Desde
el extremo sur de México un grupo de inmigrantes hondureños planea
llegar a Estados Unidos. Algunos tienen experiencia previa en la
travesía, otros son novatos. Pero todos por igual están a expensas del
crimen organizado: por un lado La Mara ya es dueña de la plaza de
Palenque; por otro, La Familia Michoacana recluta ahí a sus pasadores de
droga, en tanto que las autoridades son omisas o cómplices. La política
migratoria mexicana también contribuye a convertir en carne de cañón
del narco a quienes buscan un futuro mejor.
PAKAL-NÁ, CHIS.
(Proceso).- “Oye viejo, ¿qué pasa si uno no puede pagar?”, le pregunta
Noé, migrante hondureño de 26 años, al joven “guía” originario de Belice
y quien se hace llamar El Kidín.
Al hacer la pregunta Noé desvía
la mirada hacia los enormes vagones color óxido de La Bestia, el tren
carguero encima del cual suelen viajar los indocumentados
centroamericanos para cruzar México.
Lunes 2 de septiembre. La
tensión se palpa entre los ocho hondureños que están sentados junto a
las vías en la comunidad de Pakal-Ná, menos de cinco kilómetros al norte
de Palenque, Chiapas. A unos pasos de ahí –donde se amontonan casitas
de techos de lámina– policías y empleados de empresas ferroviarias
sellan los vagones cargados de mercancías.
–¿De veras no ha leído
las noticias acerca del tren? Pues no pasa nada si paga la renta, ¿me
entiende? Pero si no paga, una vez arriba ya valió –advierte con
frialdad El Kidín.
El guía beliceño se despide golpeando con la
palma de la mano las de los inmigrantes. Sigue su camino por las vías.
Cerca de él va un guía hondureño, delgado y de pelo chino, no mayor de
20 años. Lo apodan El Silencioso. Ambos pertenecen al escalón más bajo
de La Mara Salvatrucha.
Pagar la renta, la cuota o la feria a uno
de los guías de La Mara garantiza al migrante viajar en el tren con
relativa tranquilidad. Pero el glacial “ya valió” proferido por El Kidín
significa que si un migrante comete la osadía de subirse sin pagar, los
guías lo tirarán del tren en marcha o lo dejarán a disposición de otros
grupos criminales que lo secuestrarán.
Luis Alfonso Alarcón, otro
hondureño, se atreve a hablar tras el silencio que impuso en el grupo
de migrantes la irrupción de los guías: “Ya ves cómo está la cosa aquí.
Ellos son de La Mara. Aquí te pueden machetear. Pero El Kidín es buena
onda”.
Las amenazas de los guías confirmaron lo que Luis ya había
advertido al grupo: Hace un año La Mara Salvatrucha –pandilla
salvadoreña asentada en Los Ángeles, California– se apoderó de Palenque,
la primera “estación” de una de las rutas migratorias hacia Estados
Unidos. Cobra cuotas de 100 dólares a los indocumentados antes de que
suban a La Bestia.
Según el Informe especial sobre secuestro de
migrantes en México que publicó la Comisión Nacional de los Derechos
Humanos el 22 de febrero de 2011, el número de migrantes víctimas de
secuestro fue de 11 mil 333 entre septiembre y abril de 2010. En 67.4%
de los casos las agresiones se produjeron en el sureste del país.
–Entonces yo que ando de pobre, ¿no tengo chance de subirme? –se preocupa Noé.
–Te dicen de respetar esta onda, pues. Pero no te subes porque no pagaste y ya
–le contesta Luis.
–¿Y cómo le hace uno en mi caso?
–Pues no sé.
Noé
conocía los riesgos de La Bestia. Antes de llegar a Palenque tenía
miedo de los secuestros de Los Zetas, por lo que pensaba mantener en el
tren una larga distancia entre él y los demás migrantes. Los grupos
atraen a los criminales, decía.
También temía a las autoridades y a
los “garroteros” (guardias privados de las compañías ferrocarrileras
que exigen una cuota para dejar viajar a los migrantes). Pero no contaba
con La Mara. En su anterior viaje, en 2009, ésta no controlaba
Palenque.
Luis informa al grupo que desde esa localidad hasta la
estación de Lechería en el Distrito Federal, pasando por Tenosique y
Chontalpa, Tabasco, así como por las estaciones veracruzanas de
Coatzacoalcos, Medias Aguas, Tierra Blanca y Orizaba, los migrantes
deben pagar en promedio cinco cuotas a diferentes grupos criminales.
Ante
las caras lívidas de los hondureños Luis explica que “desde Arriaga
(Chiapas) hasta Palenque controla La Mara. En Coatzacoalcos uno le paga
al Pájaro y a partir de Orizaba al Señor de los Trenes”. Sin embargo,
señala que, con fortuna, “uno puede librarse de una o dos rentas”.
