lunes, 18 de febrero de 2013

LA ENTREGA ¿NEGOCIADA?



La insólita detención del Fantasma: ni una bala contra el jefe de sicarios del Chapo

Alejandro Sicairos
A Jonathan Salas Avilés nadie le avisó que el Ejército iba por él. Ni sus guardaespaldas, ni los policías a su servicio, ni los “punteros” regados en el valle de San Lorenzo. Ni su jefe, Joaquín el Chapo Guzmán.

Nadie. Por eso cuando al amanecer del sábado 9 de febrero al Fantasma lo despertó el ruido de helicópteros de la Marina que sobrevolaban su casa en la colonia San Ángel de la sindicatura de Costa Rica, lo primero que vio por la ventana fue el cerco militar tendido alrededor de él.

No había escapatoria. Los militares, alrededor de 200, se extendían en un radio de 300 metros sobre su domicilio con tres anillos de seguridad, todos con el propósito de no dejar entrar ni salir a ninguna persona.

El ocaso del Fantasma se veía venir. Su presencia se volvió incómoda tanto para el Chapo Guzmán como para Ismael el Mayo Zambada, por traer permanente detrás un operativo militar que lo buscaba.

En marzo de 2012, luego de que en las inmediaciones de Oso Viejo Salas Avilés escapara de una persecución tendida por elementos de la Marina, el Mayo Zambada le había ordenado retirarse del área de Costa Rica y Quilá y replegarse entre Eldorado y la zona costera de Culiacán.

Sin embargo, el Mayo siguió recibiendo quejas de los pobladores de esas tres sindicaturas, aterrados por la acción violenta del Fantasma, que lo mismo penetraba a fiestas particulares armado con rifles de alto poder, golpeaba a gente pacífica o incursionaba con sus pistoleros a las instalaciones de la Policía Municipal para golpear a los agentes o para liberar detenidos.

Con Inteligencia Militar pisándole siempre lo talones, Salas Avilés se había vuelto más huidizo, lo cual hace que sus familiares y pistoleros conjeturen lo que la gente sospecha: fue una entrega acordada, negociada, lo cual dio como resultado que los soldados no dispararan una sola bala al detener a uno de los hombres más aguerridos del cártel de Sinaloa.

La presunción de la entrega pactada la apuntalan en la recomendación que en julio de 2012 el Ejército hizo al entonces presidente Felipe Calderón para que combatiera a los cárteles más chicos, denominados “satélites” para abatir los índices de inseguridad asociados al narco. En el mismo informe (Riodoce 524) el Gabinete de Inteligencia había acordado reducir su acción violenta y actuar solamente en respuesta a los ataques cometidos por las organizaciones criminales rivales.

Lo único cierto es que el Fantasma cayó preso de la forma más inverosímil posible. “Ni modo, vámonos”, es lo único que dijo ante los soldados que lo identificaron y que le informaron de la detención y rápido traslado a las oficinas de la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO). Minutos después lo subieron a un helicóptero y lo alejaron del territorio consentido de Ismael Zambada.

Operativo certero

Todavía una tarde antes del día que los detuvieron, Jonathan Salas Avilés le hizo honor al apodo. Estuvo reunido con sus escoltas bajo la sombra de un árbol de guamúchil que se localiza en medio de un baldío ubicado entre el Infonavit San Ángel y el Centro de Barrio Los Pintos.

Ahí se juntaba con frecuencia con su gente, siempre con mujeres esculturales, cerveza y el estéreo de la camioneta a todo volumen. Andaba como si nada. Pareciera no saber que el Ejército y la Policía Federal lo boletinaban como uno de los jefes de sicarios del Chapo Guzmán, fichado como un sanguinario gatillero temido incluso por el resto de los sicarios del cártel de Sinaloa.

Desde que llegó al valle de Culiacán a mediados de la década de los noventa, acompañando a sus padres que venían de Veracruz a ocuparse de jornaleros agrícolas, se le consideró un ser espectral que de pronto desaparecía durante semanas y volvía para ensimismarse en un silencio sepulcral, sin decir dónde o con quién andaba.

En la zona de Eldorado y Costa Rica se conectó con expendedores de drogas que luego lo acercaron a gente cercana al Chapo Guzmán, de quien obtuvo la confianza al mostrar destreza en el uso de las armas, producto de su formación militar.

