SANTIAGO DE CHILE (apro).- Lo
ocurrido con el miembro del Dispositivo de Seguridad Presidencial Manuel Cortés
Iturrieta –alias Patán– el 11 de septiembre de 1973 es de película. Sin
embargo, su historia ha permanecido prácticamente ignorada por los grandes
medios de comunicación y los historiadores.
La noche anterior al golpe,
Patán durmió en el Hotel El Conquistador, de Santiago Centro. Allí se realizaba
un congreso de trabajadores de la Corporación del Cobre (Codelco), evento que
serviría de ocasión para reunir secretamente a miembros del aparato militar del
Partido Socialista (PS) y miembros del dispositivo de seguridad de Salvador
Allende.
Cortés era miembro fundador
del señalado dispositivo de seguridad –mejor conocido como Grupo de Amigos del
Presidente (GAP)-. Sin embargo, en 1972 fue comisionado para realizar funciones
de inteligencia en Chuquicamata, la mina de cobre más grande de Chile, con el
propósito de poner coto a una serie de sabotajes que estaban provocando graves
mermas en la producción de este mineral, principal fuente de recursos del país.
Había identificado y
desbaratado al comando complotador y luego se hizo cargo de la seguridad de la
mina. Pero ya debía reincorporarse al GAP, que en vísperas de la asonada
militar pasaba por difíciles momentos, según los análisis internos.
A las 7:00 de la mañana del
“11” su compañero de habitación –de apellidos Marchant Ubilla– volvió de una
tempranera caminata. “Me despertó y me dijo que en las calles estaba todo muy
raro, que estaba lleno de militares, que estaba todo vacío y que los militares
tomaban posiciones. Como todos sabíamos que posiblemente habría un golpe de
Estado, me levanté inmediatamente, tomé mi arma, una Walther P38, y le dije:
‘Pesca tu armita porque nos vamos… para La Moneda’”.
Es lo que narra Cortés en su
libro Yo Patán. Memorias de un combatiente, coescrito con el periodista e
historiador Arnaldo Pérez Guerra.
En este libro Cortés afirma
que al llegar a La Moneda –ubicada a cuatro cuadras del señalado hotel–
contactó con el jefe de escoltas de Allende, Juan José Montiglio, Aníbal, y le
dijo: “Estoy a disposición, ¿qué hago?”. Este le ordenó que se instalara en el
garaje –frente a la puerta de Morandé 80 de La Moneda-, que se hiciera cargo de
los choferes del GAP y que tuviera los autos preparados para salir en cualquier
momento.
Patán le dijo que sólo andaba
con un arma corta por lo que le pidió a Aníbal una ametralladora. “Busca en los
autos”, le contestó aquel. “Me puse a buscar y no había nada. Busqué en las
camionetas de operativos -los que iban en la avanzada presidencial-. Encontré
una ametralladora punto 30 en un tubo bípede. La saqué y miré en el pick-up.
Hallé cinco cajas de munición. Me las llevé…”, relató el agente de seguridad
presidencial.
Ya instalado en el garaje
constató que tenía muy poco ángulo visual para combatir. “Tomé una escalera, me
subí por un techo y pasé al Ministerio de Obras Públicas (MOP). Introduje a los
ocho choferes al Ministerio y estuvimos combatiendo hasta las cinco de la
tarde”.
En el garaje sólo quedó el
chofer del “auto 1” (del presidente), Julio Soto Céspedes, Joaquín. Su misión
sería quedarse a cargo del citófono que comunicaba con La Moneda.
Los combatientes apostados en
el MOP, provistos de la citada ametralladora y de fusiles de asalto AKM,
causaron gran daño a los golpistas. La Junta Militar nunca daría a conocer
cuántas fueron sus bajas en aquella jornada.
Durante la entrevista con
Apro, Patán cuenta que “desde el cuarto piso del MOP dominaba todo el frente
sur de La Moneda e impedía el paso de tropas”.
Agregó: “Yo manejaba la única
ametralladora que había en el MOP, pero con esa bastó para hacerlos mierda y no
dejarlos pasar”.
“Para mí todo pasó como en
una película. Era demasiada la actividad y estaba excesivamente eufórico. Nadie
se preocupó de mirar un reloj mientras combatíamos… Vino un ‘alto al fuego’ y,
después, comenzó de nuevo el fuego graneado. Nos dedicamos a detener las
ofensivas que venían desde la Alameda hacia La Moneda…”, señaló Patán en sus
memorias.
Allí detalla que Carabineros
emprendió una ofensiva a pie por paseo Bulnes, frente a la entrada sur de La
Moneda. “Esperábamos que los carabineros avanzaran, se desplegaran, y cuando lo
hacían (…) abríamos fuego… Arrancaban para todos lados. Después hicieron una
segunda ofensiva y ya no vinieron más…
“Después, aparecieron las
tropas especiales, tropas de elite del ejército. Trataron de filtrarse por
calle Lord Cochrane (dos cuadras hacia al poniente de Morandé, pero al costado
sur de la Alameda). Aparecen dos jeeps, y soldados de infantería.
“Los milicos me quedaban
frente a frente, a 400 metros… era cosa de contar hasta tres y ponerse a tirar…
cuando veo que ellos están disparando al Ministerio de Educación –a
francotiradores allendistas- con calma apunté y los barrí…. Deben haber sido
como 18 las bajas, entre muertos y heridos…. algunos salieron arrancando y se
meten a un puesto de frutas… y los barrí de nuevo…”, señaló a este
corresponsal.
Este miembro del equipo de
seguridad de Salvador Allende dice que, al constatar que no llegaban refuerzos
en su ayuda, espontáneamente ideó un plan para sacar a Allende de La Moneda y
conducirlo a poblaciones de la periferia sur de Santiago, que tenían fuerte
presencia allendista. Esa era su improvisado plan, en ausencia de otros más
preparados.
“Mandé a dos muchachos a
hacer una exploración por los techos para ver si había salida por calle
Bandera… Confirmaron que sí. Lograron llegar a un patio de luz de uno de los
edificios. Ahí había cuatro o cinco autos estacionados… Por lo tanto, había
autos para salir”, señala en el libro.
“Mandé al chico Lalo (Patricio Castro
Quiroz, quien vive en México) a conversar con Allende para convencerlo de este
plan”. Cuando llega donde él se
encuentra estaba combatiendo en una ventana. “Al verlo, Allende le dice con
tono fuerte: ‘¡donde está su puesto de combate compañero!’. Y el Lalo
se cagó entero y se devolvió al MOP… es lo que me dijo… entonces yo lo puteo y
le digo: ‘te devuelves inmediatamente donde Allende… Y si no quiere venir, vo’h
le pegai un cachazo en la cabeza y lo trais al hombro… como sea lo trais para
acá’, le dije. Pero cuando quiso cruzar por segunda vez había muchos disparos y
no pudo”, señala Patán en la entrevista.
Además, se presentó la
dificultad que los conserjes del MOP cerraron las gigantescas puertas de
ingreso a este edificio.
Patán –que posteriormente
llegaría a ser oficial del ejército cubano y más tarde asesor del Ejército
Popular Sandinista con el que entró triunfante a Managua el 19 de julio de
1979– dice que en un momento de la batalla el chofer Julio Soto avisa que desde
La Moneda le pidieron (por citófono) que tuviéramos mucho cuidado con disparar
a la Alameda porque venía una columna de mil 400 compañeros del MIR a
apoyarnos… entonces yo recorrí todas las ventanas avisando, incluso paramos el
fuego hacia la Alameda… para no herirlos…. Pero nunca llegaron los refuerzos…”,
señala el escolta de Allende.
El combate desde el MOP
terminó pasadas las 5:00 de la tarde, cuando constatan que Allende salió muerto
en una camilla por la puerta de Morandé 80. “Vi que entre bomberos y militares
sacaban un cuerpo envuelto en frazadas. Reconocí el cadáver del doctor Allende,
por los zapatos…”.
Patán relata que al darse
cuenta de eso, comunicó a sus compañeros que la batalla estaba terminada. No
había más que hacer… sólo escapar con vida.
“Uno de los muchachos trajo
alcohol de la enfermería, con el que nos lavamos bien las manos, la cara… Yo
tenía grasa con pólvora hasta en las orejas, porque la ametralladora estaba
llena de grasa. Así que nos emperifollamos lo más que pudimos…”, relata en sus
memorias.
Las armas se escondieron en
un entretecho.
Volvieron al primer piso.
Allí les dijo a sus compañeros: “Se van a mezclar con la gente que está en el
subterráneo. Pero se me quedan ahí, al paso del primer escalón. En cuanto yo dé
la orden, salimos…
“Me fui con uno de mis
compañeros y nos pusimos nuevamente en el entrepiso, a mirar. (Yo) andaba con
un abrigo gris, bien peinado, y les busqué conversación a los militares. Ya los
milicos estaban ‘sueltos’, conversando entre ellos. Se estaban mostrando sus
‘heridas de guerra’. Habían ganado la batalla…
“Había un teniente rubio, que
mostraba su casco de fierro hundido con un tiro. Se le había hundido, no se
había roto. Y lo mostraba orgulloso… Y yo, pensando cómo podía meter la cuchara
(hablarle) para darme a conocer. Hasta que surge la oportunidad, cuando se
acerca a la ventana”, señala Cortés en su libro.
Patán dice que él mismo le
habló a este oficial –a través de una ventana-: “Capitán, ¿qué podemos hacer
nosotros? Somos todos funcionarios de Obras Públicas, llegamos a las siete de
la mañana aquí, a trabajar, y nos encontramos con este tremendo problema… Lo
único que queremos es ir a nuestras casas, por favor”.
Patán cuenta que el militar
lo miró y le dijo: “Pero es que allá arriba hay francotiradores”.
“No capitán. Esos
francotiradores que dice usted hace como tres horas que se fueron, todos, por
arriba de los techos, y parece que se fueron por la calle Bandera, por allá…”,
le comentó Patán.
Después de unos parlamentos
internos, los militares dejaron salir a todos lo que estaban en el MOP, aunque
afuera les quitaron las cédulas de identidad.
Esa noche Patán pernoctó en
la misma cama del mismo hotel de la noche anterior. Dice que durmió “como sacó
de arena”.
Es de comprender, mal que
mal, fue un día muy agitado.
(PROCESO/ PRISMA INTERNACIONAL/ FRANCISCO MARÍN/10
SEPTIEMBRE, 2018)
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