En
ese momento Luis no estaba enterado de que José Trinidad González
Vargas, El Pájaro, había muerto una semana antes –el 26 de agosto–,
acribillado con un cuerno de chivo en Coatzacoalcos.
El grupo de
hondureños –la mayoría sin dinero– se entera además de que no es
suficiente con pagar esas rentas: deben cruzar los dedos para no sufrir
un asalto de los zetones (zetas). El grupo criminal, precisa Luis, cobra
500 dólares por cabeza.
Retenes del miedo
Noé
cruzó el río Usumacinta la mañana del domingo 1. Puso pie en territorio
mexicano junto con tres compañeros de viaje a quienes encontró en La
Técnica, el pueblo fronterizo guatemalteco: Polo, de unos 50 años, con
bigote y una amplia panza que sobrelleva con tono jovial; Javier,
moreno, alto y delgado, de 18 años, y Rubén, más chaparrito, de 19.
Es
el primer viaje a Estados Unidos de Javier y Rubén. Reservados,
observan y aprenden de Polo y Noé, quienes emprenden su tercera y quinta
travesía por México, respectivamente.
En Pakal-Ná los cuatro
comen frijoles, arroz y tortillas al tiempo que dirigen miradas
nerviosas hacia el parque del pueblo, a 50 metros de las vías.
Ahí,
en las bancas descansan decenas de hondureños. Alrededor de ellos
gravitan los halcones con la misión de vigilar y monitorear a los
migrantes para que no escapen del pago de la “renta”.
Desde que
llegaron a la pequeña localidad chiapaneca, Noé insistió en alejarse de
sus paisanos y aconsejó a sus compañeros no confiar en extraños. Les
dijo que revelarle a un desconocido que se tienen familiares en Estados
Unidos es peligroso, pues eso convierte al migrante en un secuestrable
por el que se puede pedir el pago de un rescate en dinero.
Al
grupo de Noé se unen otros cuatro hondureños agotados y hambrientos.
Caminaron los 130 kilómetros que separan el embarcadero –donde llegan
las lanchas de Guatemala– de Palenque. Prefirieron eso a ser
extorsionados por choferes de combis, quienes suelen cobrar 300 pesos a
cada migrante por un servicio “con compromiso”. Estos conductores se
comunican entre sí con walkie-talkies para avisar de la presencia de
retenes migratorios. El mismo recorrido le cuesta 80 pesos a un
mexicano.
Noé, Polo, Javier y Rubén hicieron el recorrido en
combi, pero fueron afortunados: encontraron un chofer que sólo les cobró
100 pesos por persona. Durante las tres horas que duró el viaje, en
cada retén militar o de la Policía Municipal los migrantes aguantaban la
respiración.
Sólo la Policía Federal o los agentes de migración
están facultados para detener a los indocumentados. Por suerte la combi
de Noé y sus compañeros se acercó a Palenque a la hora de la comida. Los
retenes del Instituto Nacional de Migración (INM) estaban vacíos.
De
acuerdo con los Apuntes sobre migración que publicó esa dependencia en
septiembre de 2011, 140 mil migrantes cruzaron México en 2010; 95% de
ellos eran de origen centroamericano. Según esa fuente las autoridades
detuvieron a más de la mitad.
Un millón 200 mil hondureños radican
en el extranjero. Cada año 75 mil deciden ir a Estados Unidos; un
promedio de ocho cada hora. La economía de su país descansa en ellos. De
acuerdo con el Banco Nacional de Honduras, los 2 mil 960 millones de
dólares de remesas que enviaron en 2012 representaron la primera fuente
de ingresos del país –aproximadamente 15.7% del producto interno bruto– y
se destinaron en su mayoría a la adquisición de bienes de consumo.
“El Patrón”
El
Optimista es uno de los cuatro migrantes que se unió al grupo de Noé en
Pakal-Ná. En seis ocasiones se ha lanzado a Estados Unidos, asegura.
“Yo sí me quiero quedar allá pero no es recíproco. Entonces me tiran
como basura. Por eso paso muy enseguida”, se ríe.
Noé y él relajan
el ambiente cuando cuentan sus experiencias en La Bestia. Compiten para
saber quién realizó la caminata más larga sin comer ni descansar o
comparan sus actos heroicos encima del tren. Ello tranquiliza al resto
del grupo, cuya moral se reaviva al suponer que en compañía de estos
migrantes tan experimentados no les puede ocurrir nada malo.
El
Optimista cuenta cómo una vez saltó del tren en marcha para comprar agua
y luego regresó a él aunque alcanzó el último vagón, por lo que
necesitó una hora para regresar a la mitad de La Bestia.
