Muchos mexicanos asentados en Estados
Unidos, o sus hijos ya nacidos en aquel país, sufren los embates, las
agresiones, la discriminación de los estadunidenses blancos que son la base
electoral de Donald Trump. Pero lo que muy pocos de ellos ven –y que el académico
Andrew Selee ha analizado durante décadas– es que la economía del país del
norte tiene mucho que agradecerle a México: hoy es casi imposible, según el
especialista, viajar en un automóvil, autobús, tren o avión que no tenga partes
hechas en este país, sin contar que los mercados del pan o de la leche, por
ejemplo, ya están controlados por Bimbo o Lala.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).-
Como otras localidades pequeñas de Pensilvania, Hazleton votó en 2016
mayoritariamente por Donald Trump. Decenios de deterioro económico, pérdida de
empleos y presiones migratorias pesaron en el ánimo de sus habitantes para
optar por el America First.
Paradójicamente, desde hace
unos años la inversión y migración foráneas –sobre todo de México– le
imprimieron un nuevo auge. Pero no bastó para superar los prejuicios.
A unos 3 mil kilómetros de la
frontera con México, pero cerca de Nueva Jersey y Nueva York, Hazleton y su
actividad minera y textil constituyeron un imán para inmigrantes pobres de
Irlanda, Italia y el este de Europa a principios del siglo XX. Pero a finales
de los cincuenta, con el cierre de las minas, la ciudad comenzó a decaer hasta
convertirse en una sombra de sí misma al concluir los ochenta.
Luego, a mediados de los
noventa, tuvo una nueva oportunidad. Ubicada en el cruce de dos autopistas
estratégicas, un grupo de negocios denominado CanDo abrió en ella un parque
industrial y, con incentivos fiscales, atrajo a grandes compañías nacionales e
internacionales. Llegaron Amazon y Cargill; pero también las mexicanas Bimbo,
Mission Foods y Arca Continental, que instalaron ahí algunas de sus mayores
plantas.
La economía local se
revitalizó y se abrieron nuevas fuentes de trabajo. Pero Hazleton también
volvió a ser un atractivo para la inmigración; sólo que esta vez para los
hispanos, sobre todo los mexicanos. Así, si estos sumaban en 1990 apenas 4%, en
2010 ya eran 37% y hoy son alrededor de 50%.
Restaurantes, tiendas y toda
clase de pequeños negocios de recién llegados de ascendencia latinoamericana
llenaron de movimiento, color, sabores y nombres hispanos las vacías calles de
la abandonada villa minera. Pero si bien los residentes locales, descendientes
de las anteriores migraciones, reconocieron que su ciudad había vuelto a crecer
económicamente al igual que su población, no por ello se sintieron cómodos con
las nuevas presencias y los cambios que traían.
Entre el ajetreo, la música,
la comida y las voces en español, muchos se percibieron ajenos en sus propias
calles; y las tensiones sociales y culturales crecieron hasta estallar en actos
violentos que rompieron la convivencia. Tanto, que en 2006 Hazleton se
convirtió en el centro del debate nacional sobre la inmigración y las
relaciones de Estados Unidos con México, al ser la primera ciudad en aprobar
ordenanzas locales que prohibían contratar o rentar vivienda a migrantes
indocumentados.
Y algo similar ocurrió en
todo Estados Unidos. Muchos pueblos y pequeñas ciudades crecieron a partir del
2000 bajo el influjo de los inmigrantes y sus hijos nacidos en suelo
estadunidense. Ello ayudó a revertir su declive, pero no pudo impedir que se
dieran tensiones entre sus antiguos y sus nuevos residentes.
Tal es el planteamiento
introductorio del académico Andrew Selee en su nuevo libro Fronteras que se
desvanecen. Las fuerzas que impulsan a México y Estados Unidos a unirse (Public
Affairs, New York). Su conclusión es clara: independientemente de la coyuntura
y el discurso, esas fuerzas que los acercan “serán en última instancia más
vigorosas que cualquier decisión que tomen los políticos en Washington o la
Ciudad de México”.
IMBRICACIÓN SILENCIOSA
Director fundador del
Instituto México del Centro Wilson y actualmente presidente del Instituto de
Políticas Migratorias, ambos en Washington, Selee, quien está casado con una
mexicana, es un estudioso de la relación bilateral, sobre la que ha escrito otros
libros, como Estados Unidos y México: las políticas de la asociación o los
retos democráticos de México.
Pese a que elige como punto
de partida este escenario conflictivo en la gradual integración de Estados
Unidos y México, el también profesor de las universidades Johns Hopkins y
George Washington señala que, según las encuestas, la gran mayoría de los
estadunidenses manifiesta una opinión positiva hacia México y los inmigrantes
mexicanos, pero todavía entre un cuarto y un tercio sigue manteniendo una negativa;
muchos millones de ciudadanos, que constituyen la base electoral de Trump.
Selee destaca también que, a
contracorriente de estos prejuicios, a partir de 2007 ha habido una marcada
disminución en el número de migrantes mexicanos indocumentados y, en cambio, un
fuerte ascenso del flujo de capital financiero de sur a norte, a través de
grandes compañías mexicanas que están invirtiendo al otro lado de la frontera.
“Más y más productos de los
que dependen los estadunidenses son fabricados por compañías mexicanas en
Estados Unidos”, explica Selee, y dice como ejemplo que hoy en día es casi
imposible viajar en un automóvil, autobús, tren o avión que no tenga partes
hechas en México, dada la integración de la cadena productiva en el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte.
Pero también hay una gran
participación de capital y personal calificado mexicano en áreas de
alimentación, energía, tecnología, seguridad y entretenimiento. “Todas estas
compañías, que contratan a trabajadores locales para proveer bienes y
servicios, son actores destacados en cada una de estas industrias, pero tal
tendencia ha quedado casi completamente fuera del radar de la vida
estadunidense”, apunta el académico.
Consecuentemente, más que una
investigación académica, en su libro Selee presenta a lo largo de 300 páginas
una sucesión de historias personales o casos ilustrativos, que dan idea de cómo
se vive, fuera de este radar, la integración silenciosa de mexicanos y
estadunidenses a ambos lados de la frontera. Y, sobre la marcha, intercala
datos y cifras que permiten ubicar cada situación particular dentro del
contexto general.
TIJUANA-SAN DIEGO: LA CONEXIÓN
Un caso paradigmático es el
progresivo desarrollo de un área metropolitana única entre San Diego y Tijuana,
ciudad fronteriza mexicana donde el autor vivió y llevó a cabo algunos de sus
primeros estudios sociales después de terminar la universidad.
Hasta hace poco una urbe
caótica, plagada por la pobreza y la violencia, a la que sus vecinos
sandieguinos temían ir o lo hacían sólo para “reventarse”, Tijuana ha resurgido
tras el cierre de las maquiladoras al concluir el milenio, para convertirse en
un boyante polo tecnológico, integrado principalmente a la cadena productiva de
implementos médicos y equipos de comunicación, ya existente en San Diego.
Junto con esta producción se
desarrolló una ascendente clase media, que a su vez requirió de nuevos bienes y
servicios en otros ramos, destacando su oferta gastronómica y también la
creación de espacios culturales y recreativos. Y también se gestaron
iniciativas binacionales como Tijuana Innovadora; la Coalición de la Frontera
Inteligente, que busca agilizar los cruces fronterizos; y hasta reuniones
periódicas de autoridades de ambos lados de la frontera, para abordar problemas
comunes.
El culmen de toda esta
expansión ha sido la conexión aeroportuaria entre Tijuana y San Diego.
Imposibilitado por cuestiones de espacio para ampliar su propio aeropuerto, el
gobierno sandieguino exploró la posibilidad de utilizar el de su vecino. La
solución: construir un puente sobre la oxidada cerca metálica que divide a los
dos países.
Tras unos años de
negociaciones, en diciembre de 2015 los alcaldes de ambas ciudades inauguraron
el puente peatonal que las une y fue construido por inversionistas privados
mexicanos y estadunidenses. Autoridades migratorias y aduanales binacionales
controlan los cruces, mientras gigantescos aviones aterrizan y despegan de las
pistas tijuanenses.
Más conocida es la
integración de las dos economías en lo que se denomina “plataforma de
producción compartida”, y en la que México juega sobre todo el papel de
proveedor de “bienes intermedios”; es decir, de partes que después se integran
a cualquier cantidad de artículos terminados que utilizan todos los días los
estadunidenses. La mayoría empero no está consciente de esta participación
mexicana y, mucho menos, de su contribución directa a la economía local.
Es el caso de la siderúrgica
mexicana DeAcero, que no sólo salvó del cierre a una planta productora de
clavos en Misuri, sino que con una producción de 450 toneladas diarias es
actualmente la principal proveedora en Estados Unidos y, literalmente, “ayuda a
construir la infraestructura de los pueblos y ciudades en todos los 50 estados
de la Unión”. Y esto se repite con otras empresas como Cemex, Vitro, Cuprum o
las compañías Mexichem y Alpek que producen plásticos y petroquímicos.
