¿Cómo
explicar de forma creíble que el capo más buscado de México –y de
Estados Unidos-- fuera detenido en tres minutos “y deja inmediatamente
que los marinos hagan su trabajo”, según la versión reciente del
secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, pero las
autoridades tardaron más de seis horas en acreditar la información, la
identidad del narcotraficante y en responder a la presión de las
versiones del Departamento de Estado de EU “filtradas” a la prensa?.
¿Por qué la agencia informativa AP y el periódico The New York Times
–que tuvieron la “primicia” de la captura de Joaquín el Chapo Guzmán y
de su foto en el momento de la detención-- citando fuentes de la DEA y
del Departamento de Estado afirmaron que fue una operación conjunta de
“autoridades mexicanas y de Estados Unidos”, pero las autoridades
mexicanas han negado reiteradamente que estuvieran presentes agentes
norteamericanos?
¿Acaso
no es más fácil decir exactamente hasta dónde llegan los acuerdos de
participación y colaboración con las agencias de Estados Unidos, para
evitar malos entendidos derivados de las “primicias” en la prensa del
país vecino?
¿Por
qué la Secretaría de Marina decidió darle escoltas, acceso e imágenes
privilegiadas al conductor de Primero Noticias, Carlos Loret de Mola
para que entrara al departamento 401 del departamento Miramar donde
detuvieron al Chapo, en su road show transmitido el lunes 24 de febrero?
¿No
debieron preservar el sitio? ¿Acaso Televisa es el Ministerio de la
Información de facto o querían dar una versión para contrarrestar las
versiones en los medios norteamericanos o en algunos periódicos y
revistas mexicanos? ¿Por qué hasta que el conductor de Televisa entró
supimos que el Chapo estuvo ahí con sus dos hijas gemelas y su esposa?
¿Ya olvidaron el efecto pernicioso que tuvieron los telemontajes en el
sexenio de Calderón y específicamente el del caso Florence Cassez que se
“recreó” precisamente en el espacio informativo de Loret de Mola?
Como
éstas, muchas otras dudas saltan ante cualquiera que quisiera armar la
historia lógica de la captura del Chapo y no una versión de show
mediático, donde el heroísmo y la coordinación de los organismos
policiacos, militares y ministeriales mexicanos aparece como un spot con
guión fallido.
Nos
enfrentamos a silencios, suspicacias, rumores y contradicciones no sólo
por la leyenda en torno al capo del cártel de Sinaloa sino por la
histórica desconfianza de los mexicanos frente a las instituciones
mexicanas responsables de combatir el crimen organizado.
Por esta misma razón, en redes sociales prendió como veraz una historia irónica sobre un supuesto Gregorio Chávez que habría sido capturado por la Marina para hacerlo pasar por el Chapo Guzmán. La versión se difundió en el sitio www.huzlers.com
y fue retomada por páginas como el Blog del Narco y otros. En Twitter,
en Facebook y hasta en tribunas legislativas se tomó como correcta esta
sátira.
Para
enfrentar la falta de credibilidad –agudizada desde los telemontajes del
calderonismo-- de poco ayuda insistir en la versión de un show donde el
Chapo Guzmán aparece como un buen padre, rancherote, franco, que se
puso a platicar con sus captores y a boquear dónde estaban sus socios
como el Mayo Zambada y hasta se puso a platicar como viejo amigo con
Rafael Caro Quintero, quien se encuentra “en la sierra”.
Según
la columna de Carlos Loret de Mola, publicada el martes 25 en El
Universal, el Chapo confesó que “mate a dos o tres mil”, que mandó a
asesinar a Ramón Arellano Félix, pero no al cardenal Posadas Ocampo, que
no es rico porque “{ese es un invento de Forbes” y que cada tres días
una mujer apodada la Michelle “le llevaba una adolescente de entre 13 y
16 años de edad, quien recibía 100 mil pesos por un día de trabajo
sexual”.
Otras
versiones informativas nos revelan que no sólo los Zetas o el cártel del
Golfo estuvieron integradas por desertores del Grupo Aeroespecial de
Fuerzas Especiales (GAFES) sino también el Chapo tenía una guardia
pretoriana formado por estos militares de élite.
¿Hasta dónde llegan los tentáculos de los GAFES fuera y dentro del Ejército?
El
procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, nos contó una
buena historia para una teleserie: que entre el 13 y 17 de febrero
fueron localizados algunos domicilios en los que acostumbraba estar el
Chapo Guzmán y en algunos de ellos se encontró que estaban conectados
por medio de túneles con siete casas, utilizando el propio drenaje de la
ciudad, “lo cual dificultó la detención”.
¿Nadie
se dio cuenta antes de esta red de túneles del Chapo? ¿Acaso el Chapo,
como el Pingüino de Batman, prefería andar en túneles cuando gastaba
millones de dólares en corromper a policías y autoridades municipales y
estatales?
La “narrativa” del Gobierno de Peña Nieto
frente al combate al crimen organizado pretende minimizar los efectos
de la corrupción y de la inseguridad derivada de las fragmentaciones de
las organizaciones criminales (como en el caso de Michoacán) y maximizar
los golpes espectaculares “quirúrgicos”, sin violencia de por medio,
sin participación directa de la DEA, como si se tratara de una labor
para encontrar a un ratón en cañerías y túneles de Culiacán y Mazatlán.
La
realidad es sencillamente compleja y los mexicanos podemos y necesitamos
entender esa complejidad. La infantilización de las audiencias no ayuda
a restablecer la credibilidad y menos la desconfianza que prevalecen
entre millones de personas que han padecido y conocen los alcances de la
corrupción.
Mejor que
nos digan hasta dónde llega la Operación Gárgola, cómo evitarán los
previsibles enfrentamientos, cómo desmantelarán la red de ganancias y de
lavado de dinero que mantenían al poderoso cartel de Sinaloa y sus
tentáculos, qué acuerdos existen con la DEA y con las otras agencias
norteamericanas para ser corresponsables de esta nueva “narrativa”.
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