Humillaciones. La mujer tuvo que
aguantar comentarios despectivos de su trabajo, incluso de su propio hijo. /
Roberto Armocida
Esta es la historia de cómo ‘La Minera’,
demostró a los hombres que podía hacer el trabajo para sacar adelante a su hijo
Las mujeres son sinónimo de
mala suerte en las minas, se decía que traían tragedia y ahuyentaban la
riqueza. Teresa “La Minera”, tuvo mala suerte de nacer mujer en un lugar donde
entrar a los pozos es la única llave para comer.
En una de las casas
construidas por los años 60 en el ejido Minerías, forjó su hogar. Las
cicatrices en sus manos guardan hazañas y ampollas por cargar bultos de carbón
más pesados que su cuerpo de metro y medio de estatura.
En 2008, “La Minera” se ligó
a 1 de los 4 combustibles de la tierra, un engendrador de fuego. Los primeros
en oponerse fueron sus hermanos, mineros como todo hombre de la Región
Carbonífera, al norte de Coahuila.
“¿Para qué vas?, ahí es para
los hombres, no vas aguantar”, le dijeron. Pero ella insistió.
Foto: Roberto Armocida
Después de separarse de su
pareja, se cegó por el futuro para su hijo, uno que pintara lejos de las
entrañas de la tierra.
El día en que un amigo llevó
a Santa Teresa Hernández Hernández, su verdadero nombre, –parecido al de Santa
Bárbara, patrona de las Minas– se topó con cinco compañeras más, todas
trabajando afuera, lejos de la bocamina.
Durante ocho años, fue la
única que aguantó, libró accidentes y ganó su pase al fondo de la mina. Ahí
donde dicen que los celos corrompen a la madre tierra y si una mujer entra,
castiga a los que trabajan dentro de ella.
El trabajo en las minas se
reparte por turnos, Teresa estaba en el primero. Al principio se astilló los
dedos y se puso neja por limpiar pedazos de carbón, fue “huesera”, de los que
se encargan de quitar lo que no sirve.
Labores. Teresa trabajaba en el fondo,
echando carbón y piedras al hombro. / Roberto Armocida
Se me venía mi hijo, lo único en que pensaba
era en mi hijo, si ya no volvería a verlo. Pedí a Dios que me lo cuidara, que
me cuidara"
SANTA TERESA HERNÁNDEZ HERNÁNDEZ,
EXMINERA
Un minero pasa del día a la
noche en segundos, cuando el carro que extrae el carbón baja a los trabajadores
dentro. El día en que “La Minera” bajó por primera vez a la mina, se pasmó en
el camino. “Se me venía mi hijo, lo único en que pensaba era en mi hijo, si ya
no volvería a verlo. Pedí a Dios que me lo cuidara, que me cuidara”.
Desde el primer día en que
debió salir de su casa para irse a trabajar, dejó encerrado a su hijo en el
tejabán. Las cuatro paredes de madera le dieron más confianza que llevarlo a
otro lugar, aunque eso implicara oírlo llorar mientras se alejaba.
En su camino, a la única
entrada de la bocamina, cuando todo se volvió oscuridad, Teresa quedó expuesta
a las condiciones de inseguridad con que se sigue trabajando allá dentro, a
sabiendas de que los mineros mientras más excavan, más tientan al gas metano,
más inhalan carbón y más deterioran su cuerpo.
A “La Minera” no le tembló la
mano por cargar troncos, fue asignada al equipo de los que se abren camino
hacia el corazón de la tierra. El grupo más expuesto a respirar veneno y que de
poco carga bultos para avanzar. Ahí estaba ella, en el fondo, echando carbón y
piedras al hombro, dando vueltas extras para ganarse los mil 200 pesos por
semana.
Recuerdos. En la imagen, Teresa
pintarrajeada por el carbón cuando laboraba bajo la tierra. / Roberto Armocida
Compañeros le echaban la
mano, la convirtieron en uno más. La única diferencia entre la nueva y los
demás, fueron los pantalones ajustados y un dije plateado atado al cuello,
siempre brillando.
Santa Teresa se las arregló
para trabajar en el turno de primera. Con el futuro de su hijo siempre en la
mente, consiguió meterlo a la escuela. A veces neja y sin cambiarse, corría
como podía para ir por él, dedicarle todas sus tardes.
Una pausa. La fuerza de
Teresa desaparece, se aprieta la pierna con la mano, echa para atrás su cuerpo
recargado en la cama de su casa. La música norteña suena más fuerte mientras
ella toma aire por la boca para decir con su tono golpeado: “No quiero que
vayas por mí a la escuela, los niños me dicen que eres hombre”, reprocha su
pequeño.
La sonrisa plateada se borró
el día que su hijo le dijo eso. Violencia verbal, psicológica, quizá, pero ella
calló, como callan millones de mujeres en casos registrados en el trabajo o en el
hogar.
Actividades. Teresa ahora labora en una
maquila. / Roberto Armocida
A Teresa “La Minera” le tocó
escuchar de todo. Vecinas del ejido la señalaban, echándole montón, que si se
acostaba con todos los de la mina o que si entre todos la mantenían, que si ahí
viene la machorra o que allá va la dejada. Violencia entre las mismas.
Murmullos, señalamientos.
A su hijo, la lección le
llegó con una maestra. Ella se encargó de abrirle los ojos, de hacerlo valorar
que ni la estatura ni las creencias frenaron a quien le dio la vida.
En Minerías las voces se
callaron. Santa Teresa Hernández todo el ejido la conoce. Cargar el doble de su
peso, agachada en la mina y echarse un cigarro a la salida la volvió consentida
de los más respetados del pueblo.
El día de hoy, Teresa
“conmemorará” su día con una jornada de trabajo de 12 horas, alejada de la
mina, sentada en una maquila. La maldición de una mujer dentro de la tierra se
cumplió para el pozo al que se metía, una mala excavación lo llenó de agua; lo
clausuraron.
Teresa, ahora “la ex minera”,
pasó a ganar menos por semana y trabajar más, esperando el día que le den una nueva oportunidad, con un hijo que sueña
con ser minero y seguir los pasos de su mamá.
(VANGUARDIA/ KARLA GUADARRAMA/ 11 JUL 2018)
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