En alguna terminal de
autobuses cercana a Los Ángeles, California, los ojos de la policía se
dirigieron especialmente a un mexicano. La estampa lo denunciaba. Vestía un
conjunto vaquero de casimir muy elegante. No hacía falta preguntar para saber
que se lo cortaron a la medida. Botines relucientes, seguramente “Floorsheim”.
Sombrero tejano indudablemente “Stetson” de varias equis. Esclava de oro
notable. No llevaba equipaje. Moreno y chaparrito. De barba casi
milimétricamente recortada, dibujada. Ojos negros como su cabello. Piel morena,
obscura.
Sé que los guardianes le
solicitaron sus papeles. Y me informaron que los traía, pero no en regla.
Entonces lo detuvieron por estancia ilegal. Me imagino que cuando los agentes
le encarcelaron consultaron su sistema de computación. Se llevaron la sorpresa:
Antonio Vera Palestina, acusado de homicidio en Tijuana, Baja California.
Inmediatamente funcionaron los mecanismos de enlace con la policía mexicana que
confirmó identidad y delito. Lo de enseguida fue puro trámite. Guardianes
estadounidenses se fueron con él hasta la Línea Internacional. En el último
medio metro del territorio de Estados Unidos le quitaron las esposas. Y en el
primer medio metro de suelo mexicano, policías bajacalifornianos le pusieron
otras. Como escriben los reporteros de la página roja, en medio de un fuerte
dispositivo de seguridad, fue transportado e internado en la Penitenciaría del
Estado, en La Mesa de Tijuana. No informaron nada a los periodistas.
Al día siguiente de su
encarcelamiento, muy de mañana, el entonces Gobernador del Estado, Licenciado
Ernesto Ruffo Appel me llamó telefónicamente a casa para transmitir la noticia.
Es que Vera Palestina era perseguido como uno de los asesinos de mi compañero
columnista y socio, Héctor Félix Miranda. El capturado fue guardaespaldas
personal del Profesor Carlos Hank González. Perteneció al famoso “Grupo Jaguar”
en el Distrito Federal, aquel tan cercano al abusivo “Negro” Durazo. Y según
referencia de la policía bajacaliforniana, es muy rápido y certero en el manejo
de las armas.
Cuando cometió el asesinato,
era guardaespaldas principal de Jorge Hank Rhon, el hijo del profesor. Cuéntase
que al enviar el señor ex-regente a su heredero para administrar el hipódromo
de Tijuana, comisionó especialmente y para cuidarlo a Vera Palestina, su hombre
de confianza.
Encarcelado este hombre, un
juez ordenó catear sus oficinas en las instalaciones propiedad de los Hank. Se
encontraron armas tan potentes como finas. De todas.
Pero Hank Rhon no podía
comisionar a uno de sus muchos abogados para defenderle. Hacerlo sería tanto
como “echarse la soga al cuello”, reconociendo que había ordenado a su
guardaespaldas de confianza cometer el asesinato. Por eso apareció otro que no
era de su staff: Rafael Flores Esquerro. El inmediato antecedente público de
este profesional del derecho era su amistad cercanísima al ex gobernador
Xicoténcatl Leyva Mortera, pariente lejano del ex presidente de la República,
Miguel Alemán. Colaboró oficialmente en su administración. Normalmente bien
vestido. Baja estatura. Hiperactivo. No se le caían los lentes de vidrio
amarillo, mismo tono del usado por los practicantes del tiro al blanco.
Cabellera envaselinada. Baja estatura y siempre oliendo a penetrante lavanda.
Era un secreto a voces su vicio por el juego y sus constantes visitas a Las
Vegas. Tenía fama de galán.