Agarró fama de escurridizo. El 18 de febrero de 2012 se esfumó ante un retén militar que lo esperaba en El Salado y el 2 de marzo de 2012 un operativo terrestre y aéreo tendido por la Marina creyó erróneamente haberle dado muerte en Oso Viejo.

Le gustó el mote del Fantasma. Le molestaba que lo llamaran por su nombre y pedía que se refirieran a él con el apodo. Siempre cuidó no dejar huellas, proteger su identidad, y esa precaución la mantuvo aun antes de que los soldados lo detuvieran, porque de pronto se esfumó en su camioneta junto con los guardaespaldas, sin que nadie de los compañeros de parranda supiera más de él.

Pero los soldados sí supieron que al retirarse del guamúchil hizo la finta de que salía de Costa Rica cuando en realidad se fue a un domicilio cercano, a no más de cien metros, a dormir. Fue la escolta la que abandonó en convoy la sindicatura.

Alrededor de la medianoche, una columna de vehículos militares transitó por la autopista y llegó a la entrada poniente de Costa Rica. De ahí el contingente avanzó por la periferia de la sindicatura hasta incorporarse unos 200 soldados al cerco tendido alrededor de Salas Avilés.

Una vez cerrada la pinza, arribaron tres helicópteros artillados de la Marina que aterrizaron en la cancha de futbol del Centro de Barrio. El ruido de las hélices despertó al Fantasma y al resto de los vecinos que nunca percibieron la movilización de tropas.

Los soldados fueron directo al domicilio en que durmió Jonathan Salas. Tocaron la puerta y pidieron que se entregara. Una persona abrió la puerta y negó que estuviera ahí a quien buscaban. De nuevo, el Fantasma parecía haberse esfumado.

Jonathan Salas se había trasladado, saltando la barda trasera, al domicilio contiguo, al parecer habitado por su mamá. Se mudó de ropa y se acostó simulando estar dormido. Hasta él llegaron los soldados que, a punto de declarar frustrado el plan de captura, lo reconocieron, cotejaron datos y se lo llevaron.

Mira quién habla

La detención del Fantasma infundió valor no solo al Ejército que había fracasado una y otra vez en su captura, sino también al gobernador Mario López Valdez, al procurador Marco Antonio Higuera Gómez y hasta al alcalde de Culiacán, Aarón Rivas Loaiza, que, reacios anteriormente a tocar el tema del narcotráfico, ahora reconocieron el éxito del operativo y aventuraron que contribuiría a mayor tranquilidad y seguridad pública.

Luego de la confirmación de la detención que hizo el comandante de la Tercera Región Militar, general Moisés Melo García, Malova se apresuró a declarar que no esperaban reacciones del crimen organizado por la aprehensión del Fantasma.

Negó que fuera a pedir más refuerzos federales para garantizar la seguridad de los sinaloenses porque —dijo textualmente— “mi general Melo no me ha dado una instrucción que se sienta rebasado, tendría que esperar por parte de ellos la señal, en virtud de que estoy agradecido por el trabajo que nos presenta, no quiero faltarle el respeto a los mandos superiores tocando puertas en la Ciudad de México sin que ellos me lo digan”.

El gobernador habló en el mismo sentido en que lo hizo el 2 de marzo de 2012 cuando la Marina creyó haber abatido al Fantasma. Aquella ocasión, sin siquiera haberse confirmado la muerte de Jonathan Salas, externó que ello “traerá a Sinaloa un poquito de paz y tranquilidad”.

“Es uno menos que va andar cometiendo delitos”, aventuró.

Pero el envalentonamiento de las autoridades también alcanzó la semana pasada al procurador Higuera Gómez, quien asumió que la detención de Jonathan Salas demuestra el interés que se tiene por frenar la violencia en Sinaloa.

“Dicha persona estaba causando graves índices delictivos en las zonas norte y centro de la entidad y con la detención se estaría dando un gran logro a los índices de seguridad que van a la baja en los últimos dos años”, dijo el fiscal estatal.

Ya entrado en un tema que había sido tabú para los gobiernos estatal y municipal, el alcalde Aarón Rivas Loaiza declaró que espera que aumente la tranquilidad en Culiacán con la aprehensión del supuesto jefe de seguridad de Joaquín el Chapo Guzmán.

“Yo espero que la tranquilidad de Culiacán venga todavía mejor, que no haya ningún problema porque hayan capturado a este personaje, yo espero que no cambien las cosas”, remarcó.

El gobernador, el procurador y el alcalde le habían perdido el miedo a sus propios “fantasmas”.

Cacería sin balas

En Sinaloa se ha vuelto habitual que el Ejército detenga a integrantes de las bandas del crimen organizado en operativos pacíficos, sin que se den enfrentamientos entre el cazado y el cazador. Al tratarse de objetivos difíciles de ubicar y atrapar, el sentido común indica que debieran ser aprehensiones realizadas en medio del fuego disparado por soldados y capos.

El 27 de enero de 2004 la Secretaría de La Defensa Nacional dio a conocer la detención de Javier Torres Félix en un operativo que no registró mayores incidentes en el sector Colinas de San Miguel, en Culiacán. Pese a que el entonces titular de la Sedena, Ricardo Clemente Vega, lo comparó con Joaquín el Chapo Guzmán, el JT no opuso resistencia y muchos de los vecinos del lugar en que la milicia realizó el despliegue ni siquiera se enteraron del “pez gordo” del cártel de Sinaloa, quien fue extraditado a Estados Unidos en abril de 2006, país donde está a punto de salir en libertad.

Algo similar ocurrió el 21 de enero de 2008 al ser detenido Alfredo Beltrán Leyva, el Mochomo, en la colonia Burócrata de Culiacán. La movilización policial sorprendió en este domicilio a quien era considerado hombre clave en la organización liderada por el Chapo Guzmán.

Debido a las atípicas características de la aprehensión, los hermanos Arturo, Héctor, Carlos y Mario Beltrán Leyva acusaron al cártel de Sinaloa de haberlo entregado e iniciaron una guerra despiadada contra Guzmán Loera e Ismael Zambada.

Más recientemente, el 13 de octubre de 2012, el Ejército informó haber abatido a Manuel Félix Torres, el Ondeado, sin que hubiera reportes de enfrentamiento entre los militares y quien era considerado el jefe de sicarios y escolta personal del Mayo Zambada.

En todos estos casos, al ser hechos marcados por la captura pacífica de renombrados personajes del crimen organizado, se ha especulado que fueron “puestos” al alcance del Ejército y que las detenciones fueron negociadas entre los altos mandos castrenses y los líderes del cártel de Sinaloa.

El miedo de sol a sol

En Costa Rica el miedo ya es un modo de vida. Encerrarse al caer el sol y salir hasta que el alba alumbre es una especie de toque de queda que los mismos habitantes se han impuesto por la presencia de gatilleros del narcotráfico que han tomado el control de la región.

La Policía, lo dicen todos en voz baja, está coludida en su mayoría y los pocos buenos elementos no se animan “a jalarle la cola al león”. En el valle de San Lorenzo cualquiera sabe quién anda mal y quién anda bien.

“Ya no hay tranquilidad, se acabó todo eso que hacía que la gente viviera en paz, que saliera a la calle sin el temor a ya no regresar”, resume Guadalupe Rivera Valenzuela, presidenta del Consejo para la Defensa de los Derechos Humanos de la Sindicatura de Costa Rica.

Luchadora social en tierra de nadie, ella espera lo que las familias de bien también desean. Que con la detención del Fantasma, o la de cualquier otro delincuente, vuelva la tranquilidad y se acabe el estado de indefensión y terror que a unos quita el sueño y a otros la vida.

En Costa Rica no hay partida de la Policía Ministerial desde hace dos años y la Policía Municipal frecuentemente es humillada por los gatilleros. Es por ello que la incursión militar durante la madrugada del 9 de febrero ha reanimado la esperanza de que la paz sea restablecida.

Es cuestión de entrar a las colonias y barrios para otear el miedo que domina el ambiente. En el rezago en servicios públicos y el abandono de la seguridad pública se camufla la congoja de que cada desconocido que llega sea un gatillero. El instinto de supervivencia los ha enseñado a callar, a no dar señas, nombres o detalles de aquellos que los tienen atemorizados.

Guadalupe Rivera dice que mientras los militares no cometan abusos contra la población civil, sus operativos son bien recibidos por la gente. “Lo que queremos es tranquilidad, la ponga quien la ponga. Tranquilidad para que acaben los atropellos, los asaltos, los asesinatos”.

Tiene fe en que la detención de Jonathan Salas traiga calma para los costarricenses. Aunque luego recuerda una frase que Ismael el Mayo Zambada dijo en la entrevista que le hiciera Julio Scherer: “Encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí”.

(RIODOCE.COM,.MX/ Alejandro Sicairos     /febrero 17, 2013)





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