El diseño de su próximo
gobierno está listo. Desde la Presidencia se coordinarán 32 delegados federales
que serán sus representantes políticos, que actuarán como los viejos jefes
políticos del porfiriato. Bajo el pretexto de que se trata de una medida de
austeridad, elimina los delegados federales que cada dependencia tenía en cada
entidad, con lo que cambiará el Convenio de Coordinación Fiscal mediante el
cual el Gobierno entrega recursos a los estados a través de partidas presupuestales,
para hacerlo mediante los coordinadores -manejados por Gabriel García, que era
secretario de Organización de Morena-, minando el Federalismo al ser ellos
quienes por fuera de los mecanismos de transparencia y rendición de cuentas,
distribuyan los dineros y asignen los programas.
Otra pinza estratégica de
control y poder de López Obrador es que en el siguiente sexenio, la Oficialía
Mayor de la Secretaría de Hacienda concentrará todas las compras
gubernamentales, con el propósito declarado de ser una medida para eliminar la
corrupción. De esta forma, ninguna secretaría de Estado volverá a tener
autonomía de gasto para planificar, calendarizar y administrar sus compras,
sino que tendrá que recurrir a Hacienda cada vez que necesite adquirir papel de
baño, medicinas, uniformes o computadoras, por mencionar algunos de los insumos
recurrentes. Entonces, si a través de los delegados federales centralizará el
poder político en el País, mediante la Oficialía Mayor de Hacienda ejercerá un
férreo control hacia el interior del gobierno.
Para que la política y la
economía se unifiquen mecánicamente en una misma línea, López Obrador necesita
tener el control de la comunicación, que es una arma que le de el espacio que
necesita para construir los consensos que requiere para gobernar, al mitigar
las eventuales críticas en la opinión pública. Por eso, anunció que
desaparecerán todas las oficinas de Comunicación Social del Gobierno federal, y
que toda la información, así como el mensaje gubernamental, saldrá de un solo
despacho en Palacio Nacional, bajo la responsabilidad de César Yáñez, que ha
sido su sombra durante años. El control centralizado de información y mensaje
será acompañado de sus conferencias mañaneras diarias, donde su equipo ha
sugerido que harán gestiones ante la Cámara de la Industria de la Radio y la
Televisión para que sean transmitidas en vivo, lo que le permitirá fijar la
agenda sin intermediarios y, disfrazado de información, diseminar propaganda.
No podría haber un control
total si no se dispone de los mecanismos de coerción que tiene un Estado,
mediante el uso legítimo de la fuerza. Junto con ello, la centralización de los
órganos de inteligencia civiles en la nueva Secretaría de Seguridad Pública,
así como la incorporación de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría
de Hacienda, y de la Dirección de Protección Civil de Gobernación, detallados
en la columna publicada ayer, se suman para conformar el cuerpo total al estilo
de gobernar que desea López Obrador.
Esta forma vertical y
centralizada de gobernar ha pasado sin que nadie levante las cejas. Los riesgos
no han sido debatidos ni problematizados, incluso para que el propio López
Obrador pueda reflexionar sobre lo que va a construir. Pero de forma circunstancial,
un ensayo bajo la firma del almirante retirado estadounidense James Stavridis,
que fue comandante de la OTAN, publicado en la última edición del semanario
estadounidense Time, arroja luz a esta nonata discusión pública.
“Una vez más, parece que la
democracia tiene un competidor. Los hombres fuertes están surgiendo en parte
porque los gobiernos electos están luchando para enfrentar los nuevos desafíos:
la migración global, los avances tecnológicos, el terrorismo trasnacional y el
malestar económico internacional. Más y más gente está dispuesta a tratar o
tolerar otro enfoque”, escribió.
“Hoy, uno puede ser perdonado
por creer que la era de la democracia ha terminado. Dos grandes naciones, Rusia
y China, tienden hacia un régimen unipersonal. La lista de países inclinándose
hacia las órbitas autocráticas está creciendo. En América Latina incluye a
Venezuela, Bolivia y Nicaragua, que han mostrado los síntomas de una frágil
democracia. En el otro lado del Atlántico, Turquía, Hungría y Polonia, aunque
todavía reconocidas como democracias, tienen un poder centralizado que controla
la prensa, manipula los tribunales y aplasta las protestas”.
Lo que pasa en el mundo es
una llamada de atención, no sólo para todos los mexicanos –sólo una tercera
parte del padrón electoral, no hay que olvidar, votó por López Obrador-, sino
también para el incansable candidato vencedor. Mucho trabajó, luchó y sufrió
López Obrador para llegar a la Presidencia que asumirá con un claro mandato que
no debe confundirle la cabeza, sino forzarlo a cambiar a México, como tanto lo
ha prometido, por un país mejor, no por algo que más adelante le recriminen,
incluso sus seguidores y quienes votaron por él, por haberse desviado de la
ruta prometida y convertirse en un autócrata. No lo merecemos nadie. Tampoco
él, que tiene toda esa fuerza nacional para ser, como lo sueña, el mejor
presidente en la Historia de México.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
@rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 17/07/2018 | 04:00 AM)
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