Cuando se acerca el final de
un mandato presidencial y empieza el traslado del poder –la famosa transición-
al gobierno entrante, hay dos palabras anglosajonas que describen ese periodo:
lame duck, que significa literalmente “pato cojo”, y que explican cómo el
ejecutivo pierde poder aceleradamente mientras su sucesor lo va acumulando con
la misma velocidad. En México, ese lapso matizaba su impacto de la pérdida de
influencia con las giras triunfales de despedida que realizaban los presidentes
mexicanos, para esconder su carencia de poder entre el oropel de su partida.
Entre más fuerte había sido un Presidente, mayor tiempo duraba su agonía, como
sucedió con Carlos Salinas, quien hizo una gira el 31 de noviembre de 1994
donde las multitudes acarreadas lo aclamaron. En el México de 2018, las cosas
son muy diferentes.
El Presidente electo es un
imán de poder y toma decisiones como si estuviera sentado en la silla
presidencial, mientras que el legal ha dejado un enorme vacío. Enrique Peña
Nieto se defiende en privado y afirma que no hay tal vacío, sino que los medios
no lo cubren. No hay tal. Quizás le digan eso sus colaboradores para
justificarse, pero es mentira. Desde un mes antes de la elección presidencial,
tiraron la toalla en Los Pinos. Las presiones sobre los medios desaparecieron y
las peticiones sobre jerarquización de sus eventos también. La metáfora que
Peña Nieto es algo peor que un lame duck se socializó tras la reunión con
Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional donde presentaron formalmente a
sus equipos de transición, y el Presidente electo fue quien dirigió una
conferencia de prensa donde orilló a Peña Nieto a responder preguntas sin
filtro por primera vez en su sexenio.
Peña Nieto, como cada
sexenio, ofreció una batería de entrevistas con motivo de su Informe de
Gobierno, y un detalle muestra cómo su pérdida de poder ha sido notable. Fue en
la entrevista que concedió a El Universal, propiedad de Juan Francisco Ealy
Ortiz, que procuraba siempre a Peña Nieto desde que era Gobernador en el Estado
de México, y quien decía que su gobierno era el que más publicidad le había
dado al periódico en su historia. Nunca había actuado con tanto desdén ese
diario como lo hizo con esa entrevista el 24 de agosto, que sólo la promovió en
su primera plana con una pequeña llamada en la parte media baja que mencionaba
“los años difíciles” del Presidente. La vieja genuflexión política convertida
en traición fraternal. Peña Nieto, carente fuera, fue tratado como si apestara.
La soledad del Presidente es
lo que subyace como cada fin de sexenio, aunque todas las señales sugieren una
mucho mayor en esta ocasión. Hay unas ajenas al escrutinio público, como la
forma como se ha ido quedando sin su segunda familia. Su esposa Angélica Rivera
comenzó a pasar más tiempo fuera de Los Pinos que con el Presidente, como
cualquier observador atento pudo ir notando con sus ausencias en eventos
públicos, o incluso en fiestas privadas, como el cumpleaños del Presidente. Esa
relación podría ser considerada como un tema del ámbito privado, pero un asunto
privado se convierte en uno de interés público cuando tiene incidencia sobre
los gobernados. Eso pasó varias veces, donde los interlocutores políticos del
Presidente registraban los malos humores en la casa presidencial que alteraba el
ejercicio de gobernar. Esa relación tiene un peso político tan importante en el
sexenio de Peña Nieto, que el episodio de la casa blanca fue el catalizador del
mal humor social y la creencia de millones que su administración estuvo
salpicada por una pingüe corrupción. El tema dará mucho que hablar en adelante.
Su aislamiento y la forma
endogámica como se comportan en Los Pinos alejan aún más a quienes podrían
haberlo cobijado en este fin de sexenio. Peña Nieto, por ejemplo, había pensado
en René Juárez para que terminara el mandato de presidente del PRI, pero el
Senador electo le dijo que él prefería ser legislador a dirigir al partido, en
una posición atípica de un político institucional que le dice no a su jefe
político.
Otro de los grandes
operadores del partido, Rubén Moreira, también abandonó el PRI, y otro, Felipe
Enríquez, secretario de Acción Electoral, y uno de los hombres más cercanos a
Peña Nieto, que hizo trabajos de todo tipo para él, también prefirió renunciar
a quedarse en la encomienda que le había dado su amigo. Emilio Gamboa, que
estuvo muy cerca de él, tomó distancia, luego de apostar todo para que su hijo
Pablo quedara como Senador, pero que al ser ubicado por el Presidente en el
lugar 10, lo dejó fuera de toda posibilidad, y ocasionó un problema en el seno
de la familia Gamboa, ante lo que se consideró un engaño del Presidente.
Nadie se imaginó que el final
del sexenio de Peña Nieto resultara en el derrumbamiento total de la figura
presidencial. Él, probablemente menos que todos. Desde que López Obrador arrasó
en la elección presidencial, Peña Nieto comenzó a darse cuenta que se iba a
quedar solo, de acuerdo con personas que hablaron con él esos días, pero podría
pensarse que no tanto. Dentro de Los Pinos están sudando la depresión, y se han
encerrado en sí mismos, descuidado al Presidente, coinciden quienes tienen
contacto profesional con la casa presidencial. Es la tristeza y melancolía de
quienes se sienten incomprendidos, pensando más en ellos que en su jefe, al que
hace tiempo la mayoría de sus cercanos, dejaron solo o, dicho de manera más
clara, abandonaron a su suerte.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
Twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 03/09/2018 | 04:00 AM)
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