Historias desconocidas de mafiosos
Moreno y fortachón, dejó el
traje. Andaba más a gusto sin esas formalidades. Hasta olvidó el sombrero de
vestir que tanto le distinguía. Después de andar por muchas partes, decidió
vivir en Guadalajara. Invirtió hartos dólares. Fabricaba y vendía blocks para
construcción. Despacho y almacén allá por la carretera a Chapala. Antes del
entronque al Aeropuerto Internacional. Terminaban los años setenta. Cierto día
llegaron dos tipos a la bloquera. No tengo referencia si la disfrazaron
preguntando sobre el precio del producto. O en solicitud de la clásica
“Perdone, ¿sabe Usted por dónde queda la calle Fulana?”. Lo único que sí estoy
bien enterado: Tirotearon y muerto. Luego el par de asesinos salió corriendo.
Se subieron a pick-up de color amarillo y quién sabe para dónde arrancaron.
Naturalmente, la Policía apareció rápido. Pero llegando al punto trágico,
dejaron a un lado el ejercicio de trámite. Rápidamente identificaron al
asesinado: Jaime Alcalá García. “Fue agente de la Policía Judicial Federal”. Lo
conocían muy bien.
Era hombre fuerte de la
Procuraduría General de la República. En Sinaloa, hizo pareja con José Carlos
Aguilar Garza. Pero este barón también terminó ejecutado. Cuando entregó la
placa, se metió a narcotraficante. Asociado con gente de talla grande. Aparte
de conocerlos, tenía excelente comunicación con los federales.
Desgraciadamente, un accidente avionístico lo dejó lisiado. En el desplome se
descubrió: Transportaba cocaína. Anduvo en líos legales y pudo irse a su casa
de Nuevo Laredo. Inmóvil como estaba, un día llegaron varios fulanos. Se
pararon frente al domicilio y dispararon harto. Como si ese día se fueran a
terminar los cartuchos.
Conocía a Jaime Alcalá y
Carlos Aguilar Garza en Tijuana. Llegaron de Sinaloa. Año del ’78. Fueron los
primeros protagonistas de actos espectaculares. Empezaron a escamotearle lo
apacible a la ciudad. Todo mundo trabajando de día. Por la noche había buena
diversión. Cero sustos. Ni crímenes. Entonces aparecieron estos hombres con sus
grupos. Todos, ametralladora en mano. Lente y chamarra negros. Botas vaqueras.
Anillos y cadenas relucientes. Atrabancados. Espantaban. Dieron rienda suelta a
las famosas redadas. Detenciones sorpresivas en bolita y por parejo. A veces
detenían a algún culpable, pero a muchos inocentes. Personas muy conocidas que
ni de esperanzas, andaban en sucios negocios. Como quien dice, sin vela en el
entierro. Cierta ocasión vi una sorpresiva captura. Llegaron a un pequeño
centro comercial en bulevar Agua Caliente. Cercano a donde yo trabajaba.
Barrieron con todo mundo. No había delincuentes. Nada más se fueron con la
finta del puro rumor. Por eso armaron gran escándalo. Rápido retoñaron las
protestas. Pasado el tiempo, fueron retirados por tanto barullo. Aguilar Garza
y Jaime Alcalá ni adiós dijeron. Abandonaron todo. Nada más dejaron de operar
en la ciudad y con el tiempo, me quedó claro: Llegaron a proteger al narco y no
meterles la pata. Por eso acabó la quietud de Tijuana. Los mafiosos aparecieron
en la calle como niños al recreo. Sin preocupación. Estaban apalabrados.
Después se arreglarían con el Gobierno Estatal del priista y Licenciado
Xicoténcatl Leyva Mortera.
Su paso por Sinaloa lo
confirma. Durante 1976, despacharon en las oficinas del Ministerio Público en
Culiacán. Entonces no había delegación. El bien informado y experto Carlos
Resa, me envió estos datos: En febrero tres de ese año, recibieron órdenes.
Aprehender a los
narcotraficantes Ramón Quiroz Pérez, Rafael López Herales y José Contreras
Subías. Se trataba de la averiguación previa 200/976. Proceso 13/976. A la hora
de la hora, sus jefes escucharon el reporte de la pareja: “No hay datos
posibles para su localización”. Gracias a eso, Contreras Subías ascendió en el
ranking de la mafia. Llegó a ser el segundo hombre más poderoso en los años
ochenta. Hasta cuando le colmó el plato a los gringos. Fue detenido en Costa
Rica. Trasladado a Tijuana por haber matado a un policía. Pero hizo de las
suyas. Cada fin de semana pagaba. Lo dejaban salir. Visitaba a su familia. El
lunes regresaba tempranito. Nadie se daba cuenta. Hasta que un día ya no
volvió. Se fue a Estados Unidos. Allá lo detuvieron. Pasó 14 años encarcelado.
