Si alguien cree que la
renuncia de Luis Videgaray a la Secretaría de Hacienda fue un golpe de timón
del Presidente Enrique Peña Nieto para recomponer el rumbo de su Gobierno,
utilizando como pretexto la controvertida visita de Donald Trump a México,
tiene que releer los discursos del miércoles. Peña Nieto nunca explicó las
razones por las que renunció su poderoso colaborador, a quien despidió con una
cara triste y rociado de elogios. Horas después, en Zacatecas, dijo que “las
decisiones en el orden político a veces están sujetas a enorme polémica, pero
me sostengo en lo que siempre he dicho: sólo las he tomado pensando en México y
el futuro que tendrá”.
Traducción: la invitación a Trump, como
sostienen los dos, no fue un error, sino una necesidad estratégica, y la salida
de Videgaray tampoco fue consecuencia de una falla, sino para darle espacio al
Presidente para remontar la desaprobación a su acción y revertir la paliza
mediática que le estaban dando. Llevarse los negativos él, fue el sacrificio de
Videgaray. Tendrá éxito, no se sabe.
La invitación a Trump,
produjo un fenómeno en los medios convencionales sin precedentes, con epítetos
que sólo se asomaban en la anarquía anónima de las redes sociales. Jesús
Silva-Herzog, una fina pluma, escribió en Reforma: “No creo que pueda
encontrarse en la larga historia de la política mexicana una decisión más
estúpida”. Leo Zuckerman, que no se caracteriza por estruendoso, agregó en
Excelsior: “Peña se convirtió en el hazmerreír de las redes sociales”. Carlos
Marín, el director de Milenio, recuperó su actitud contestataria durante una
entrevista con el Presidente, a quien increpó, interrumpió y, en ocasiones ni
siquiera lo dejó hablar de su indignación por la invitación. Fueron ráfagas de
furia las que alcanzaron el corazón del Presidente, de las que no se le ven
puertas de escape.
Peña Nieto dijo la semana
pasada en su reunión con millenials que no le importaba ser popular, sino de
tomar las mejores decisiones para sus gobernados. Es cierto que muchos
gobernantes toman decisiones que son impopulares entre la población, pero
cuando las que toma son rechazadas por todos los sectores, el problema ya no es
cómo un líder enfrenta a la opinión pública, sino cómo evita que la oposición
generalizada se convierta en una crisis política. Gobernar requiere de
administrar expectativas, pero cuando un gobernante no es capaz de crearlas,
explotan las frustraciones y los enconos.
Las reformas son el mejor
ejemplo de que su propaganda nunca construyó en el imaginario colectivo el
futuro que ofrecía en sus discursos. Una de las razones es el error de pensar
que la persuasión política es igual a la persuasión comercial. Una política
pública no da resultados inmediatos. Carece de sabor y emociones. Un producto
pasa la prueba de los sentidos; la política pública requiere del convencimiento
y la construcción de un consenso.
La tozudez de su estrategia
tuvo rendimientos decrecientes. El primero, cuando se cruzó la aprobación con
la desaprobación, en octubre de 2013, por la reforma fiscal. En el primer
semestre de 2014, Peña Nieto estabilizó su nivel de acuerdo, pero para finales
de agosto, la desaprobación volvió a superar a la aprobación por la agria
discusión sobre la reforma energética. Ya no volvería a superar a la
desaprobación. La última encuesta de encuestas dada a conocer por Parametría el
lunes, muestra un nivel de desaprobación en agosto de 73 por ciento, contra 22
por ciento de aprobación. El nivel de desacuerdo presidencial sigue en picada.
Cayó seis puntos en un mes, con una marcada tendencia a la baja desde abril,
sin que aún se mida el impacto de la visita de Trump.
La crítica al Presidente por
la visita de Trump es tan insólita por lo vitriólica, que se podría alegar que
no responde a un solo evento, sino a la acumulación de agravios que la utilizó
como detonante. Peña Nieto experimenta una situación extrema que no suele verse
ni en el último año de Gobierno. Ni siquiera se parece a un séptimo año de
Gobierno, cuando los presidentes, sin su poder, son víctimas fáciles de los
críticos. Hace tiempo decía un observador anotó que la vida post-presidencial
de Carlos Salinas, iba a ser un juego de niños frente a lo que esperaba con
Peña Nieto, a quien aún le faltan poco más de dos años en el Gobierno. La
oposición, sin embargo, es creciente en número y decibeles.
¿Cómo puede salir del hoyo en
el que se encuentra? Para responderla, primero tendría que aceptar que se
encuentra en tal situación. Según funcionarios en Los Pinos, el Presidente no
está mal, sino es la prensa la que no interpreta bien lo que hace.
Curiosamente, en el encuentro privado con Trump, el republicano le dijo a Peña
Nieto que los malentendidos con él, es por culpa de los periodistas. ¿Qué es lo
que ven en Los Pinos que no se ve en la calle? Hay un chiste donde circula un
automovilista por el Periférico donde al ver a todos los automóviles de frente,
se queja que vienen en sentido contrario. Peña Nieto es como ese automovilista
que es el único que va en una dirección mientras el resto va chocando con él, y
piensa que todos, no el Presidente de México, están mal. Tras los nuevos
agravios de Trump esta semana y la renuncia de su alter ego, solo falta esperar
que el tiempo diga quién tenía la razón.
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO RIVA
PALACIO/ 09/09/2016 | 04:06 AM)
No hay comentarios:
Publicar un comentario