Noé
relata un operativo que realizaron las autoridades migratorias mexicanas
junto con agentes de la DEA en las cercanías de Orizaba. Pararon el
tren y lanzaron a los “tigres” (los perros) para perseguir a los
migrantes, quienes huyeron a toda velocidad. “Ese día agarraron a 270”,
cuenta.
En su larga caminata, El Optimista y sus compañeros
encontraron a Luis Alfonso Alarcón atrapado hasta la cintura en un hoyo
de lodo. Intentó huir de los agentes de migración, a quienes había
entregado 3 mil pesos. El Optimista se burla de él: “Estaba llorando”,
dice y se parte de risa.
Luis lleva 13 años recorriendo la ruta
migratoria. Asegura que trabaja en Estados Unidos como jefe de plaza
para La Familia Michoacana. Parece exagerado, pero hay una cosa cierta:
Conoce a todos los guías de La Mara en Pakal-Ná por sus apodos y ellos
lo ubican perfectamente.
Por el camino de tierra detrás de las
vías pasa una camioneta roja. La maneja un hombre con canas cubiertas
por una gorra. “Mira, viene El Patrón”, comenta Luis. Precisa que éste
vive en la frontera norte, dispone de una licencia para cazar coyotes y
chacales en Estados Unidos y controla una red para cruzar el río Bravo.
Afirma que este individuo gana dinero indicándole a los polleros cuándo
pueden pasar sin riesgo de encontrar una patrulla.
Después de una
llamada al estado de Virginia, en Estados Unidos, Luis consigue dinero
de La Familia para continuar su viaje. Transferirá los 100 dólares a La
Mara mediante la clave bancaria que le proporcionaron los guías.
“Burros”
Noé
tenía 13 años cuando entró a Estados Unidos por primera vez, en 2000,
con su primo, dos años mayor. Vivió en casa de su tía en Atlanta,
Georgia, pero como no alcanzaba la edad legal para trabajar se dedicó a
vender heroína en la calle. Se volvió consumidor de su propio producto
hasta que la policía lo detuvo. Tenía 16 años.
Fue encarcelado en
un reclusorio juvenil. Cuando cumplió 18 fue deportado a Honduras. Hoy
se arrepiente de no haber estudiado inglés durante su estancia en el
penal.
Logró entrar de nuevo a Estados Unidos en 2006. Se quedó
dos años trabajando en el sector de la construcción y decidió volver a
Honduras. Pero sus dos últimas tentativas tropezaron con las autoridades
migratorias de dicho país.
Durante su más reciente intento, en
2009, Noé atravesó sin problemas el sur de México a lomos de La Bestia.
Luego aguantó las temperaturas extremas durante los mil kilómetros de
desierto que recorre el tren en la llamada “ruta del infierno”,
bordeando el océano Pacífico.
Al desembocar exhausto en la
frontera norte, en Sonora, La Familia Michoacana lo acogió en un lugar
tranquilo para descansar. Noé lo describe como una casa en la cual todo
quedaba a su disposición: camas, comida y bebida –“refrigeradores
llenos”–, mariguana, pantallas y videojuegos.
Después de una
semana de reposo Noé y otros migrantes “burrearon”: Cada uno agarró una
mochila cargada de bolsas selladas con 30 kilos de mariguana, un
bolsillo lleno de la yerba para su consumo personal, dos botellas de
litro y medio de agua y algo de comida. Atiborrados de “mercancía” se
lanzaron al desierto.
La caminata duró seis días bajo un sol implacable.
En
teoría, una vez en Estados Unidos los burros reciben mil 800 dólares a
cambio de las mochilas. Este dinero les permite viajar hacia sus
ciudades de destino y sobrevivir hasta encontrar trabajo.
Sin
embargo la aventura de Noé acabó cinco horas antes de llegar al punto de
encuentro. Agentes de la Patrulla Fronteriza lo capturaron junto con
sus compañeros de viaje. Lo encarcelaron 15 meses y luego lo
deportaron.
“Andamos con Dios”
El pasado 31
de agosto, en la víspera de su ingreso a territorio mexicano, Noé
cuenta su historia al reportero. Lo hace en una posada del pueblo de
Santa Elena, en la selva guatemalteca de El Petén.
“En Honduras hice cosas malas, muy malas”, admite. “Ahora busco el perdón de Dios”.
Sostiene que nunca cometió el “pecado último, matar a otro hombre, pues Dios nunca perdona este pecado”.
Cuando
retornó a Honduras después de 15 meses en la cárcel estadunidense, Noé
no consiguió trabajo. Según el Banco de Honduras, más de 1.8 millones de
hondureños están sin empleo, sólo 50% de la población económicamente
activa tiene trabajo formal y la pobreza afecta a 67% de los habitantes
del país centroamericano.
