lunes, 10 de septiembre de 2018

CHILE, A 45 AÑOS DEL GOLPE MILITAR: EL “IMPROVISADO PLAN” QUE PUDO SALVAR LA VIDA DE ALLENDE


SANTIAGO DE CHILE (apro).- Lo ocurrido con el miembro del Dispositivo de Seguridad Presidencial Manuel Cortés Iturrieta –alias Patán– el 11 de septiembre de 1973 es de película. Sin embargo, su historia ha permanecido prácticamente ignorada por los grandes medios de comunicación y los historiadores.

La noche anterior al golpe, Patán durmió en el Hotel El Conquistador, de Santiago Centro. Allí se realizaba un congreso de trabajadores de la Corporación del Cobre (Codelco), evento que serviría de ocasión para reunir secretamente a miembros del aparato militar del Partido Socialista (PS) y miembros del dispositivo de seguridad de Salvador Allende.

Cortés era miembro fundador del señalado dispositivo de seguridad –mejor conocido como Grupo de Amigos del Presidente (GAP)-. Sin embargo, en 1972 fue comisionado para realizar funciones de inteligencia en Chuquicamata, la mina de cobre más grande de Chile, con el propósito de poner coto a una serie de sabotajes que estaban provocando graves mermas en la producción de este mineral, principal fuente de recursos del país.

Había identificado y desbaratado al comando complotador y luego se hizo cargo de la seguridad de la mina. Pero ya debía reincorporarse al GAP, que en vísperas de la asonada militar pasaba por difíciles momentos, según los análisis internos.

A las 7:00 de la mañana del “11” su compañero de habitación –de apellidos Marchant Ubilla– volvió de una tempranera caminata. “Me despertó y me dijo que en las calles estaba todo muy raro, que estaba lleno de militares, que estaba todo vacío y que los militares tomaban posiciones. Como todos sabíamos que posiblemente habría un golpe de Estado, me levanté inmediatamente, tomé mi arma, una Walther P38, y le dije: ‘Pesca tu armita porque nos vamos… para La Moneda’”.

Es lo que narra Cortés en su libro Yo Patán. Memorias de un combatiente, coescrito con el periodista e historiador Arnaldo Pérez Guerra.

En este libro Cortés afirma que al llegar a La Moneda –ubicada a cuatro cuadras del señalado hotel– contactó con el jefe de escoltas de Allende, Juan José Montiglio, Aníbal, y le dijo: “Estoy a disposición, ¿qué hago?”. Este le ordenó que se instalara en el garaje –frente a la puerta de Morandé 80 de La Moneda-, que se hiciera cargo de los choferes del GAP y que tuviera los autos preparados para salir en cualquier momento.

Patán le dijo que sólo andaba con un arma corta por lo que le pidió a Aníbal una ametralladora. “Busca en los autos”, le contestó aquel. “Me puse a buscar y no había nada. Busqué en las camionetas de operativos -los que iban en la avanzada presidencial-. Encontré una ametralladora punto 30 en un tubo bípede. La saqué y miré en el pick-up. Hallé cinco cajas de munición. Me las llevé…”, relató el agente de seguridad presidencial.

Ya instalado en el garaje constató que tenía muy poco ángulo visual para combatir. “Tomé una escalera, me subí por un techo y pasé al Ministerio de Obras Públicas (MOP). Introduje a los ocho choferes al Ministerio y estuvimos combatiendo hasta las cinco de la tarde”.

En el garaje sólo quedó el chofer del “auto 1” (del presidente), Julio Soto Céspedes, Joaquín. Su misión sería quedarse a cargo del citófono que comunicaba con La Moneda.

Los combatientes apostados en el MOP, provistos de la citada ametralladora y de fusiles de asalto AKM, causaron gran daño a los golpistas. La Junta Militar nunca daría a conocer cuántas fueron sus bajas en aquella jornada.

Durante la entrevista con Apro, Patán cuenta que “desde el cuarto piso del MOP dominaba todo el frente sur de La Moneda e impedía el paso de tropas”.

Agregó: “Yo manejaba la única ametralladora que había en el MOP, pero con esa bastó para hacerlos mierda y no dejarlos pasar”.

“Para mí todo pasó como en una película. Era demasiada la actividad y estaba excesivamente eufórico. Nadie se preocupó de mirar un reloj mientras combatíamos… Vino un ‘alto al fuego’ y, después, comenzó de nuevo el fuego graneado. Nos dedicamos a detener las ofensivas que venían desde la Alameda hacia La Moneda…”, señaló Patán en sus memorias.

Allí detalla que Carabineros emprendió una ofensiva a pie por paseo Bulnes, frente a la entrada sur de La Moneda. “Esperábamos que los carabineros avanzaran, se desplegaran, y cuando lo hacían (…) abríamos fuego… Arrancaban para todos lados. Después hicieron una segunda ofensiva y ya no vinieron más…

“Después, aparecieron las tropas especiales, tropas de elite del ejército. Trataron de filtrarse por calle Lord Cochrane (dos cuadras hacia al poniente de Morandé, pero al costado sur de la Alameda). Aparecen dos jeeps, y soldados de infantería.

“Los milicos me quedaban frente a frente, a 400 metros… era cosa de contar hasta tres y ponerse a tirar… cuando veo que ellos están disparando al Ministerio de Educación –a francotiradores allendistas- con calma apunté y los barrí…. Deben haber sido como 18 las bajas, entre muertos y heridos…. algunos salieron arrancando y se meten a un puesto de frutas… y los barrí de nuevo…”, señaló a este corresponsal.

Este miembro del equipo de seguridad de Salvador Allende dice que, al constatar que no llegaban refuerzos en su ayuda, espontáneamente ideó un plan para sacar a Allende de La Moneda y conducirlo a poblaciones de la periferia sur de Santiago, que tenían fuerte presencia allendista. Esa era su improvisado plan, en ausencia de otros más preparados.

“Mandé a dos muchachos a hacer una exploración por los techos para ver si había salida por calle Bandera… Confirmaron que sí. Lograron llegar a un patio de luz de uno de los edificios. Ahí había cuatro o cinco autos estacionados… Por lo tanto, había autos para salir”, señala en el libro.

“Mandé al chico Lalo (Patricio Castro Quiroz, quien vive en México) a conversar con Allende para convencerlo de este plan”. Cuando llega donde él se encuentra estaba combatiendo en una ventana. “Al verlo, Allende le dice con tono fuerte: ‘¡donde está su puesto de combate compañero!’. Y el Lalo se cagó entero y se devolvió al MOP… es lo que me dijo… entonces yo lo puteo y le digo: ‘te devuelves inmediatamente donde Allende… Y si no quiere venir, vo’h le pegai un cachazo en la cabeza y lo trais al hombro… como sea lo trais para acá’, le dije. Pero cuando quiso cruzar por segunda vez había muchos disparos y no pudo”, señala Patán en la entrevista.

Además, se presentó la dificultad que los conserjes del MOP cerraron las gigantescas puertas de ingreso a este edificio.

Patán –que posteriormente llegaría a ser oficial del ejército cubano y más tarde asesor del Ejército Popular Sandinista con el que entró triunfante a Managua el 19 de julio de 1979– dice que en un momento de la batalla el chofer Julio Soto avisa que desde La Moneda le pidieron (por citófono) que tuviéramos mucho cuidado con disparar a la Alameda porque venía una columna de mil 400 compañeros del MIR a apoyarnos… entonces yo recorrí todas las ventanas avisando, incluso paramos el fuego hacia la Alameda… para no herirlos…. Pero nunca llegaron los refuerzos…”, señala el escolta de Allende.

El combate desde el MOP terminó pasadas las 5:00 de la tarde, cuando constatan que Allende salió muerto en una camilla por la puerta de Morandé 80. “Vi que entre bomberos y militares sacaban un cuerpo envuelto en frazadas. Reconocí el cadáver del doctor Allende, por los zapatos…”.

Patán relata que al darse cuenta de eso, comunicó a sus compañeros que la batalla estaba terminada. No había más que hacer… sólo escapar con vida.

“Uno de los muchachos trajo alcohol de la enfermería, con el que nos lavamos bien las manos, la cara… Yo tenía grasa con pólvora hasta en las orejas, porque la ametralladora estaba llena de grasa. Así que nos emperifollamos lo más que pudimos…”, relata en sus memorias.

Las armas se escondieron en un entretecho.

Volvieron al primer piso. Allí les dijo a sus compañeros: “Se van a mezclar con la gente que está en el subterráneo. Pero se me quedan ahí, al paso del primer escalón. En cuanto yo dé la orden, salimos…

“Me fui con uno de mis compañeros y nos pusimos nuevamente en el entrepiso, a mirar. (Yo) andaba con un abrigo gris, bien peinado, y les busqué conversación a los militares. Ya los milicos estaban ‘sueltos’, conversando entre ellos. Se estaban mostrando sus ‘heridas de guerra’. Habían ganado la batalla…

“Había un teniente rubio, que mostraba su casco de fierro hundido con un tiro. Se le había hundido, no se había roto. Y lo mostraba orgulloso… Y yo, pensando cómo podía meter la cuchara (hablarle) para darme a conocer. Hasta que surge la oportunidad, cuando se acerca a la ventana”, señala Cortés en su libro.

Patán dice que él mismo le habló a este oficial –a través de una ventana-: “Capitán, ¿qué podemos hacer nosotros? Somos todos funcionarios de Obras Públicas, llegamos a las siete de la mañana aquí, a trabajar, y nos encontramos con este tremendo problema… Lo único que queremos es ir a nuestras casas, por favor”.

Patán cuenta que el militar lo miró y le dijo: “Pero es que allá arriba hay francotiradores”.

“No capitán. Esos francotiradores que dice usted hace como tres horas que se fueron, todos, por arriba de los techos, y parece que se fueron por la calle Bandera, por allá…”, le comentó Patán.

Después de unos parlamentos internos, los militares dejaron salir a todos lo que estaban en el MOP, aunque afuera les quitaron las cédulas de identidad.

Esa noche Patán pernoctó en la misma cama del mismo hotel de la noche anterior. Dice que durmió “como sacó de arena”.

Es de comprender, mal que mal, fue un día muy agitado.

(PROCESO/ PRISMA INTERNACIONAL/ FRANCISCO MARÍN/10 SEPTIEMBRE, 2018)

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