Una maquiladora de cortinas en Tijuana.
Foto: Octavio Gómez Una maquiladora de cortinas en Tijuana. Foto: Octavio Gómez
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Un
paraíso empresarial se ha extendido desde hace unas tres décadas en la franja
fronteriza: la maquila.
A través de los años, los
inversionistas –mayoritariamente extranjeros– encontraron al objeto de su
explotación en la necesidad de empleo tanto en la pobreza arraigada como en las
masas de los desplazados por la pobreza que llegó de lejos; tienen la
estabilidad laboral garantizada por la expresión más ruin del sindicalismo
corporativo; son beneficiarios de la competencia gubernamental por ofrecer las
mejores condiciones para su establecimiento.
Lo lograron, primero, por la
persistencia de gobernantes de distinto signo que promovieron su llegada en los
años ochenta, ofreciendo exenciones fiscales, servicios gratuitos y a veces,
hasta los terrenos.
Ahí, donde el estancamiento
de las migraciones nacionales que no pudieron pasar la frontera alimentaron su
esperanza en una oferta de trabajo con precariedad laboral y pésima
remuneración, se sumaron al conjunto de mano de obra local dispuesta a todo por
ganarse la vida de manera honrada, gobiernos y capitalistas aprovecharon para
establecer el imperio de un nuevo modelo de esclavitud.
Prestos, los históricos
corporativos sindicales, particularmente la CTM, acapararon los contratos
colectivos, contribuyeron convirtiéndose en “asesores”, figura esta que evitó
la sindicalización libre pero manteniendo el reclamo de cuotas, a cambio de
ceder derechos laborales fundamentales cuya defensa se supondría su razón de
ser.
En conjunto, la amalgama de
abominaciones que es la maquila, ha utilizado el chantaje para mantener las
condiciones de opresión: todo movimiento, paro, reclamo, o inclusive, un atisbo
de inconformidad, es descalificado en la opinión pública con el argumento de
“preservar la fuente de empleo”. Porque si de algo hay experiencias es de su
desaparición, la extinción que de esa actividad fabril muchas veces establecida
para lo temporal, que desaparece en el “paro técnico” o el supuesto asueto por
“mantenimiento”, sin cumplir con obligaciones por extinción laboral. Son la
expresión más descarnada de aquello que se ha dado en llamar “capitales
golondrinos”.
Pagar poco y producir más es
el objetivo empresarial. No hay retribución ni siquiera comunitaria que, ahí
donde las naves industriales se extienden como una mancha sobre las desérticas
tierras del norte, el desarrollo no se expresa en los servicios básicos. Son
ciudades en las que prevalece la brecha sin pavimentar entre los caseríos de la
escasez, para los que otros chantajes como el clientelista político electoral,
condicionan la regularidad de la luz, el agua o el drenaje.
Sin proponérselo, el gobierno
que inicia, autonombrado “de la Cuarta Transformación”, puso en la maquila el
detonante del estallido obrero, con un movimiento laboral que, en el último
reducto del país, Matamoros, Tamaulipas, paraliza operaciones y mantiene en
vilo la vieja complicidad del poder político, económico y de la representación
como pocas veces se ha visto en la franja fronteriza.
Al menos 45 maquiladoras
podrían irse a la huelga hoy, pues los patrones se han negado a acatar una
disposición federal, oferta de campaña impuesta ya por decreto, que consiste en
aumentar no lo justo, pero si un poco más de lo que había, el salario mínimo
fronterizo.
Lo que en Matamoros ha
iniciado ya provocó procesos reflexivos en otras ciudades fronterizas donde la
experiencia de la explotación laboral maquiladora acumula los mismos agravios,
aunque no necesariamente la negativa patronal a cumplir con el nuevo rango
salarial, que no puede condenarse a la invisibilidad nacional porque, ahí donde
la impunidad campea, la suma de intereses de los poderosos locales, tiene por
riesgo que se ponga en marcha un proceso represivo.
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(PROCESO/ ARTURO RODRIGUEZ GARCIA/ ANÁLISIS/ 24 DE ENERO 2019)
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