Antes pagaban
cuatro dólares por tonelada de hierro al grupo criminal; ahora las autodefensas
les exigen la mitad de ese precio para “sobrevivir y quitarse de encima a los
templarios”.
Michoacán.- Aguililla,
el cuarto sitio levantado en armas el año pasado contra el cártel de los
caballeros templarios, municipio minero, era, literalmente, una mina de oro
para los criminales. Éstos extorsionaban a los empresarios del ramo con cuatro
dólares por tonelada de hierro extraída. Del lugar se obtienen 5 mil toneladas
por día. Veinte mil dólares cada 24 horas eran para los delincuentes. Los
criminales sacaban 7.3 millones de dólares anuales, casi 95 millones de pesos
al año.
Con el surgimiento
de las autodefensas, los mineros pensaron que la sangría se había terminado.
Error. Los civiles armados los convencieron de que era necesario que aportaran,
como “ayuda” a su movimiento surgido para “liberar” y proteger el lugar, un
diezmo de… dos dólares por tonelada. La mitad de los que les saqueaban Los
templarios. Desde julio (fecha del alzamiento en Aguililla) y hasta febrero, el
monto de tal diezmo es de… 2.4 millones de dólares, 31 millones de pesos que
han ido a parar a las arcas de las autodefensas. Extorsión… contra la
extorsión.
Los mineros con los
que pudo hablar MILENIO en la Sierra, no están contentos.
—Sí, es cierto, lo
que nos cobran nada más es la mitad de lo que nos quitaban los otros, pero ¿no
que venían a liberarnos de las extorsiones? ¿Por qué tenemos que pagar esa
cantidad por tener seguridad en nuestra zona, para que no incendien o
intercepten nuestros camiones y… supuestamente para ya no pagar? ¡Es absurdo
pagar por no pagar!... —dice uno de ellos con enojo mientras maneja su troca
4x4 en los estrechos caminos que conducen hasta la cima de la montaña, donde a
cielo abierto las máquinas extraen el mineral.
Adalberto Fructuoso,
ex alcalde del lugar y líder de las autodefensas locales, lo niega
enfáticamente ante la cámara. Dice que en todo caso serían miembros aislados
entre los levantados en armas.
—¿No vamos a
escuchar, no vamos a empezar a escuchar historias, que ya se empiezan a oírse
de que grupos de autodefensa se convierten exactamente en lo mismo que Los
templarios? ¿No van a cobrar ustedes?
—Mira, lo hemos
hablado los dirigentes de los grupos. Yo creo que sí hay gente que va a querer
hacer eso, a lo mejor a escondidas. De hecho, hay algunos compañeros que por
allá se sabe que vienen a sorprender a la gente, pero tenemos bien claro los
dirigentes que si hay un grupo de 80 o 100 personas, o la cantidad que sea, y
quiere hacer eso, entre todos los municipios nos vamos a juntar y nos los vamos
a comer. Los vamos a tragar. Los vamos a acabar… —afirma mientras es entrevistado
en la carretera rumbo al poblado de El Aguaje.
Una vez alejada la
cámara, prosigue la charla, y ante la insistencia de MILENIO, y sobre todo de
una reportera española de la Agencia France Press, que pidió acompañar en el
periplo a este diario (junto a su fotógrafo), no tiene más que reconocerlo
(mérito de las repreguntas y persistencia de Carola Solé, la periodista). Sin
inmutarse ya (“Es que no me gusta la cámara”, alega), acepta que cobran el
diezmo de dos dólares a las mineras, y lo explica así:
—No nos dan dinero
(los mineros) para matar gente, ni para robar, ni extorsionar, ni nada de eso,
sino para sobrevivir y quitarse a Los templarios de encima…
Más claro,
imposible.
