sus superiores, quienes le indicaron que confirmara la
versión de lo que suponían era un vago drogado.
Entonces llamaron a sus
similares de Sonora, de Empalme, y estos les informaron que andaban en busca de
un adolescente que había matado a otro, por causa del bullying.
Cotejaron
la información y los lamentos del Villegas resultaron ciertos.
Perseguido
por sus propios demonios, terminó por aceptar su responsabilidad en el asesinato
de un adolescente.
Ahora deberá enfrentar el proceso especial C-122-11 en
Empalme, por homicidio. Estará privado de la libertad al menos cuatro
años
Camino a su nuevo encierro, se lamenta: “Le dije que se calmara,
pero siguió chingue, chingue y chingue, hasta que lo clavé”. |
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