Cumplida la sentencia, le deportaron a Tijuana. Ejecutado el día menos pensado.
Otra orden de aprehensión no
cumplida en aquellos tiempos: Averiguación previa 250/976. Proceso 49/976.
Marzo 4. Aguilar Garza y Alcalá debían detener a tres mafiosos. Clemente Payán,
Alberto y Rafael Caro Quintero. Este hombre, de mucho “arrastre” entre las
damas. Iba volado rumbo al gran poder. Llegó a ser el número uno mexicano y de
“clase premier” en América. Se tantea hoy: Fácil, Aguilar Garza y Jaime Alcalá
pudieron capturarlo. Pero como dicen por aí’ “lo dejaron ir vivo”. Al final, le
fue mal pero no tan peor, como a Contreras Subías. Capturado cuando era lo más
notable. Lo refundieron en una y otra cárceles. Hace días, trasladado de “La
Palma” a Puente Grande. Todo canoso. Ni sombra del galán aquel. Pero tiene en
su haber, distinguirse por ser el o de los primeros utilizando “charolas” de la
PGR o Dirección Federal de Seguridad. Así se identificaba como agente. Hasta se
le cuadraban. También fue famoso por ofrecer a los policías muchos dólares. La
historia resalta aquella hazaña de Caro Quintero. Transportar cientos de
campesinos sinaloenses. Llevarlos a Chihuahua para sembrar y cosechar marihuana
en la superficie más grande jamás vista en el país. En una palabra, fue de los
primeros millonarios. Pero Alcalá y Aguilar Garza no lo detuvieron. Simplemente
reportaron: “No hay datos posibles para su localización”.
Hay más historia:
Averiguación Previa 526/976. Proceso 49/976. Marzo del mismo año. Delito contra
la salud. Modalidades: Compra, venta, preparación, almacenamiento y tráfico de
cocaína. También heroína. Por eso ordenaron de México a Sinaloa, detener a
Félix Maximiliano Velázquez o Marcelino Velázquez, y Benjamín Arellano Félix.
Este hombre debía andar en sus veintes. Tiempo atrás, desempacado de
Guadalajara. Todavía no era ligamayorista. Según antecedentes, Aguilar Garza y
Alcalá tenían todo para detenerlo. Pero se hicieron desentendidos. Está escrito
en el expediente: “No habiendo datos posibles para su localización”. Firmaron,
Aguilar Garza como Ministerio Público y Alcalá en su papel de Comandante.
Benjamín llegó a Tijuana seis años después. Caro Quintero y Contreras Subías ya
estaban encarcelados. Sin estorbo, los Arellano pasaron algo así como de la
Liga Mexicana del Pacífico, a las Mayores. Luego su cártel, a los playoffs. Y a
la Serie Mundial. Igual que Joe Torre manejando los Yanquis de Nueva York, tuvo
mala suerte. Perdió a sus lanzadores estrella. Benjamín a su hermano Ramón. Y
al mayor, Francisco Rafael, encarcelado. También su padrino, Don Chuy Labra,
Ismael Higuera y una bola de camaradas. Aun así, continúa fuerte.
Imagínese el Lector: Aguilar
Garza y Alcalá cumpliendo órdenes y capturando a Contreras Subías, Benjamín
Arellano y Caro Quintero. Otro sería ahorita el rumbo del narcotráfico
mexicano. Para empezar, a la famosa pareja no la hubieran matado. Seguramente,
Contreras Subías viviría. Caro Quintero seguiría dando rienda suelta a sus
amoríos. Benjamín Arellano continuaría libre. Sin pleitos. Con sus hermanos
Ramón vivo y Francisco Rafael acompañándolo.
Total, hace 28 años de aquel
disimulo oficial. Aguilar Garza y Jaime Alcalá reportando: “No hay datos para
su posible localización”. Pero ya ve, las cosas no han cambiado. En Sinaloa no
tocan a los grandes ni con la hoja de una orden de aprehensión. El Delegado de
la PGR no sabe por dónde sale el Sol. Los policías traidores se le escapan. Los
espíritus de Aguilar Garza y Jaime Alcalá se pasean de Culiacán a Badiraguato.
Tomado de la colección “Dobleplana” de
Jesús Blancornelas, publicado en noviembre de 2004.
SEMANARIO ZETA/ DOBLEPLANA JESÚS BLANCORNELAS /LUNES, 19 FEBRERO, 2018
12:00 PM)
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