En el velorio de la esposa
del Senador Emilio Gamboa, hubo momentos en los cuales el ambiente era tan
tenso que helaba. Hubo una guardia de honor encabezada por el Presidente
Enrique Peña Nieto en la cual lo acompañaron, entre otros, el Secretario de
Hacienda, Luis Videgaray, de Educación, Aurelio Nuño, y el Subsecretario de
Gobernación, Luis Miranda, compadre del Presidente. La ausencia notable era la
del jefe del gabinete y quien había trabajado las reformas en el Senado con
Gamboa, el Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong. “Era muy
incómodo”, dijo un alto funcionario que vio la escena. “No se hablaban, le
daban la espalda”. Se refería a Osorio Chong.
La imagen refleja lo que está
sucediendo en el equipo compacto de Peña Nieto, en el fin de una etapa cuya
fecha de caducidad puede establecerse el 19 de junio pasado, cuando una pésima
operación de la Policía Federal en Nochixtlán, dejó ocho muertos y más de un
centenar de heridos. Ese día Nuño, quien durante casi un año utilizó un
lenguaje policial en contra de la Coordinadora Magisterial, quedó arrasado por
la fallida operación. Quien lo humilló públicamente fue Osorio Chong, quien
para restaurar el orden y la tranquilidad en Oaxaca, inició negociaciones con
la disidencia magisterial de las que Nuño fue excluido. En las conversaciones
Nuño envió a su jefe de Oficina, Mauricio Dávila, sin voz ni voto.
El maltrato a Nuño molestó al
Presidente, quien se lo hizo ver a Osorio Chong, según funcionarios, y terminó
de romper la de sí frágil relación entre los dos, y del Secretario de
Gobernación con Videgaray. Se acabaron los formalismos y aunque se mantuvo la
relación institucional, la batalla entre los dos puntales del gabinete de Peña
Nieto entraron en una confrontación largamente anunciada e igualmente
contenida. El conflicto está afectando a Los Pinos y a la gestión del
Presidente, que no termina de decidir qué va a hacer con Osorio Chong. Pero al
mismo tiempo, tampoco parece estar convencido de deshacerse de su Secretario de
Gobernación para entregarle todo el poder al de Hacienda, lo que sería el final
total de la presidencia tripartita del arranque del sexenio y el comienzo de un
modelo con una especie de vicepresidente al estilo español, con funciones de
Primer Ministro.
El resultado de la
indefinición está provocando un enorme desgaste al Secretario de Gobernación,
quien parece arrinconado en Bucareli, mientras Videgaray avanza en la
colocación de sus cuadros en cuanto puesto de primer, segundo y tercer nivel
queda vacante en la administración. El deterioro es una larga agonía para
Osorio Chong, quien se ha aferrado a los cuadros que le son incondicionales,
aunque se hayan convertido en lastre. Uno, por razones de salud, es el director
del CISEN, Eugenio Imaz, quien va por la quinta quimioterapia, pero mantiene el
secretario en el cargo para poder seguir controlando la inteligencia civil. El
otro es el comisionado de la Policía Federal, Enrique Galindo, que debió haber
sido cesado tras el fiasco del operativo en Nochixtlán que revigorizó a la
Coordinadora Magisterial y cambió el rumbo de la conversación nacional sobre la
Reforma Educativa hasta convertir su demanda de derogación, en una revuelta
social en el sur del país.
Peña Nieto se encuentra en una
disyuntiva crítica para su Gobierno. ¿Qué puede hacer? Por lo pronto, revisar
lo que hizo un antecesor suyo en Los Pinos, el Presidente José López Portillo,
quien despidió en noviembre de 1977 a dos amigos y cercanos colaboradores, el
Secretario de Hacienda, Julio Rodolfo Moctezuma, y el de Programación y
Presupuesto, Carlos Tello. Chocaron por el presupuesto de 1978, cuando
Moctezuma rechazó dos veces el documento que presentó Tello al gabinete
económico, que fue el colofón del conflicto entre un monetarista -el primero-
que veía como una necesidad la intervención del Fondo Monetario Internacional,
y un expansionista -el segundo-, que abogaba por la independencia económica y
el desarrollo de una política industrial contra la idea del mercado abierto.
López Portillo lidió con sus
colaboradores, enfrentados en una lucha por la hegemonía dentro del gabinete,
como parte de una disputa política que hacía que las dos posiciones fueran
excluyentes. En sus memorias, Mis Tiempos, López Portillo apuntó que las renuncias
fueron “la decisión más amarga y dolorosa que (había) tomado en el régimen”,
pero no podía hacer otra cosa. “Cada uno de ellos pretendiendo ser portadores
de la verdad, (dejaron) sueltos a sus colaboradores como si fueran jaurías
rivales y empleando sus fuerzas principales en combatirse y destruirse antes
que en integrar la política económica”.
El choque de sus dos
secretarios y su consecuente renuncia, reflexionó López Portillo, alteró los
planes del Gobierno y “el esquema mismo de la sucesión presidencial, pues desde
que asumí la presidencia había entendido que el siguiente presidente tendría
que ser de una generación posterior a la mía”. Aquél pleito alteró la sucesión
presidencial en 1982, que tuvo un impacto del que todavía hay consecuencias. La
experiencia dice que aquella decisión, que fue un golpe de timón, equivocado.
No debía haber despedido a los dos sino a uno solo. López Portillo pensaba que
la posición de Tello era la mejor, en términos racionales, pero la de
Moctezuma, la que necesitaba el País. Peña Nieto puede tener en López Portillo
la luz que le ayude a tomar la decisión que tanto necesita, y evade.
Twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 17/08/2016 | 04:06 AM)
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