Después
de publicar la transcripción de la conversación entre los presidentes de México
y Estados Unidos el 27 de enero pasado, donde Donald Trump le dijo a Enrique
Peña Nieto que “al 100 por ciento” estaba listo para enviar tropas
estadounidenses a México a matar narcotraficantes, el periódico The Washington
Post, que reveló la transcripción, se preguntó: “¿Puede enviar Trump tropas a
México?”. Peter DeShazo, profesor de asuntos latinoamericanos del Colegio
Darmouth, respondió: “Es improbable que el Gobierno mexicano permitiría
unidades de élite, como las Boinas Verdes o los SEALs, para enfrentar a los
cárteles de la droga, o jugar un papel activo en asesorar y apoyar a las
unidades mexicanas. No es un tema unilateral. El crimen organizado es un asunto
internacional y no un tema doméstico de México”. DeShazo, The Washington Post y
el propio Trump, están rebasados. Trump no necesita enviar tropas, porque hace
tiempo sus militares están en México.
No
en la forma como recuerda el Post la invasión estadounidense en 1847-48, o los
amagos de la flota estadounidense en Veracruz en 1914. Ese modelo de
intervención corresponde a un pasado muy lejano. La presencia tiene distinta
cara y existe en México desde hace varios años. Incluso, desde los albores de
la Segunda Guerra Mundial se firmó un oscuro tratado bilateral donde ambos
países pueden utilizar, sin necesidad de solicitar autorización, los
aeropuertos y las bases militares de cada nación en situaciones
extraordinarias.
El
Post recuerda el origen de una revigorizada relación militar, cuando el
problema común del narcotráfico produjo una alianza táctica para enfrentarlos,
pese a la desconfianza del y en el Ejército Mexicano. Esa desconfianza de
Washington propició que el apoyo central se fuera a la Marina. Un grupo importante
de marinos mexicanos fueron entrenados por el Cuerpo de la Marina de Estados
Unidos y los capacitaron al mismo nivel de los SEALs, que es como se conoce a
las unidades Mar, Aire y Tierra, de donde viene el acrónimo de las fuerzas de
operaciones especiales más sofisticadas que tiene la Armada.
Los
estadounidenses los entrenaron en sus instalaciones de Virginia y el sur de
California, de donde salieron tres comandos de élite construidos a imagen y
semejanza de los estadounidenses, que se encuentran en las bases de la Ciudad
de México, Veracruz y Acapulco. Los SEALs estadounidenses figuran en las
operaciones más espectaculares y conocidas de la guerra, como las invasiones a
Panamá y Afganistán, o la muerte de Osama bin Laden, y condujeron tácticamente,
a los comandos mexicanos que abatieron a Arturo Beltrán Leyva, el letal capo
del narcotráfico, en diciembre de 2009. La CIA también ha trabajado con los
comandos mexicanos, a quienes actualizó mediante contratistas privados en
instalaciones secretas cerca de la Ciudad de México. La CIA, aunque no es
militar, fue clave en la primera captura de Joaquín “El Chapo” Guzmán en
Mazatlán, donde tambbién participaron SEALs estadounidenses encubiertos.
Esta
participación estadounidense en México es previa al Presidente Trump, y se
sigue manteniendo en secreto. Al público sólo se le informa periódicamente de
ejercicios conjuntos de las fuerzas armadas. De 2014 a 2016, recordó el Post,
se incrementaron 20 por ciento los programas conjuntos, que van desde compartir
inteligencia para atacar por aire, tierra y mar a los cárteles de la droga de
Centro a Norteamérica, a asesoría legal de abogados estadounidenses a los
militares mexicanos para la observancia de los derechos humanos. En ese
periodo, agregó, se han destinado 27 millones de dólares para entrenar a los
comandos mexicanos, desde combate cuerpo a cuerpo, a invasiones simuladas en
playas. El último ejercicio fue en julio pasado, cuando la Fuerza Aérea
Mexicana en coordinación con el Comando del Norte y el Comando Norteamericano
de Defensa Aeroespacial, realizaron el tercer ejercicio conjunto, Amalgam
Eagle, en la Base Aérea Militar en Hermosillo.
La
forma como se ha entreverado la injerencia, participación y asistencia del
Pentágono en las Fuerzas Armadas mexicanas es profunda, aunque no responde a la
obsoleta categoría de análisis que planteó Trump a Peña Nieto, ni a la manera
como planteó el Post el dilema de la conversación telefónica entre los dos
presidentes. El Post, extrañamente, tomó el caso de las unidades militares
colombianas que entrenan junto con la Fuerzas Especiales del 7º Batallón del
Ejército estadounidense, para asegurar que la política interna en México no
permitiría semejante decisión. Error. Eso ya sucede, de manera más profunda,
sin que parezca haberle importado a la oposición mexicana la forma como, en
particular la Marina, se injertó dentro de los modelos estratégicos de
seguridad de la Armada estadounidense.
No
habrá tropas marchando sobre territorio mexicano, aún si existiera una
autorización del gobierno y el Congreso, porque en realidad no se necesitan. La
lucha contra el narcotráfico no llegará a la victoria si sólo se utiliza la
fuerza. Se requiere inteligencia e ir desarticulando sus redes financieras y de
lavado de dinero para deshidratar a las organizaciones, aparejado no de
combates tipo la Segunda Guerra Mundial, con batallones en las trincheras, sino
con unidades de élite realizando operaciones quirúrgicas como las de Beltrán
Leyva o, más recientemente, contra Felipe de Jesús Pérez Luna, “El Ojos”, el
líder del narcomenudeo abatido hace unos días en Tláhuac de un tiro en la
cabeza, dentro del automóvil donde huía. Trump y quien le haga caso, llegaron
tarde a la historia. Militares estadounidenses con capacidad operativa y de
decisión en México, hace tiempo llegaron para quedarse.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter:
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 07/08/2017 | 04:07 AM)
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