lunes, 18 de febrero de 2013

FRIJOLES PUERCOS



Para Óscar. Gracias por estar.

Javier Valdez /Columna Malayerba
Los militares tocaron a su puerta. Queremos revisar su casa. Por favor; con todo gusto. Se regresó por las llaves y abrió. Adelante. Aquellos entraron entre sedientos y timoratos, escudriñando con la mirada y con los fusiles a la mano. Conforme avanzaba, el jefe preguntaba qué hay ahí: en cuartos, cajas, patio, muebles y planta alta.

El señor los acompañó a ratos y a ratos los dejó solos, para que hicieran su trabajo. Su esposa meneaba en la cocina una cazuela grande en la que preparaba frijoles puercos: el frijol copulaba con chorizo, queso chihuahua, aceite y chile jalapeño, y ella no podía dejar de mover la cuchara para que la mezcla fraguara placenteramente.

Los hombres de color verde y capuchas negras llegaron hasta el patio. Vieron cajas que abrieron curiosos y dieron con un estante de periódicos viejos, pero bien conservados. Los Ríodoce estaban apilados, acomodados por fechas y atesorados amorosamente en uno de los rincones. Los soldados dieron con ellos. El jefe fue convocado y se sentó a un lado y empezó a leerlos. No se movió durante un buen rato.

Al hombre le preguntaban a qué se dedicaba y los olores del guiso navegaban como estela fina e invisible por toda la casa. Aquellos, inquietos y vigilantes, avanzaban conquistando sala, atrincherados en el patio e incautando pasillos: esa vivienda era ya su territorio, invadido a punta de pasos de botas recién lustradas, unas cuantas preguntas y sin disparar una sola bala.

Allá arriba qué hay, preguntó el jefe. Que no quería soltar los periódicos. Son los cuartos de mis hijos. No están ahorita porque van a la escuela. Pero pásenle, adelante por favor. No, no. Si son menores de edad mejor no. Y siguieron avanzando, incautando paredes y muebles, en ese reducido espacio.

Uno que iba adelante, le llamó al jefe. Jefe, jefe. Y escucharon ambos el sonido de la pistola molecular que detecta pólvora, armas, cartuchos y droga. Pit pit. Era un mueble viejo: una repisa de madera y puertas con ventanas de cristal, rústica y algo empolvada, pero en buen estado. El jefe miró al dueño y preguntó con la mirada. Aquel lo vio y le hizo señas para que continuara.

Abrieron el mueble con cuidados quirúrgicos. En el interior y a la vista, había un cartucho de calibre desconocido y una ojiva: recuerdos de un decomiso realizado cuando era maestro y de un multihomicidio cerca de su casa, les explicó. Pusieron las cosas en su lugar y cerraron todo.

Qué bien huele, dijo alguien. Son frijoles puercos. Mmm. Sin preguntarles, les sirvió en tostadas. Primero se resistieron. Qué tal si pasa el teniente. Pero rápido se acomodaron y devoraron. Misión cumplida.

13 de febrero de 2013.
(RIODOCE.COM.MX/ Columna Malayerba de Javier Valdez /febrero 17, 2013)

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