La industria agroalimentaria
es otra muy entretejida. Productos van y vienen, y se consumen masivamente en
ambos lados de la frontera. Pero pocos saben que la panificadora Bimbo no sólo
es la mayor de México, sino una de las más grandes de Estados Unidos. A partir
de 2008 el heredero Daniel Servitje empezó a adquirir varias marcas
estadunidenses de pan, pero mantuvo sus nombres porque ya tenían un mercado
consolidado.
Casi nadie se enteró del
cambio, pero actualmente Bimbo tiene en Estados Unidos más de 60 plantas, que
dan trabajo a 21 mil empleados locales y cubren 11 mil rutas de distribución en
todo el país. Sus oficinas centrales se encuentran en Pensilvania, el mismo
estado donde se ubica Hazleton.
Algo similar sucedió con
Lala, que adquirió 20 fábricas para procesar leche, queso y yogur. Hoy es una
de las principales distribuidoras de lácteos en Estados Unidos, tanto bajo su
propia marca como otras locales. También está Sigma Foods, del Grupo Alfa,
principal proovedora de hotdogs para las cadenas Walmart y Costco. Y por
supuesto Gruma, que bajo la marca Mission Foods produce diariamente 25 millones
de tortillas.
La colaboración entre México
y Estados Unidos en materia de energía, desarrollo tecnológico y seguridad va
mucho más allá de la compraventa de petróleo, gasolina, gas y electricidad; del
intercambio de conocimientos y expertos y de los opertivos y la información de
inteligencia compartidos que contempla el Plan Mérida.
BINACIONAL Y BILINGÜE
Vale la pena echar una mirada
al ramo de la comunicación y el entretenimiento. Ahí sí, la mayoría de los dos
lados conoce los éxitos que han cosechado los cineastas mexicanos Alfonso
Cuarón, Alejandro González Iñarritu y Guillermo del Toro en Hollywood. Y
también en algún momento ha visto en la pantalla a actores como Salma Hayek,
Gael García Bernal o Diego Luna.
Pero Selee destaca la
anécdota de una cena en Nueva York entre el productor Ben Odell y Eugenio
Derbez. Nadie entre los comensales reconoció al comediante mexicano; pero al
terminar salieron de la cocina todos los trabajadores del restaurante y, entre
aplausos, le pidieron tomarse una foto. Ello dio pie para que la productora
Pentelion, integrada por el Liongate Studio y Televisa, realizara una serie de
películas para el mercado hispanoparlante binacional.
Los filmes, que han tenido un
enorme éxito de taquilla, suman ya cuatro, proyectados en los dos países por la
cadena Cinépolis. Clasificada como la cuarta compañía de cines en el mundo, y
la segunda en venta de boletos, la empresa mexicana inició su expansión en
Estados Unidos en 2011, y cuenta con 18 salas de proyección en todo su
territorio.
La intención de llevar
contenidos a las audiencias binacionales también se ha expresado a través de
cadenas televisivas como Univisión y Telemundo, que además de sus noticiarios y
programas habituales han proyectado telenovelas bilingües exitosas como Ugly
Betty, producida por Hayek, y que han trascendido a los televidentes
hispanoparlantes.
Lo mismo puede aplicarse al
campo de los deportes, donde las aficiones empiezan a conjugarse. A los
residentes de origen mexicano en Estados Unidos cada vez les interesa más el
futbol americano y a los nativos estadunidenses el soccer. ¿Cómo complacer a
ambas audiencias? La respuesta sólo puede ser binacional y bilingüe.
Selee destaca un fenómeno
nuevo: desde hace 10 años son más los estadunidenses que migran hacia México,
que a la inversa. Y en el último cálculo suman más de 1 millón. Muchos son
expatriados retirados que han encontrado en nuestro país un lugar donde hacer
rendir mejor su economía. Otros vienen con compañías norteamericanas o por
intercambios académicos, y muchos acaban quedándose en el país e inclusive
formando una familia.
Pero la gran mayoría son
mexicanos que vivieron decenios en Estados Unidos, o sus hijos que nacieron
allá, y fueron deportados o enfrentaron condiciones de vida cada vez más
dificíles. Muchos ya no hablan español y les cuesta trabajo adaptarse a las
costumbres de aquí. Otros, en cambio, han logrado reinsertarse con facilidad y
hasta han conseguido un mayor éxito debido a su condición bilingüe y
binacional.
¿Cómo afectará este nuevo
fenómeno las dinámicas locales y binacionales? Selee dice que todavía es muy
pronto para saberlo. Pero está seguro de que, aunque en la actual coyuntura la relación
entre Estados Unidos y México parece descarrilarse, las fuerzas que los
impulsan a unirse continúan “avanzando a toda máquina”.
Este reportaje se publicó el 15 de julio
de 2018 en la edición 2176 de la revista Proceso.
(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ LUCÍA LUNA/ 17 JULIO, 2018)
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