CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).-
Detengan la respiración, señoras y señores del siglo 21: pónganse las gafas,
abran grandes los ojos y asómbrense: hete acá que vivimos en México ahora mismo
la Nueva Cristiada. Y no, no es una alucinación, ni es un movimiento marginal
de un sector lunático de la población. (Benditos estaríamos.) Estamos, ¡ah, qué
inoportunamente!, ante un movimiento bien financiado y organizado desde el
Arzobispado de México y desde un grupo de empresarios que se autonombran Los
Consagrados. Un grupo secreto, donde los rumores que corren por los pasillos
húmedos y oscuros de los subsuelos de las catedrales, colocan a Manuel Arango,
Bobby Slim y la familia Autrey, rumores que por lo pronto los nombrados no
desmienten.
Un movimiento que se antoja
absurdo en el siglo 21 y que sin embargo viene logrando mucho en nuestro país.
Por lo pronto ha logrado ya que los gobernadores de Durango, San Luis Potosí y
Veracruz (este mismo lunes), en ceremonias masivas que la prensa nacional ha
dejado sin reportar, “consagren” sus estados a la Virgen de Guadalupe y al
Corazón de Jesús. Un movimiento que está inundando periódicamente las calles de
Morelos cada domingo para destituir a su gobernador, abiertamente pro derechos
y libertades igualitarios. Un movimiento que apenas hace dos semanas forzó al
presidente Enrique Peña Nieto a recular en la iniciativa que envió al Congreso
para incluir las bodas homosexuales en la Constitución, al tiempo que ha venido
comprando a golpes de amenazas y billetes a los legisladores de los estados
donde este año se ha criminalizado el aborto.
¿Qué hacen ante esta
embestida del catolicismo talibán nuestros partidos políticos? ¿Qué hacen los
legisladores de nuestra República laica? Al primer soplo se han hincado. Por
boca de su jefe de bancada en el Senado, el senador Emilio Gamboa Patrón, el
PRI declaró esta semana su sumisión: el PRI, dijo, no defenderá a los gays ni a
las mujeres, porque “tiene cosas más urgentes que atender”. La tibia reacción
del PRD es patética, la propia de una izquierda muerta de miedo y sin voces articuladas.
El líder de Morena, Andrés Manuel López Obrador, desde hace tiempo ha dado su
beneplácito a los curas fundamentalistas: las mujeres y los gays le parecen a
él “temas menores”, su expresión, no la mía. El ala liberal del PAN está
dejándose arrasar por sus extremistas. Y en conjunto los políticos se tapan los
oídos, se hincan y persignan ante el arzobispo Norberto Rivera, luego se
levantan y se van a sus pecados, dejándoles el problema a los ciudadanos.
¿Qué dice por su parte El
Vaticano? Por lo pronto nada oficialmente. Pero el padre David Fernández,
jesuita y rector de la Universidad Iberoamericana, publicó esta semana en el
periódico Reforma un artículo inquietante. En él afirma que la Iglesia del
siglo 21 tiene como reto “incluir a la diversidad” y “reconocer la dignidad” de
los gays y las mujeres. Al afirmarlo, da por sentado que la Cristiada mexicana
no cuenta con la bendición del Papa Francisco. Por su parte el padre Alejandro
Solalinde ha sido aún más claro. Ha declarado que este movimiento nace de “las
fobias personales del arzobispo Norberto Rivera”, fobias que “no corresponden a
la línea del Vaticano”, que ha ordenado a sus sacerdotes lo contrario: dejar de
mirar los genitales ajenos y sus usos, y enfocar los ojos en “las víctimas de
la pobreza y la guerra”.
Agréguese a esto el dato de
que Norberto Rivera tiene marcada ya su fecha de jubilación en nueve meses, y
el panorama termina de esclarecerse. Estamos ante la última bravuconada de un
cardenal que en plena insumisión al Estado laico y al Papa de su Iglesia incita
al desorden civil. Un cura que suelta los canes de su ira contra las mujeres y
los gays, y pone de rodillas a nuestros desvertebrados hombres y mujeres de la
política, porque sí, porque lo puede, porque no hay hombres ni mujeres en
nuestra política que defiendan al Estado laico, porque darse el lujo de joder a
la mitad de la población bien vale la inmoralidad de pactar y fotografiarse con
gobernadores corruptos como Duarte de Veracruz, porque con esta muestra de
músculo quiere forzar la designación de su relevo, porque quiere irse de su
trono dejando como legado el alboroto social, y porque no hay mil mexicanos que
le digamos ¡basta, ciudadano Rivera!, ya tu tiempo está por acabarse, pon la
mitra en el perchero y mejor despídete en paz.
Que nadie se confunda. No
estamos ante un debate ideológico que busca con sinceridad clarificar si el
aborto y la homosexualidad son benignos o no. Ese debate ya se dio en México en
el siglo 20, con resultados conocidos. Para el año 2000, la descriminalización
de la interrupción del embarazo (de acuerdo con ciertas condiciones) regía ya
en cada uno de los estados de la República. Y en el año 2015, la Suprema Corte
de Justicia dictaminó que la discriminación a personas homosexuales en
cualquier asunto, incluidos el matrimonio y la adopción de hijos, era
anticonstitucional. Como tampoco estamos ante un movimiento popular genuino.
Lejos de ello, estamos ante lo dicho, el último estertor rabioso de un casi
exarzobispo y su coro de donadores ricos, señores que aman la estructura
patriarcal y quieren imponerla no sólo sobre su familia, sino sobre el
universo.
La moraleja de tales certezas
es simple. Sería un error reiniciar un debate ideológico que ya sucedió. Sería
un error también suponer que un movimiento que no es popular, sino financiado,
perderá tracción ante lo inverosímil de sus banderas. Para derrotar esta Nueva
Cristiada hace falta que cien mil mexican@s despertemos de nuestros asuntos del
siglo 21 y nos tomemos el tiempo de mostrar nuestra adhesión al Estado laico y
a los derechos y libertades de la diversidad. Que nos expresemos en el espacio
público –la prensa, las redes sociales, la calle– y confirmemos que somos
much@s más que la grey del casi exarzobispo. Que elevemos el costo a nuestros acomodaticios
políticos señalando a los que traicionan esas causas ya mayoritarias. Y que
saquemos nuestros pañuelos blancos (o redactemos nuestros tuits) para decirle a
Norberto: #adiós, a-Dios-encomendamos-tu-pendenciera-alma.
Tengo en mi sereno pecho la
hermosa sensación de que la Virgen de Guadalupe y el Sagrado Corazón de Cristo
nos lo agradecerán.
(PROCESO/ ANÁLISIS/ SABINA BERMAN/ 3
SEPTIEMBRE, 2016)
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