Dice que está casado y es padre de un
niño de un año, también llamado Noé. Confía que a su esposa la quiere
mucho porque lo esperó año y medio sin recibir dinero de su parte. “No
cualquier mujer lo haría”. Cuando él se ausenta, ella y su hijo comen
las sobras dejadas por su abuela, afirma el joven.
“A los 20 años
uno no tiene ideas claras, pero ahora que me hice responsable de mi
hijo, pienso mucho más. Además, me cansé de la calle”.
Platica su
proyecto: una vez en Estados Unidos trabajará para juntar entre 5 mil y
10 mil dólares. Luego volverá a Tegucigalpa y abrirá un puesto de
comida. “No le pido mucho a la vida, sólo un poco más”, dice.
Prevé pasar a Estados Unidos otra vez como burro. Si de nuevo lo detiene la migra, recibirá una sentencia de tres años.
Mientras
viajaba por Guatemala nunca dudó del éxito de su empresa. “No quiero
pensar en eso. Voy con Dios. Él me protege y me llevará a mi destino.
Todo me va a salir bien”.
En la posada de Santa Elena cuenta que
el día anterior a su salida de Honduras el papá de un amigo tocó a su
puerta. Lo invitó a cometer un asalto. Noé dudó. El hombre insistió 10
minutos. “Pero no fui. Me tentó el Diablo y lo vencí”, se enorgullece.
En Pakal-Ná, Polo y El Optimista comparten la actitud positiva de Noé. “Andamos con Dios. Si nos permite, llegamos ahí”.
Ninguno
de los migrantes quiere admitir la versión de Luis según la cual hay
que pagar repetidas “ferias” de 100 dólares, de los cuales carecen.
Sin embargo el encuentro con El Kidín y El Silencioso enfrió la atmósfera positiva, hasta alegre de los indocumentados.
–Ahora
es de día –advierte Luis–. En la noche el tren se transforma en La
Bestia del Diablo. Los guías andan con pasamontañas, todos vestidos de
negro y portan cuetes (pistolas).
–Y esos batos son paisanos –se aflige El Optimista.
–Sí, viejo. Se hacen ricos sobre los pobres; lo discriminan a uno –gime Noé.
–Ellos
también son gente de abajo –explica Luis–. Los de La Mara les exigen a
los guías que les avisen con quiénes van. Si se dan cuenta de que sobra
el número de migrantes en el tren, sospechan que los guías los
engañaron. Entonces, pues no te dejan subir. Y si no estás en la lista,
pues te levantan. Todos los días salen noticias de gente que se murió
allá en el camino.
Luis añade que independientemente de los
secuestros, al llegar a la frontera norte por la vía del Golfo de
México, Los Zetas cobran nuevamente entre 300 y 500 dólares. No tener el
dinero, asevera, es letal.
La desesperación desencaja los
rostros. Los sueños del norte, de los billetes verdes y de una vida
digna se desvanecen ante La Mara. El silencio se vuelve más pesado aún.
–Yo tengo miedo, pues –admite Polo.
–Yo también –comparte Noé.
En las vías unos agentes municipales platican con los maras.
Ante
la cruda realidad los hondureños se quedan pensativos. El sudor escurre
por las sienes de Noé. Lo ronda la idea de regresar a su país, pero lo
obsesiona el hecho de que no ha enviado un solo peso a su esposa desde
hace más de un mes. Se le escapa su optimismo pertinaz.
–Ahora yo les puedo ofrecer un precio ¿me entiende? –dice Luis de improviso.
Capta
de inmediato la atención de los indocumentados. El Optimista y otros
dos compañeros se alejan, molestos: “No queremos oír de dinero”.
Luis
propone que Noé, Polo, Javier y Rubén soliciten 100 dólares a sus
familiares en Estados Unidos o en Honduras. Al llegar a Coatzacoalcos él
se compromete a llamar a sus contactos de La Familia para que les
presten el resto. Por supuesto todo tiene su precio: se integrarán al
cártel para saldar su deuda.
Tras innumerables llamadas, Polo y Rubén logran conseguir la suma. Noé y Javier se tropiezan con buzones de voz.
Luis
le propone a Noé otro trato: asumirá los gastos de todo el viaje hasta
Houston, Texas. A cambio Noé se convertirá en su “soldado personal”.
Noé
huyó de Honduras para salir de la miseria, del crimen y la violencia;
logró “vencer al Diablo” y las tentaciones de la calle. Pero en Palenque
se convirtió en un “nuevo soldado” de La Familia Michoacana, a las
órdenes de un desconocido.
/ 27 de septiembre de 2013)
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