jueves, 13 de julio de 2017

PATTY Y CHUY: LA PAREJA QUE HA RESCATADO DE LA CALLE A 800 PERROS EN SALTILLO

La pareja Torres López tiene 12 años salvando perros vagabundos que se encuentran heridos, enfermos y abandonados en las colonias de Saltillo. Día a día, se enfrentan a historias de maltrato y crueldad, pero continúan su labor de encontrarles un hogar


SEMANARIO'FUNDACIÓN LOUIGY



Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

“En esta vida venimos para algo, Dios te pone aquí para algo. A nosotros nos tocó estar en este mundo por los animales”.

Patty López, rescatista

Por Jesús Peña
Fotos: Luis Castrejón
Edición: Nazul Aramayo
Diseño en edición impresa: Édgar de la Garza


SALTILLO.- Patty López jura que se sabe, al derecho y al revés, los nombres y las historias de los 58 perros y 5 gatos que viven con ella, en su casa.
Es más, Patty jura que se sabe las historias y los nombres de los casi 800 perros que ha rescatado de las calles y les ha conseguido hogar, durante casi 12 años.

Y Patty jura que se sabe los nombres y las historias de los más de 100 perros que ha levantado casi muertos de las calles, atropellados, con moquillo, parvovirus, desnutridos, ya sin posibilidades de vida, nomás para llevarlos a dormir con el veterinario.

Darles una muerte digna, dice.

Patty se sabe las historias y los nombres de todos.

“De todos”, repite Patty y se carcajea con esas carcajadas suyas que sonarán muchas veces en los días que estaré con ella, su esposo Chuy Torres y sus perros, en su domicilio –refugio para canes vagabundos– de la colonia Zaragoza.

58 perros y 5 gatos, “yo no puedo con dos”, pensé el día que la escuché hablar por primera vez de su multitud de mascotas en un noticiario matutino de radio.

La verdad es que Patty ha llegado a tener en su casa de la calle de Cedro 1371, en la Zaragoza, que por cierto no es ninguna mansión, a 62 canes y 8 mininos.

62 canes y 8 mininos conviviendo en una casa de 10 metros por 20 metros y dos plantas.

PARA VOLVERSE LOCOS

Conforme pasen los días y aumente la confianza, Patty me contará que a lo largo de su matrimonio ha tenido siete abortos y por eso Dios, que nomás le dio un hijo, la recompensó con muchos perros.

Cuando vinieron a vivir aquí hace 15 años, la morada de Patty, Chuy su marido y Jorge, el hijo de ambos, no era ni siquiera eso, una vivienda en forma, sino un pie de casa con una recámara pekinés, una sala-comedor chiquitita, un baño minitoy y una cocina miniatura.

Patty, dice miniatura, chiquitito, pequeño.




Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

Cada que veíamos a un perro en la calle decíamos ‘no es posible que exista gente tan irresponsable. Los volteas a ver, cuando nunca los habías volteado a ver, empiezas a ver tanto sufrimiento",

PATTY LÓPEZ, RESCATISTA.


TANTO ANDAR ENTRE PERROS...

La suya no era esta casa de dos niveles, con garaje y mirador.

Poco a poco, Patty y Chuy la fueron ampliando. Todo para sus perros: un patio trasero para sus perros, una terraza para sus perros, en fin.

Sobra decir que la casa de Patty y Chuy huele a perro.

“Pues sí, hay perros. Tiene que oler a perros”, revira ella con el gesto fruncido.

Ni Chuy ni Patty saben bien a bien cómo empezó todo.

Sólo que una vez iban en su carro, vieron a un perro maltratado caminando por la calle y lo recogieron.

Al rato su casa, de talla pequeña, se llenó de chuchos.

“Cada que veíamos a un perro en la calle decíamos ‘no es posible que exista gente tan irresponsable’. Los volteas a ver, cuando nunca los habías volteado a ver, empiezas a ver tanto sufrimiento. La gente ni siquiera voltea a verlos, para muchos todavía son invisibles”, dice Patty.

