Las economías de Canadá, Estados Unidos y México eran
desiguales. Y también lo era la experiencia de los negociadores del
Tratado de Libre Comercio entre los tres países, lo cual quedó
evidenciado en Dallas en febrero de 1992. En la ciudad texana los
representantes mexicanos ofrecieron prácticamente todo a cambio de nada,
causando estupor en sus contrapartes, según afirman Maxwell A. Cameron y
Brian W. Tomlin en su libro La hechura del TLCAN. Cómo se hizo el
acuerdo.
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Del 17 al 21 de febrero de 1992 se celebró
en Dallas, Texas, una ronda más de negociaciones del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (TLCAN). Ahí los representantes de Estados
Unidos y Canadá se quedaron boquiabiertos. En su afán por alcanzar un
acuerdo lo más pronto posible, los mexicanos hicieron concesiones clave
en agricultura, inversiones, servicios financieros, reglas de origen,
propiedad intelectual y, aunque anteponiendo la Constitución, también
aceptaron poner sobre la mesa el tema de la energía.
“La impaciencia de México por lograr un acuerdo, sumada a su
inexperiencia, dio como resultado un cálculo fallido sobre el ritmo de
las concesiones. Los mexicanos cometieron además el error de depositar
más valor en el acuerdo mismo que en sus términos”, escriben Maxwell A.
Cameron y Brian W. Tomlin en su libro The Making of NAFTA. How the Deal
Was Done (La hechura del TLCAN. Cómo se hizo el acuerdo).
Publicado en 2000 por Cornell University Press, el texto tiene un
formato rigurosamente académico, y en su recorrido, desde la propuesta
de México a Estados Unidos para establecer un acuerdo comercial hasta su
entrada en vigor, ofrece un sinnúmero de datos y un rico análisis que
permiten entender mejor a sus protagonistas, sus posiciones, sus formas
de negociar, el contexto político y los consecuentes resultados.
En 1987 Estados Unidos y México ya habían firmado un Acuerdo Marco
sobre Comercio e Inversiones, el cual se reforzó en 1989, cuando George
H. Bush y Carlos Salinas de Gortari hablaron de posibles acuerdos
sectoriales.
Pese a su voluntad de acelerar la apertura del mercado mexicano,
Salinas seguía favoreciendo un enfoque multilateral a través del Acuerdo
General de Aranceles y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés). “Hay
una diferencia tan grande entre la economía de Estados Unidos y la de
México que no creo que un mercado común beneficie a ninguno de los dos”,
decía.
Urgidos de inversiones tras la reestructuración de la deuda externa
merced al Plan Brady, el presidente y el titular de la Secretaría de
Comercio y Fomento Industrial (Secofi), Jaime Serra Puche, emprendieron
en enero de 1990 una gira por Europa que culminó en el Foro Económico
Mundial de Davos, Suiza.
Pero los europeos estaban más interesados en invertir en la recién
abierta Europa del Este que en América Latina. Salinas y Serra voltearon
de nuevo hacia Estados Unidos: tal vez un tratado de libre comercio con
el vecino del norte haría a México más atractivo para otros
inversionistas…
Fragmento del libro La hechura del TLCAN. Cómo se hizo el acuerdo que se publica en la edición 1940 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
/7 de enero de 2014)
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