Si por multitudes y aplausos
de apoyo se tratara, José Antonio Meade sería el candidato del PRI a la
Presidencia. La bufalada priista, tan poco recta de la espalda cuando
interpretan como línea los pensamientos desconocidos de su jefe en turno, el
Presidente Enrique Peña Nieto en la actualidad, ha visto sumar adeptos detrás
de Meade a personajes como Claudio X. González Laporte, a quien los subalternos
del Secretario de Hacienda han inundado con auditorías a sus oscuros negocios,
y al ex Presidente Vicente Fox, cuyo centro para promover liderazgos en
Guanajuato recibe apoyo federal. Ellos ven a Meade como el próximo ungido, y
Meade está actuando como si solo le faltara cruzar el umbral de esa puerta.
Su equipo de comunicación
está empeñado en elevar su presencia en las redes sociales, y ha inyectado sin
cuidado recursos a plataformas como Facebook, para artificialmente mostrar
conocimiento de su persona y popularidad. También está acercándose a consejos
editoriales y a periodistas para intercambiar puntos de vista, aunque
restringido a temas hacendarios para evitar, ante cualquier filtración, dar una
imagen que pueda perjudicarlo. Meade sabe que en estos momentos, cualquier acto
público fuera de lo oficial, cualquier gesto y declaración, puede ser
contraproducente. Sus acciones personales están en el límite de la prudencia,
cuando las coyunturas le han favorecido notablemente.
Es el Secretario de Estado de
mayor exposición en las últimas semanas. Muchas obedecen a la naturaleza de su
trabajo, que lo ha llevado a ser protagonista en tres eventos importantes, el
de la reconstrucción del centro y sur tras los sismos de septiembre -le compete
la ingeniería financiera para los apoyos-, el paquete de estímulos de las Zonas
Económicas Especiales, y el presupuesto. Las luces han estado sobre él de
manera natural, y ha contado con las muestras de apoyo y calidez por parte de
Peña Nieto, con el antecoro de los grupos empresariales que lanzan loas a Meade
y expresan abiertamente su deseo de que sea el sucesor.
Los respaldos públicos se
multiplican a favor de Meade, que es visto también por sus opositores y en los
medios de comunicación, como el inevitable para la candidatura presidencial del
PRI. Son tantas las expresiones de apoyo para que sea candidato, que conforman
una presión pública, quizás involuntariamente articulada, para que el
Presidente tome una decisión definitiva a su favor. El Presidente deja que todo
fluya. Esto levanta muchas suspicacias para quien ha observado a lo largo de
los años la manera como procesa las presiones Peña Nieto.
Quien mejor lo interpretó fue
Aurelio Nuño, cuando era jefe de la Oficina de la Presidencia, quien en medio
de una crisis social, política y económica por las reformas, decía en las
reuniones de stafff que vivían una tormenta perfecta, que sin embargo, no
dejaba de ser una tormenta que pasaría. Nuño confirmó esa racional en una
entrevista con el diario madrileño El País a finales de 2014, donde aseguró que
la opinión pública no les modificaría el rumbo escogido. “Vamos a tener
paciencia en este ciclo nuevo de reformas”, dijo. “No vamos a ceder aunque la
plaza pública pida sangre y espectáculo, ni a saciar el gusto de los
articulistas. Serán las instituciones las que nos saquen de la crisis, no las
bravuconadas”. Lo que dijo es lo que hizo Peña Nieto, quien no se ha salido,
hasta ahora, del libreto político y electoral de su administración.
Peña Nieto ha probado ser
refractario a las presiones de la opinión pública, y es un político que cuando
se ha tratado de mover sus piezas, particularmente las electorales, es una
tumba. Juega con señales falsas que han malinterpretado incluso quienes mejor
lo conocen, y con declaraciones ambiguas que pueden tener distintas
interpretaciones, que distraen y confunden. Él repite en privado que engaña con
la verdad, por lo que si uno se atiene a su dicho, Meade no sería su candidato,
sino alguien más de su gabinete. La inclinación hacia el Secretario es notoria,
pero la última vez que se le escuchó decir su frase de tahúr, Meade no estaba
en el escenario electoral.
¿Será acaso el Secretario de
Hacienda un señuelo? Con Peña Nieto, todo puede suceder. Pero por cuanto a
Meade, su trabajo por conquistar la candidatura, tejido semanalmente en
reuniones cerradas en lugares privados, su convicción es construir su futuro
político y qué necesitará para lograrlo, no que se trata de una pieza que será
sacrificada en función de los intereses de Peña Nieto. Meade tiene un gran
equipaje para ser candidato e, incluso, para ser Presidente si uno lo compara a
varios de quienes han llegado a Los Pinos. Sin embargo, en los partidos
políticos, especialmente en el PRI, la meritocracia no es el nombre del juego.
Por ello, la suspicacia de la
inacción del Presidente por frenar la bufalada llama la atención. A Peña Nieto
le sirve. Por un lado se construye una alianza de electores para alguien que no
es priista, y por el otro, es un distractor para cuidar a quien sea su tapado.
Imposible saber qué piensa su jefe. Lo que se ve es a Meade en todas las
fotografías del 2018, saturando los espacios y forzando un resultado. Este no
es un modelo que haya usado Peña Nieto. Meade tendría que reevaluar lo que está
haciendo y en dónde se está excediendo, para evitar la sorpresa de haber sido
un aspirante útil cuya aspiración presidencial quedó truncada por la bufalada.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ Raymundo Riva
Palacio/ 30/10/2017 | 04:00 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario