No es el mejor momento para
una reunión entre los presidentes Enrique Peña Nieto y Donald Trump, pero en
unos días se verán las caras en privado. Hay que hacer dos consideraciones para
tratar de entender por qué dialogarán en el marco de la cumbre del G-20 en
Hamburgo a finales de esta semana: ¿Cuándo es el mejor momento para reunirse
con Trump? Si era inevitable que se cruzaran y hablaran durante las sesiones,
¿no sería más costoso el no tener un encuentro bilateral? Nunca habrá un buen
momento para hablar con el actual inquilino de la Casa Blanca, porque con él
siempre es un viaje hacia lo desconocido cualquier tipo de interlocución o
trato con él. Pero al mismo tiempo, el no formar parte del grupo de nueve
líderes que hasta ahora se ha programado hablarán bilateralmente con él,
probablemente habría sido interpretado en México como un nuevo desdén del
Presidente estadounidense.
Difícilmente podrán sentirse
tranquilos los funcionarios mexicanos más sensatos por el encuentro con Trump.
La cancillería mexicana no había hecho ningún esfuerzo por buscar una
entrevista entre ellos, porque no tendrían nada importante y concreto que
pudieran anunciar. Una plática entre estos dos presidentes, que con otros
mandatarios estadounidense se podía presumir en un comunicado lleno de
caracterizaciones de que fue “cordial”, donde “revisaron los temas de la agenda
bilateral” y “acordaron seguir trabajando” para fortalecerla, no podrá ser
tratada de igual manera porque a diferencia de antaño, en el caso de Trump,
sólo jugando a las forzadas con él, levantándole la voz y confrontándolo, se
manda un mensaje de no subordinación.
Peña Nieto no presentará una
postura de esas características porque genéticamente es todo lo contrario, de
formas muy suaves y de trato débil cuando debe imponerse. Por si no fuera
suficiente ese pasivo, Trump es un personaje impredecible y tramposo. Peña
Nieto ya ha sufrido y padecido sus exabruptos y mentiras, pagando con
humillaciones y descrédito los atropellos. El peor de ellos cuando en enero
pasado prácticamente le retiró la invitación en público a ir a la Casa Blanca.
Ese episodio precedió a un acuerdo de no hablar sobre el muro en la frontera y
que México iba a pagarlo, como decía Trump, que lo rompió en la víspera de que
iniciaran delegaciones de alto nivel de los dos países las primeras pláticas
sobre las relaciones bilaterales, a unos cuantos metros de la Oficina Oval.
Trump dijo el jueves 26 de
enero en su cuenta de Twitter: el Presidente Peña Nieto no debe visitar Estados
Unidos a menos que México esté dispuesto a pagar por el muro. Poco después, por
la misma red social, Peña Nieto anunció la cancelación del viaje, previsto para
el día 30. Las primeras pláticas oficiales entre los dos países habían
arrancado en la víspera, y recién se sentaban los secretarios de Relaciones
Exteriores, Luis Videgaray, y de Economía, Ildefonso Guajardo, comenzaron las
hostilidades, que se convirtieron en insultos del supremacista consejero
presidencial, Steve Bannon. Los mexicanos consideraron levantarse de la mesa,
pero porque ello lanzaría la relación bilateral al abismo, aguantaron el
maltrato.
La cancelación de la visita
llevó la relación a uno de los puntos más álgidos que se recuerda, en situaciones
incluso más difíciles que durante la tortuosa negociación sobre el acuerdo de
gas natural durante el gobierno de José López Portillo, o más grave que cuando
se enfrentaron los gobiernos de Miguel de la Madrid y Ronald Reagan por su
intención de invadir Nicaragua. Se puede argumentar que fue la fisura más
grande entre los dos países en tiempos de paz, que tuvo un proceso de
recuperación con el trabajo que se realizó posteriormente con los secretarios
de Estado, Rex Tillerson, y de Seguridad Interior, John Kelly. Aún así,
exabruptos antimexicanos de Trump, en medio de negociaciones bilaterales, llevó
a Kelly en un momento, durante una de esas reuniones en la Ciudad de México, a
disculparse con los mexicanos por las declaraciones de su Presidente.
El estado de relación
bilateral ha continuado avanzando por buen camino, con acuerdos marco en
materia de seguridad regional y alcanzándose los tiempos óptimos –para su
aprobación antes de los periodos electorales de 2018- para la renegociación del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Pero por más sólido que sea los
construido, no deja de ser frágil por la explosividad bipolar de Trump y su
búsqueda permanente, en momentos de dificultad, de voltear una y otra vez a
México para fustigarlo en los temas de migración y comercio que son los que
mejor juegan con su electorado conservador, que mantiene aún de manera
homogénea, para desviar la atención.
Angela Merkel, la Canciller
federal Alemana y anfitriona de la cumbre del G-20, anticipó la semana pasada
que la presencia de Trump va a ser tensa y difícil, por temas como medio
ambiente y libre comercio, donde se encuentra literalmente, casi contra todo el
mundo. Su temor fue confirmado durante el briefing que dio el consejero de
Seguridad Nacional de la Casa Blanca, H.R. McMaster, sobre la reunión. “Desde
la perspectiva de política exterior, el objetivo del Presidente será dejar
claro, incluso a nuestros aliados, que Estados Unidos no puede tolerar un
comercio injusto y prácticas desventajosa para nuestros trabajadores y nuestras
industrias”, dijo. “Estamos preparados para actuar donde sea necesario”. No se
necesita más. Trump va con la espada afilada. Peña Nieto, en el contexto
actual, es su rival más débil.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
Twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 03/07/2017 | 04:08 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario