domingo, 23 de octubre de 2011

CARCEL O MUERTE

J. Jesús Blancornelas


Fumaba un cigarro tras otro. Para mi fortuna y de sus pulmones no era puros. Chupaba con tanta fuerza como si fuera el último. Por eso los consumía deprisa. Y eso sí, daba el golpe completito. Sin adornos. De repente soltaba uno, dos, tres tosidos. Lo hacía tan natural como tomarse en seguida medio vaso de agua. Supe de este hombre cuando estaba en Culiacán y lo tirotearon. Se sacó la lotería porque fue a las piernas. Vi su foto en el periódico y me platicó sobre él mi amigo sinaloense Silvino Silva. Así, cuando llegó a Tijuana lo reconocí fácilmente. No me extrañé al oírle. “Licenciado Carlos Aguilar Garza a sus órdenes”. Y tras un suspiro “…Agente del Ministerio Público Federal”.

Tamaulipeco, normalista y licenciado. Entonces no había delegados de la Procuraduría General de la República. Año 78. Después supe: Fue comisionado a Tijuana porque ya no cabía en Sinaloa. Era famoso por ordenar torturar a los malandrines. Ni esperanzas de tan hoy afamados derechos humanos. Las quejas inválidas. Los quejosos callados. Así, Aguilar Garza nunca fue tambaleado. No llegó a lo respetado por autoridad, pero sí a lo temido por autoritario. Lucía y era simpático. Dicharachero, anecdótico y un catálogo andante de cuentos colorados. Sin necesidad de filtraciones informaba a los periodistas. Eso sí, muy amistosamente.

En Tijuana ordenó detenciones muy espectaculares y poco efectivas. Puso a personajes intocables bajo sospecha pero sin delito probado. Por eso hubo quejas y nada más lo removieron. Usando el término manoseado “estaba muy bien parado”. Seguí hablando telefónicamente con él a larga distancia. Sabía demasiado y me lo confiaba en partes. Hasta cuando cierto día llegó desgraciada novedad: Viajaba en avioneta particular. Se desplomó cerca de Monterrey. “Está muy herido” fue lo primero. Luego la noticia derrapó en tragedia. Por el golpazo quedó paralizado. Irreversible. Enseguida descubrimiento con efecto de terremoto. Transportaba cocaína. Con el pasar de los años terminó ejecutado. Inválido, le dispararon desde fuera de su casa a través de la ventana. Ya sabían dónde estaba. Se dijeron pero nunca oficialmente nombres de gatilleros y el mandón.

Aguilar Garza se volvió desgraciadamente en pato luego de ser escopeta. Extrañamente resultó narcotraficante siendo policía. De perseguidor a perseguido. Fue cuando la PGR se convirtió en maquiladora de mafiosos. Escuela para capos. Kínder con alcahuetes carteleros. Aprendizaje especial dirigido a sicarios. Esa rutina se trasplantó a las policías estatales y municipales. Fue como epidemia. Igualito a una pútrida mecánica. Por eso en PGR egresaron los maestros y la mafia envió novatos a capacitación.

Miguel Ángel Félix Gallardo fue policía en Sinaloa. Luego resultó patriarca del narcotráfico mexicano. Amado Cruz Anguiano era un modesto agente en la Dirección Federal de Seguridad. Inesperado millonario y asociado del Cártel Arellano Félix. También terminó en “La Palma”. Otro huésped: Enrique Harari Garduño. Fue Director de la Federal de Caminos. Abrió carreteras al narcotráfico y encochambró a sus policías. Lo más triste: Le mataron a su hijo mafiosos competidores, porque también navegó en el negocio. Humberto Rodríguez Bañuelos “La Rana”, igual. Antes Jefe de la Judicial en Sinaloa. Dejó charola para empuñar “cuerno de chivo” en Guadalajara. Ahora es un número más en la prisión de “Puente Grande”. Guillermo Salazar Ramos estuvo del 91 al 92 en la Delegación PGR-Tijuana. Terminó de vicioso y tapadera del marihuanero. Todos, no tienen para cuándo cambiar de residencia. Allí morirán de tiricia o tristeza. Enfermos tal vez.

Los Larrazolo Rubio capitaneaban naves de la Procuraduría General pero en aguas de la mafia. Ahora una lápida tiene sus nombres. El Doctor Ernesto Ibarra Santés también estaba en esa oficina. Pero al mismo tiempo servía a don Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”. Le balearon y fue sepultado en el D.F. Rodolfo García Gaxiola, “El Chipilón”, era comandante en activo de la Policía Judicial Federal. Servía a los narcos. Con millones de sobra se retiró de autoridad y delincuentes. Quiso pasar buena vida y se la cortaron a punta de ametralladora en Ciudad Obregón, Sonora. Jesús Romero Magaña era Agente del Ministerio Público Federal. Se compró una casona de lujo pero la gozó poco tiempo. Allí mismo un sicario le descerrajó dos tiros. Guillermo González Calderoni fue policía estrella y terminó con un tiro en la cabeza. En fin, todos muertos.

Los episodios frescos de Nuevo Laredo ilustran ese paso de la policía al narcotráfico: Osiel Cárdenas Guillén salió de la PGR. Su verdadero sucesor es Zeferino Peña Cuéllar. Fue Director de Seguridad en Miguel Alemán, Tamaulipas. Fernando Moreno, ex-agente ministerial, dueño de la casa donde sacaron a los nueve infelices para ejecutarlos. Soñó con relevar a Osiel y lo pusieron a temblar. Eloy Treviño Cavazos fue Jefe de Grupo en la ministerial tamaulipeca. Es terco. Capitanea a “Los Chachos” y también quiere la silla de Cárdenas Guillén. Supe cuando viajó a Guadalajara. Allí contrató matones y anda por los rumbos de Monterrey y Nuevo Laredo.

Sigue la lista de los “graduados” en la PGR: Arturo Hernández, “El Chaky”, sicario del Cártel de Juárez y recién capturado. Empezó como agente. Néstor de la Cruz Bello era su compinche. También con tal ocupación original. Néstor Tobías de la Cruz estaba de servicio en la Agencia Federal de Investigación.

Hubo un caso lastimero: Carlos Rafael Pinedo, Miguel Crespo Zoloeta, José Ricardo Rodríguez Torres y Rubén Cortes Flores. Todos comisionados en la FEADS. Asesinaron al Licenciado José Luis Patiño Moreno, fiscal federal. De paso a sus compañeros Óscar Poma Plaza y Rafael Torres Bernal. Nada más porque andaban investigando a los mafiosos. Así, en lugar de recibir órdenes del Procurador atendían a los Arellano Félix.

Tengo una lista con cientos de nombres. Unos vivos y otros muertos. Pero todos fueron policías de la PGR, ministeriales estatales o municipales. Según los hechos no se salvan ni jubilándose. Tampoco si le hacen al testigo protegido. Y su situación me recuerda la vieja amenaza mafiosa a los periodistas: Plata o plomo. Ahora para estos bribones es simplemente cárcel o muerte.

 

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