A nadie debe extrañar que el gobernador esté haciendo del general
Moisés Melo García el semidios que los sinaloenses requieren para vivir
en paz. Si Mario López Valdez convirtió al exgobernador Antonio Toledo
Corro en un prócer de la educación y legado moral para las nuevas
generaciones, se puede esperar cualquier cosa. Desde el inusual homenaje
de despedida que se le brindó en Mazatlán al militar, López Valdez
adelantó que le había hecho una propuesta para que se integrara a su
gabinete, resaltando, por supuesto, las virtudes del general.
No conforme, Malova le hizo otro reconocimiento, ya sin las
formalidades y protocolos castrenses, en Altata, donde reunió lo mismo a
alcaldes que a exalcaldes, funcionarios de su gabinete, amigos y
empresarios, donde volvió a cubrirlo de las medallas que el Ejército
Mexicano, al menos hasta ahora, no le ha colgado.
El gobernador ha querido venderle a los sinaloenses la idea de que
Melo García, por su experiencia y aparente reciedumbre, es el hombre que
se ocupa detrás de todo el aparato de seguridad estatal.
Pero algo más que un interés de Estado hay en ese enamoramiento mutuo
si después de que en marzo del año pasado, cuando policías municipales
asesinaron a dos militares en Mazatlán, el gobernador, el general y el
alcalde —entonces era el panista Alejandro Higuera Osuna— estaban
chocando copas en un evento previo a la Semana Mayor.
Por lo menos un
mismo ángulo desde el cual se observa la violencia en Sinaloa y las
formas de enfrentarla. Una misma visión sobre los cárteles de la droga,
generadores de la inmensa mayoría de las ejecuciones que siguen teniendo
a la entidad entre las dos o tres más violentas, por más que el
gobernador presuma con petulante regocijo haber disminuido los índices
delictivos.
Hay generales que han pasado por Sinaloa —por la Novena Zona y por la
Tercera Región Militar— sin pena ni gloria. Pero hay otros que han
destacado por su labor frente a los cárteles de la droga. Uno de ellos
fue el general Sergio Aponte Polito, un peculiar jefe de la Novena Zona
Militar que igual manejaba las armas que el micrófono y no perdía
oportunidades para decirle al gobernador —Jesús Aguilar Padilla en esos
tiempos— y al alcalde de Culiacán —Aarón Irízar López— que tenía la casa
llena… de malandrines y que era urgente purgar las corporaciones
policiacas, coludidas hasta el tuétano con el hampa. No fue por ello
—casi por nada— tersa su salida.
Otro fue el general Rolando Eugenio Hidalgo Eddy, quien desde que
llegó a la Novena Zona Militar, en 2006, le declaró la guerra al cártel
de Sinaloa —cuando todavía no se dividía— y tuvo que salir por piernas
en octubre del mismo año, después de que le dejaron frente a la puerta
del cuartel el cuerpo de un jornalero de Jesús María asesinado y de que
le tiraron perros descuartizados con una amenaza lapidaria: “Copela o
cuello”. Esa misma noche, en la última semana de octubre, Hidalgo Eddy
abandonó Culiacán en medio de un operativo sigiloso en el que fue
auxiliado por el gobierno estatal. Camuflado de civil, se subió al avión
del gobernador que lo trasladó a la ciudad de México.
Hidalgo Eddy regresó a Sinaloa seis meses después luego de una fugaz
estadía en Rusia, como agregado militar en la embajada, en medio de una
crisis de credibilidad del Ejército después de que elementos castrenses
masacraron a una familia en la sierra de Sinaloa municipio, por los
rumbos de La Joya de los Martínez. Estaba al mando de la Novena Zona el
general Arturo Olguín Hernández, quien ya no volvió a dar la cara y
luego se sabría que había sido trasladado a la ciudad de México.
A punto de la jubilación, el general Hidalgo Eddy terminó sus días
como activo castrense en Sinaloa, soñando que podía atrapar a Joaquín el
Chapo Guzmán y con ello cubrirse de gloria, mientras el narco
“más buscado” del mundo se preguntaba “¿Para qué lo toma tan personal?”.
No fue el caso del general Moisés Melo —un superhéroe para el
gobernador López Valdez—, quien llegó en diciembre de 2010 proveniente
de la Décima Zona Militar con sede en Durango, seguido de una fama de
violador de derechos humanos cometidos por tropas a su mando. En tres
años, primero como jefe de la Novena Zona y luego como comandante de la
Tercera Región, Melo García no puede contar grandes golpes al
narcotráfico en Sinaloa y más bien puede afirmarse que los más
importantes descalabros que han sufrido los cárteles de la droga que
operan en Sinaloa los han recibido fuera de la entidad. El Fantasma, sí, el Ondeado, también, pero esos y otros casos tienen el tufo de la entrega.
Bola y cadena
PERO SI MALOVA SE HA DISPUESTO a integrarlo al gabinete lo
hará. Modificará los reglamentos que sea necesario y lo tendrá a la mano
como su hombre fuerte en materia de seguridad. A un lado de Chuytoño,
otro de los astros del gobernador. No hay que albergar muchas
esperanzas en un estado donde mandan los narcos, unos allá y otros acá,
cada quien con sus parcelas de poder, unas más grandes y otras no tanto.
Y no cambiará nada el hecho de que sea un general con honores. La mafia
no cede a las medallas.
Sentido contrario
Y SERÍA POCO SERIO PENSAR que Malova quiere darle un cargo a Melo porque las familias de ambos se van a emparentar políticamente con un casorio en puerta. Cómo pues.
Humo negro
LO QUE NO SE DIRÁ MUCHO en la semblanza póstuma del exgobernador
Alfredo Valdez Montoya, es que bajo su gobierno fueron asesinados los
estudiantes María Isabel Landeros y Juan de Dios Quiñones, el 7 de abril
de 1972, cuando luchaban en la UAS por el derrocamiento de Gonzalo
Armienta Calderón, encabezados por otro que acaba de partir: Liberato
Terán Olguín.
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