Con el propósito de conseguir los votos necesarios para que el
Congreso de Estados Unidos aprobara hace 20 años el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (TLCAN), el gobierno mexicano debió
sortear chantajes y amenazas de legisladores de ese país, quienes
buscaban beneficios para sus distritos e incluso querían favores
personales.
Con el argumento de que “toda política es local”, los legisladores
estadunidenses convirtieron el Capitolio en un bazar donde ningún voto
fue gratuito.
Incluso muchos de los votos favorables al acuerdo fueron arrancados
de última hora gracias al cabildeo que hizo personalmente el entonces
presidente William Clinton con los poderes fácticos: las grandes
empresas industriales y comerciales, que financiaban las campañas de
numerosos congresistas renuentes u opositores al TLCAN, a quienes
acabaron por doblegar.
El diplomático mexicano Jorge Montaño participó directamente en
muchas de esas negociaciones en el Capitolio. Estaba obligado a hacerlo:
era embajador en Estados Unidos.
Y esa experiencia quedó plasmada en su libro Misión en Washington (Planeta, 2004).
Montaño –actual representante permanente de México ante las Naciones
Unidas– refiere el ambiente de incertidumbre que durante el primer
semestre de 1993 había en torno al futuro del TLCAN: los demócratas
miraban con recelo el tratado, pues había sido negociado por el gobierno
republicano de George Bush padre; a su vez los republicanos no
aceptaban los llamados acuerdos paralelos en materia laboral y
medioambiental pactados con la administración demócrata de Clinton.
Además el nuevo jefe de la Casa Blanca no le ponía mucho interés al
tema. Estaba más concentrado en sacar adelante –lo cual no logró– el
programa de salud diseñado por su esposa Hillary.
Fragmento del reportaje que se publica en la edición 1940 de la revista Proceso actualmente en circulación.
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