Antes de entrar de lleno en
su faena a favor del acusado, me visitó para informar que lo defendería,
ofreciendo que si yo no lo aprobaba se retiraba. Sentí aquella postura como una
trampa. Por eso nada más le contesté que como abogado tenía el mismo derecho
para actuar, que el acusado para defenderse. Recuerdo haberle dicho que desde
ese momento “pintaba mi raya” y con la mayor cortesía que pude le abrí la
puerta para decirle “que le vaya a Usted muy bien”.
Me dio la impresión que
Flores Esquerro se sintió con todo el apoyo de Hank y eso le permitiría un
triunfo cómodamente. Pero las condiciones como acostumbraba su trabajo no eran
las mismas en los juzgados. Estaba funcionando el primer gobierno panista en la
historia. Ya no se podía maniobrar tan fácilmente en los tribunales.
Creo que esta situación y la
ausencia de influencia hankiana ante un gobierno de oposición, fueron
debilitando su defensa. Dos factores tenía insalvables: Primero, las pruebas de
la Policía Judicial del Estado que logró inmediatamente para retirar de toda
sospecha al gobernador en turno. Y segundo, los periodistas. Aunque algunos se
hicieron desentendidos obedeciendo a Hank Rhon, todos los estadounidenses le
pusieron especial atención. Eso preocupó al señor Flores Esquerro.
Una muestra fue primero
contratar a otro abogado para reforzar su tarea. Lo malo de su colaborador era
que cuando llegaba a las audiencias inundaba el juzgado con su tufo alcohólico.
Neutralizaba el aroma de la infaltable lavanda de su jefe.
Entonces le dio a Flores
Esquerro por litigar en la prensa cómplice de Hank Rhon. A veces con notas,
otras en desplegados pero normalmente censurando al gobierno panista o
enderezando críticas personales contra mí. Gastó mucho en esa estrategia.
Naturalmente, en aquellas
condiciones no podía quedarme callado. Tuvo respuesta a cada una de sus
publicaciones. Eso lo enojó. Olvidó uno de los proverbios de su profesión:
“Nunca odies a tus enemigos. Te harán perder el juicio”.
Por eso cuando se le agotó la
pólvora para lanzar sus insultos y le escasearon los recursos, ordenó insertar
en la prensa media plana para lanzar un reto sin tener una base: Si perdía el
juicio, quemaría su título en la plaza principal de la ciudad y dejaría de
litigar. Pero si ganaba, debía retirarme del periodismo no sin antes reconocer
públicamente que estaba equivocado. Ni siquiera me tomó parecer.
Cuando llegó la hora de la
sentencia el juez condenó al guardaespaldas de Hank a prisión por casi treinta
años. El abogado inmediatamente apeló al Tribunal Superior del Estado donde
ratificaron la sentencia. Promovió un amparo directo. Supuso que en el ámbito
federal podría maniobrar mejor por depender de un gobierno priísta, pero no fue
así. Confirmaron el veredicto.
Lo que vino después fue el
incumplimiento del abogado Flores Esquerro. No quemó su título. Ni siquiera lo
descolgó de alguna pared en su despacho. Siguió litigando. No se disculpó
públicamente, así como lo hizo para retar.
A querer o no, Andrés Manuel
López Obrador me hizo recordar todo esto. Hace poco leí sobre su enojo. Su
inconformidad. No le gustó aparecer tercero en una encuesta electoral para el
Gobierno del Distrito Federal. Por eso retó a los periódicos que así lo
publicaron. Igual que el abogado, el político puso condiciones sin pedirle
parecer a nadie: Someterse a otro sondeo. Si se confirma su tercer lugar, se
retira de la candidatura. En caso contrario, que durante tres meses no circulen
los diarios que informaron de su baja calificación. No puedo creerlo pero es
cierto. El odio le está haciendo perder el juicio.
Escrito tomado de la
colección Dobleplana de Jesús Blancornelas, publicado en febrero de 2000.
(SEMANARIO ZETA/ DOBLEPLANA JESÚS BLANCORNELAS/ LUNES, 26 MARZO, 2018
12:00 PM)
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