Estamos en su oficina, que antes era su recámara, pero que ahora ni es oficina ni es recámara, es un lugar, un espacio más de la casa para sus perros.

Por toda la casa, hasta en la ducha  y la cocina, hay y ha habido perros, camadas completas de perros callejeros.

Hace 12 años que la sala de la familia Torres López ya no es sala, ni el lecho conyugal es lecho conyugal, sino un albergue para canes sin dueño, ladridos saliendo de todas partes, un concierto de ladridos, muchos ladridos, 58 a la vez, una sinfonía de ladridos, una salva de ladridos guáu, guáu, guáu.

Ahora mismo en la oficina de Patty nos acompaña “Mía”, la papillón blanca con manchas negras que Patty y Chuy rescataron en la colonia Guerrero, hace ya dos años.

Alguien subió al Feis el video de una perrita pinta arrastrándose por la calle.

Patty y Chuy, que iban de camino a la veterinaria a ver a otro cachorro que estaba internado, decidieron ir a buscarla.

Y sí, la encontraron arrastrándose en el pavimento, la levantaron y enrumbaron para el doctor.

Resultó que “Mía” tenía la columna fracturada y sus piernas y patas completamente quemadas por el arrastre.

Llevaba ya tres meses de estarse arrastrando por las calles de la Guerrero, les dijo la gente a Chuy y a Patty cuando llegaron a rescatarla.

Probablemente le habían dado una patada, un golpe con un palo, una pedrada en la columna y se la quebraron.

Hoy, gracias a Patty y a Chuy,  “Mía” está viva y puede caminar con ayuda de un carrito, una como silla de ruedas, pero para perros.

Patty y Chuy no se explican cómo es que “Mía” vino a terminar en la calle.

El papillón es una raza muy fina y cara, alrededor de 50 mil pesos.

“De quién sería, quién sabe”, dice Chuy.

En la oficina de Patty hay escritorio, un sofá, unas cuantas sillas, perros de peluche, fotografías de los chuchos más queridos de la familia y una repisa con nueve urnas que guardan las cenizas de canes inolvidables, por especiales.

Una de esas urnas es la de “Regalo”, el maltés talla grande  que Patty y Chuy encontraron vagando por el puente Morelos, en medio del tráfico, con un catéter conectado a los testículos.

Estaba desnutrido y llevaba la rasta colgando.

Tenía las carnes negras y la cabeza pelada.

“Fue un animal de laboratorio, le estuvieron administrando, ¿qué?, no sabemos. Lo llevamos al veterinario, lo sacó adelante, pero a los cuatro meses falleció de cáncer. También tenía diabetes e insuficiencia renal”, dice Patty.



Labor. Durante casi 12 años, la pareja ha rescatado de las calles a casi 800 perros. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

Otro día, de visita en la recámara de Patty y Chuy, donde además duermen sus cinco gatos, Patty me platicará de una minina a la que sus dueños metieron en una bolsa de plástico y  aventaron al agua del arroyo que cruza por la colonia Mirasierra, mientras llovía.

Tenía un mes y medio de nacida.

Chuy, que iba pasando, cosas del destino, la vio flotar entre la corriente y la salvó.

Me gustaría saber cómo hace Patty para lidiar emocionalmente con tantas historias de crueldad. Yo no podría.

Ella dice que ya necesita una terapia psicológica por tanto maltrato que ha visto.

“Hemos llorado mucho, mucho”, dice.

Luego me cuenta la historia con final feliz de “Gema”, otra perrita invadida de sarna a la que rescató de la colonia Mirasierra.

A “Gema” se le caían los pedazos de piel cuando se rascaba y en las llagas de la cabeza traía pulgas y garrapatas incrustadas.

Estaba tan deforme y fea que no se sabía si era perro, zombi o extraterrestre.

La gente que la miraba caminando o echada en la calle le tenía miedo.

Al cabo de cinco meses de tratamiento, “Gema” recobró su apariencia: era una cocker spaniel negra de aproximadamente 10 años.

Luego que se recuperó la adoptó una familia de Torreón y ahora vive dichosa.

“Me mandan fotos desde allá y estoy llore y llore, ‘mira Gema’”, dice Patty.

Patty dice que a diario llegan a la oficina entre 20 y 30 reportes de perros que son abandonados por sus dueños en las calles.

“Y siento una impotencia muy fuerte porque no puedo con todos”.

De vez en vez los ladridos ensordecedores, desquiciantes, de la marabunta canina interrumpen y opacan la conversación.

No es para menos:

28 perros de razas pequeñas en lo que fue, ya no es, la sala-comedor de la casa; 13 de talla grande en el patio trasero de la planta baja; 10 en el traspatio de la planta alta, 5 en la terraza y 2 en la cochera, dan un total de 58 chuchos.



Digno adiós. En la oficina de Patty hay una repisa con nueve urnas que guardan las cenizas de canes inolvidables, por especiales. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón


PARA VOLVERSE LOCOS, LOCOS

A esta casa, la casa de Patty y Chuy, nadie viene, solamente sus amigos rescatistas, algún reportero, gente que tiene interés en adoptar, personas que a veces donan alimento y animalistas que tienen perros y aman a los perros igual que Patty y Chuy.

Y en la casa de Patty y Chuy hace mucho que se acabaron las reuniones, las fiestas de cumpleaños, las navidades, los años nuevos.
Con 58 canes y 5 mininos, ya no hay lugar ni tiempo para nada.

“Aquí no hay Navidad de adornos, no hay Navidad de regalos, no hay Navidad de nada ni hay árbol de Navidad, no hay nada, Hace cinco años que fue la última vez que puse un pino de Navidad y arreglé con esferas, porque cada que  llegábamos del trabajo encontrábamos las esferas tiradas, los monitos todos llenos de pipi, dije ‘no, ¿para qué, para qué?’”, dice Patty.

Ya ni los familiares de Patty ni los Chuy se paran por aquí, dicen que están chalados.

“Me dicen ‘es que estás loco, cómo vas a andar en la calle’, ‘lo siento –les digo–, pero me gustan (los perros) y no voy a dejar de Salir’”, dice Chuy, una de esas mañanas que platicamos en su casa-refugio para perros callejeros.

Chuy rescata perros de la calle hasta cuándo va por las tortillas, el pan, la leche, “De repente llega y dice ‘mira, lo encontré tirado”, cuenta Patty.

Y me cuenta de cuando ella y Chuy iban a la colonia Loma Linda para alimentar, desparasitar y bañar a los perros con sarna o infestados de garrapatas que se encontraban vagando por las calles.



'Nosotros ya no tenemos casa'. Con 58 perros y 5 gatos, ya no hay lugar ni tiempo para nada. En la recámara, además de Patty y Chuy, duermen los mininos. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

No es una labor que se planee, nos fue atrapando. Empezamos a ver perritos en la calle ‘mira, vamos a darles de comer, vamos a darles agua’”.

CHUY TORRES, RESCATISTA.

Los vecinos pesaban que estaban locos.

De eso hace ya dos años y Loma Linda sigue siendo uno de los sectores de Saltillo que hierben de chuchos callejeros.

“Duramos tres meses yendo, poniendo de nuestra bolsa, hasta que dijimos ‘no, ya no se puede, no vamos a terminar nunca’. Es ilógico que te vayas a traer 50 perros diarios, ¿dónde los metes? La gente es muy irresponsable y por eso tenemos infinidad de perros en la calle”, dice Patty.

De chica, Patty había soñado con ser oficinista y Chuy bombero, pero a ninguno le pasó por la cabeza que sería rescatista de perros callejeros y menos que su casa de muñecas, su pie de casa, se convertiría en un refugio para canes sin dueño.

De chica, Patty había tenido un perro cruza de collie amarillo, pelo largo, talla grande, noble, cariñoso, que su padre llevó de cachorro a casa cuando ella nació.

Le duró 19 años.

Murió de viejito.

Y para Patty fue como si se le hubiera muerto un familiar.

De chico, su marido había tenido un pinscher mediano, negro con café,  que un día llegó a solo a la casa (“Solovino”) y se quedó.

Vivió 14 años.

Manos anónimas lo envenenaron.

En ese tiempo no se acostumbraba alimentar a los perros con croquetas, llevarlos con el veterinario, desparasitarlos, hacerles corte de pelo, limarles las uñas, y si acaso, confiesa Patty, su mascota tuvo una vacuna, probablemente de rabia, en toda su vida.

Pero la gente cuidaba sus perros, eran perros de casa.

Le digo a Patty que no entiendo cómo es que ella y Chuy lograron congeniar en eso de los perros.

No siempre los matrimonios tienen los mismos gustos.

Patty dice que cuando eran novios jamás tocaron el tema. No es que hayan hablado de si les gustaban o no los animales. Ya casados llegaron a tener dos o tres chuchos que fallecieron a causa de le edad, pero nada más.

Hasta que hace 14 años vino “Louigy”, el chihuahua pelo de alambre que un amigo de Patty y Chuy les regaló chiquitito, de dos meses y medio.

Con él, dice Patty, se enamoraron de todos los perros.

Tal vez por eso “Louigy” es el can más consentido y respetado de todo el albergue, aun entre sus congéneres de talla grande.

Y la fundación en favor de los perros sin hogar, que hace un año y medio formaron Patty y Chuy, debe su nombre a “Louigy”: Fundación “Louigy”.

“Ven, ‘Louigy’, venga, mijo, venga, mi niño, ven, córrele, papá, venga, mi niño”, lo mima Patty cuando lo trae para presentármelo: “Él es Louigy”, dice.

Chuy está tratando de recordar cómo fue que él y Patty se hicieron rescatistas:



Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

“No es una labor que se planee, nos fue atrapando. Empezamos a ver perritos en la calle ‘mira, vamos a darles de comer, vamos a darles agua, cómo hay gente inconsciente, irresponsable que los deja salir’, y empezamos a acarrear agua y croquetas en el carro. Todavía les damos de comer porque es imposible cargar con todos los animales de la calle. Lo que hacemos es darles de comer y que sigan su camino”.

A “Louigy” le siguió “Camila”, una weimaraner gris a la que Patty y Chuy sacaron de un domicilio en la colonia Provivienda, porque su familia tenía muchos perros y no la podía mantener.

Hace unos meses que “Camila” falleció, de viejita.

Dice Patty y enseguida me cuenta una anécdota de “Camila”, realmente maternal.

“Fue una perra muy noble. Cada que rescatábamos algún cachorro que fuera para amamantar, ella, aunque no le saliera leche, se lo pegaba”.

Después llegó otro y otro y otro y otro y otro chucho, hasta que la casa de Patty y Chuy reventó de perros callejeros y aquello fue la locura.

Se les salió de las manos.

“Empezamos a ampliar la casa, no para nosotros, la empezamos a ampliar para los perros”, dice Patty.

Se amplió, reafirma Patty, para darles hogar a los perros que están abandonados, maltratados, en la calle.

“Prácticamente es la casa de ellos, nosotros ya no tenemos casa”

Mañana calurosa en lo que fue, ya no es, la sala-comedor de los Torres López, donde antes Patty atendía a los invitados a sus fiestas, cuando había fiestas.

Aquí no hay sofás, juegos de entrenamiento, mesas de centro, lámparas ni floreros, apenas un modular, una pantalla, una computadora y muchos, pero muchos perros, 28, la mayoría chihuahua, como pelotitas alteradas.

Patty, hablándoles por su nombre: ésta se llama “Jenni”, porque el día que llegó al refugio murió Jenni Rivera; aquél es “Grinch”, el perro más enojón de la casa; la otra es “Denisse”, por “La Mapacha” de Big Brother, es que cuando nació tenía los ojos negros como los mapaches; y éste es “Mercado”, porque lo rescataron en un mercado.



Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

Sus historias, las de los 58 que viven aquí, son muy parecidas:

Perros con sarna, esqueléticos, llenos de pulgas, de garrapatas, enfermos de moquillo, con la cadera hecha pedazos, invadidos de cáncer, algunos mutilados, otros que andaban penando en las calles y fueron rescatados.

Un domingo a mediodía que vi a Chuy en la Ruta Recreativa ofreciendo sus perros en adopción, le pregunté si en los 12 años que lleva rescatando chuchos de la calle ha pescado alguna infección o se ha contagiado de alguna enfermedad, dijo que no, a pesar de las 20 mordidas de perros que ha recibido y los otros tantos piquetes de garrapata que tenido que aguantar.

Otra mañana en la cochera de la casa conozco a “Lana”, una pitbull que llegó al alberge en los puros huesos.

La rescataron una tarde que llovía muy fuerte y “Lana” estaba en medio de calle, mojándose.

Ahora, dice Patty, es una perra sana y pesa 20 kilos.

Nadie se ha interesado en adoptarla, con todo y que “Lana” es una pitbull noble, que le gustan los niños y convive con otros perros.

A la perra, cruza de bóxer, que vive en la terraza, la recogieron a las afueras de un centro comercial. Estaba preñada.

Sus ocho cachorros se fueron en adopción y ella se quedó en el refugio a la espera de un hogar.

El que quiera saber cómo es vivir con 58 perros y cinco gatos en el albergue de la Fundación “Louigy”, que le pregunte a Patty López.


"Mía" tenía la columna rota y las patas quemadas por arrastrarse. Ahora puede caminar con ayuda de un carrito, una silla de ruedas para perros. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

Ella responderá que aquí el día comienza a las 5:00 de la mañana y lo primero que hay que hacer, después de levantarse, es limpiar con bastante agua, cloro y jabón los orines y las eses de los perros, regados por todas partes. Entrada la mañana, dar de comer a los perros más pequeños; a mediodía, limpiar otra vez con bastante agua, cloro y jabón los desechos de los canes; almorzar, si es que se puede, si no esperar hasta la hora de la comida. Ya por la tarde, alimentar a los perros grandes; luego limpiar, otra vez, con bastante agua, cloro y jabón las excrecencias los chuchos. En la noche cenar, si es que hay tiempo; y antes de irse a dormir, volver a limpiar con bastante agua, cloro y jabón toda la casa y, si todo sale bien y no hay imprevistos, acostarse a la 1:00 ó  2:00 de la mañana.

“Aquí todo el día es lo mismo y es bien cansado, desgastante. Ya no tenemos tiempo para nosotros, pero es la vida que escogimos vivir”, dice Patty.

Hay gente a la que no le gustan los perros por simple hecho de que cagan.



Refugio. Patty y Chuy empezaron a ampliar su casa no para ellos, sino para los perros que iban rescatando. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

Y gente que dura días y hasta semanas para recoger la mierda de sus mascotas.

Me pregunto si Patty no está asqueada de tanta caca.

“No, yo digo que el asco y todo eso se va. Me da más asco la reacción de muchas personas que me dicen ‘es que cómo puedes estar limpiando todo el día la suciedad de los perros’. En realidad ellos comen pura croqueta”.

Pero parece que sus vecinos de la calle Cedro, en la colonia Zaragoza, no están muy de acuerdo con ella.

Varias veces la han denunciado ya a Ecología por los malos olores y los ladridos que provienen de la casa.

“Agradecidos deberían de estar con cada uno de los rescatistas.

Estamos colaborando para que baje este problema de salud pública, le estamos quitando trabajo al Municipio, rescatando los perros de la calle.

Ellos los recogen para sacrificio y nosotros para darles hogar”, dice Patty.

Otro día en su oficina de la fundación, que es a la vez estancia para perros callejeros, Patty se pone a hacer números:

20 litros de cloro por semana y una docena de trapeadores industriales, cada tres meses, para la limpieza de este hogar. De trapeadores industriales, eh, porque los de la tiendita no sirven para las rudas faenas de esta casa.



Un día en el albergue consiste en levantarse temprano para limpiar, dar de comer, limpiar otra vez. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

Se calcula que los perros de Patty devoran unas cinco toneladas de croquetas al año, que si las convertimos a moneda nacional equivalen a más de 100 mil pesos.

Cuando Haydeé Otero y Édgar Córdoba, los chicos que le ayudan voluntariamente con la logística de la fundación, se lo dijeron, ella se quedó con la boca abierta.

“Lo único que se me ocurrió decir fue ‘ay, cuánta popo sale de ahí’”, dice Patty, se carcajea y sola se contesta: más de 30 kilos de excremento, cada tercer día.

A esos gastos faltaría sumarle lo de las vacunas, medicamentos,  desparasitaciones, consultas al veterinario, cirugías y esterilizaciones.

Todos los perros de la Fundación “Louigy” están esterilizados y listos para irse en adopción en cualquier momento.

Para sacar dinero, Patty hace estéticas caninas (baños, cortes, desparasitaciones) y Chuy vende casas para perro, comederos y rascaderos para gato, que fabrica con las tablas que le dona alguna maderería.



Actualmente hay 28 canes de razas pequeñas en lo que fue, ya no es, la sala-comedor; 13 de talla grande en el patio trasero de la planta baja; 10 en el traspatio de la planta alta, 5 en la terraza y 2 en la cochera. Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

Con frecuencia organizan rifas y subastas.

De vez en cuando llega algún animalista a la puerta de la fundación para donar un poco de alimento o artículos de limpieza.

Antes, Patty y Chuy vendieron  gorditas y después elotes asados a la entrada de la colonia Mirasierra, para mantener el albergue y mantenerse ellos.

Es difícil conseguir recursos para una causa como ésta.

“A veces no completamos, por eso nos quedamos ya sin muebles, todo se ha vendido. Ya no tenemos comedor, ya no tenemos sala”, dice Patty.
Chuy me cuenta que hace algunos días alguien que se dice rescatista los acusó, en redes sociales, de vender perros y explotar la imagen de la fundación para su provecho.

“No cierto y yo a esa persona espero verla para que lo diga en mi cara. Da mucho coraje que te tachen de que estás haciendo negocio, de que estás lucrando con los animales”, advierte Chuy.

Una mañana más en uno de los patios del refugio donde conviven 13 canes de talla grande que fueron rescatados de las calles.

Chuy señala a un perro que encontraron con el ojo reventado, colgándole.

Supone que alguien le dio un golpe y lo dejó sin ojo.

Ahora señala a otro cachorro con tres patas, al que encontraron atropellado.

Ellos, junto con “Mía”, le papillón blanca con negro que anda en silla de ruedas, son los canes más conocidos del albergue.

Patty y Chuy acostumbran llevarlos cuando los invitan a dar pláticas en las escuelas. No para exhibirlos como rarezas de circo, sino para despertar la conciencia en los nenes sobre el respeto y el cuidado a los animales.

Si hay algo que me apasiona en la vida es mi trabajo de reportero urbano, pero yo tengo un sueldo, a mí me pagan por escribir, le digo a Patty y le pregunto qué carajos gana ella de andar levantando perros callejeros.



Foto: Vanguardia/Luis Castrejón

5 toneladas de croquetas al año, lo que equivale a más de 100 mil pesos.
 
20 litros de cloro por semana y una docena de trapeadores industriales, cada tres meses.

30 kilos de excremento cada tercer día.

AYUDA



¿Deseas apoyar la causa  de Fundación “Louigy”? Llama al 8447644841

(VANGUARDIA / JESUS PEÑA/ SÁBADO, JULIO 8, 2017 - 22:09)


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