domingo, 23 de octubre de 2011

LOS NUEVOS RECLUTAS

 
Infiltración. Las osadías del narco.

Juan Veledíaz 
Rondaban las instalaciones militares de Tepic, Nayarit, en busca de soldados con preparación en grupos de comando y alguno que otro oficial, de preferencia con poco tiempo en filas, es decir, recién egresados del Colegio Militar que desearan exudar adrenalina en acción y ganar buen dinero.

Era un grupo de “reclutadores” de Arturo Beltrán Leyva, quienes se apersonaron a fines de marzo de 2008 a las afueras de la 13 Zona Militar donde contactaron a varios integrantes del 43 batallón de infantería cuya sede estaba dentro del complejo castrense.

Los invitaron a sumarse a la organización como parte del grupo de seguridad del capo, y según diversos testimonios, les ofrecieron una paga que oscilaba entre los 20 a 50 mil pesos, una cantidad muy difícil de ganar como subalternos en cualquier unidad.

Algunos aceptaron, otros ni caso hicieron pero reportaron la presencia de aquellos individuos –algunos ex militares– al Estado Mayor de la Zona y en el cruce de datos resultó que no eran los únicos pues tenían símiles en otras partes del país, sobre todo en estados como Tamaulipas, Jalisco, Coahuila, Nuevo León y Sinaloa.

Por aquellos días comenzaba el enfrentamiento de la organización Beltrán Leyva con sus antiguos socios del cártel de Sinaloa, Ismael Zambada y Joaquín el Chapo Guzmán, lo que coincidió con la tarea de reclutar comandos entrenados para realizar acciones “efectivas”, las cuales buscaban efectuarlas “sin margen de error”.

Se sabía que los únicos que podían realizar ese trabajo eran militares, y quienes mejor los conocían eran sus colegas, por lo que un grupo de desertores se convirtió en reclutadores del narco en los cuarteles, imitando un procedimiento que le funcionó muy bien a Osiel Cárdenas Guillén, el hoy extraditado jefe del cártel del Golfo, cuando financió la creación de la banda paramilitar autodenominada Los Zetas, a finales de 1998 y durante los siguientes dos años.

Hubo algunos soldados a los que por esos días se les perdió la pista en el cuartel del Batallón 43, entre ellos estaban Marco Antonio Vargas Tovar, Mario Ortega Zúñiga y Arturo Huizar Montes, tres “expertos” en operaciones de comando que eran parte del grupo de instructores de la unidad.

Los reportes de inteligencia que se recopilaron señalaban la baja de otros efectivos, entre los que se encontraban varios oficiales, nunca se precisaron las causas pero cuando Francisco Filiberto Varela fue detenido en un enfrentamiento con tropas de la Novena Zona Militar en la ciudad de Culiacán, el 30 de abril del 2008, se supo por sus declaraciones que había varios tenientes como él que habían estado en otras unidades y que se habían enrolado en la organización de Beltrán Leyva para conformar las llamadas “Fuerzas Especiales de Arturo”, donde se mezclaban civiles con ex policías y jóvenes sin instrucción en el manejo de armas, pero que habían sido entrenados por esos días.

El miércoles 7 de mayo, Vargas Tovar, Ortega Zúñiga y Huizar Montes, protagonizaron el episodio que se conoció como “la fuga del Barbas”, suscitado cuando en la carretera Cuernavaca-Acapulco, en el tramo que conduce al poblado de Xoxocotla, un convoy de vehículos que custodiaba a Beltrán Leyva fue detectado por efectivos de la Policía Federal lo que activó la alerta que suscitó una persecución en esta vía, pocas veces vista por esta parte del país.

 Los tres ex integrantes del Batallón 43 de Infantería fueron los encargados de tender una serie de barreras de protección a lo largo de la huida para que el capo pudiera evadir a los efectivos, lo que demostró el nivel de conocimientos en el manejo de armas que tenían para ser escoltas.

La táctica consistió en sumar vehículos para facilitar la fuga del capo mientras abrían fuego, de frente y sin evadir la embestida, para “parar en seco” a los agentes federales.

Eran como una serie de barreras que a manera de blindaje permitió que “la cabeza” del convoy escapara, mientras “la cola” hacía frente y al quedar fuera de combate ya había otra barrera esperándolos.

 En una de las últimas líneas se encontraban los tres ex militares, quienes fueron detenidos, pero su misión –una de las que les habían encomendado cuando fueron reclutados– había sido un “éxito” pues si jefe había escapado.

Sus nombres salieron a la luz días después, y de acuerdo con sus declaraciones, aquel día Beltrán tenía tres “círculos de protección” en los que participaron militares desertores, la mayoría reclutados en los últimos meses ante la cacería y choques que comenzaron a presentarse.

Cuando se supo que la mayoría de los pistoleros iban equipados con rifles de asalto, lanzagranadas, granadas de fragmentación, chalecos antibalas de calibre superior al normal, y radios conectados a la frecuencia de diferentes corporaciones policiales, las autoridades se dieron una idea más completa del nivel de seguridad con el que se movía el capo.

 Debido a esa operación, esa noche el hombre que la había encabezado, el coordinador de Seguridad Regional de la Policía federal, Édgar Eusebio Millán, fue abatido a tiros al llegar a su casa en la zona centro de la capital.

Al paso de los meses, otros integrantes del grupo de Beltrán Leyva fueron detenidos en diversos enfrentamientos y operativos donde comenzaron a aparecer datos sobre su pasado inmediato.


Eran parte de los 15 mil individuos, que según el secretario de la Defensa Nacional, el general Guillermo Galván, han sido capturados en los últimos tres años quienes tienen en común el haber estado en algún momento de su vida en el Ejército.

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