Por cosas como esas
en el lugar empieza a dividirse la gente que forma las autodefensas. Se empieza
a crear una fuerte disidencia de Fructuoso, este dueño de la única gasolinera
del lugar, que ya ha sido investigado por presuntos vínculos con Los caballeros
templarios. De hecho, durante el famoso Michoacanazo, cuando fueron detenidos
11 presidentes municipales acusados de estar relacionados con el crimen
organizado (a la postre todos fueron liberados), el ex alcalde Fructuoso
también fue investigado por la entonces Subprocuraduría de Investigación
Especializada en Delincuencia Organizada de la Procuraduría General de la
República.
“No me comprobaron
nada porque yo no tenía nada”, dice Fructuoso.
Sin embargo, no
tiene el menor recato para aceptar sus relaciones con la cúpula de Los
templarios…
—Pregúntame si
conozco al Chayo (Nazario Moreno, fundador de ese cártel). Sí lo conozco, he
platicado con él. Si me hablaba y me decía que fuera a una reunión, yo iba. Si
el gobernador me decía: “Ven a Casa de Gobierno”, y yo no tenía ganas de ir, le
decía: “¿Sabes qué? No puedo ir”. O no le decía nada y no iba. Con Godoy, por
ejemplo. Pero si me hablaba Chayo y me decía que fuera, que me mandaba llamar,
iba. Si yo tenía diarrea, si tenía calentura, si tenía lo que tenía, tenía que
ir…
—¿A dónde?
—Pos a donde me
dijera.
—¿Y si no iba, se lo
quebraba?
—Pos nomás
imagínate… También decían que yo era trabajador de La Tuta (en efecto, eso
afirman quienes se le oponen). A La Tuta no lo conozco…
—¿No trabajó usted
para El Chayo?
—Nunca he trabajado
para El Chayo...
—¿Cuándo fue la
última vez que vio a ese señor?
—Hace como dos años…
—¿Después de que
supuestamente estaba muerto (durante un largo enfrentamiento con la Policía
Federal y el Ejército ocurrido en el sexenio de Felipe Calderón)?
—Sí, pues cuál
muerto…
—¿Después de que
supuestamente estaba muerto lo llegó a ver?
—Claro, aquí en
Aguililla…
—¿Se cambió el
rostro?
—No, nada, cuál
rostro…
-¿Quedó cojo?
—No, nada, está como
tu…
—Si usted iba a ver
este tipo de gente, algo le pedirían, ¿o para qué iba?
—No, a saludarme.
Nada me pidió.
—¿Usted, viendo a la
cámara, afirma que no fue parte de ese cártel y que no tiene antecedentes con
ese cártel?
—Nunca he formado
parte, ni de ese ni de otro cártel… —se incomoda con la insistencia.
***
Aguililla. La mina
de oro de 95 millones de pesos anuales de hierro de Los templarios que, además,
se quedaban con grandes porciones del mineral que enviaban a Asia a cambio de
precursores químicos que eran cocinados en Tierra Caliente para producir las
metanfetaminas que son consumidas en Estados Unidos. Por eso la furia con la
gente de Aguililla cuando se rebeló. Por eso las constantes balaceras y
emboscadas el año pasado que costaron una docena de muertos y otra docena de
desaparecidos. Ahí están las huellas aún, en una casita toda baleada hasta que
quedó casi como coladera su frente: más de 70 impactos en el exterior, una
veintena en el interior. Y ahí están las cicatrices del miedo todavía, como
cuando los habitantes recuerdan el peor de sus días de terror durante la
rebelión de 2013, cuando un comando de templarios se subió a un cerro desde el
cual lanzó un proyectil, un bastón chino, una especie de granada lanzada con un
tubo, la cual cayó en una escuela primaria. Gritos, llantos, angustia. A partir
de ese momento la presencia de las fuerzas federales fue permanente y evitó una
desgracia.
Hoy, la gente ya
sonríe. Pero siempre acude a la voz baja: el miedo que no acaba de
desvanecerse.
(MILENIO/ Juan
Pablo Becerra-Acosta / 26/02/2014 04:41 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario