Días antes de rendir su
cuarto Informe de Gobierno, el Presidente Enrique Peña Nieto invitó a comer a
los diputados del PRI y del Partido Verde a Los Pinos, en vísperas del inicio
del periodo de sesiones, y aseguró que en 2018, entregaría la banda
presidencial a un priista. Hubo sonrisas y aplausos, pero poca convicción. La
figura del Presidente se está pudriendo en el PRI desde hace tiempo y los
brotes de rebelión cada vez son más extendidos. La palabra de Peña Nieto ha
perdido credibilidad entre los priistas porque lo que les ha dicho, ha
resultado contrario a los hechos. Desconocen al Peña Nieto que conocieron en
Toluca, cuando su palabra se transformaba en realidades.
Cada vez hay más priistas que
ignoran su autoridad porque cada vez hay más priistas que comprueban que lo que
ordena, no se cumple, o lo que compromete, no sale. Dos botones de muestra.
Cuando renunció el líder del PRI, Manlio Fabio Beltrones, asintió que el
Gobierno tenía que estar más cerca del partido, pero impuso a Enrique Ochoa, un
técnico ajeno al PRI, como su sustituto. Una semana le dijo a Virgilio Andrade
que permaneciera en la Secretaría de la Función Pública hasta que nombrara a su
sucesor, y días después el jefe de la Oficina de la Presidencia, Francisco
Guzmán, le dijo que como había acordado con Peña Nieto, esperaba su renuncia al
día siguiente. Para un político, la palabra es lo que más vale; quien no la
tiene, no vale nada.
No fue siempre así. Temprano
en su Gobierno, Peña Nieto se reunió con el Comité Ejecutivo Nacional del PRI
en Los Pinos, y les dijo que tendría una “sana cercanía” con su partido. Los
priistas salieron contentos porque con eso se cerraba el ciclo desde que el
Presidente Ernesto Zedillo propuso el 6 de febrero de 1995 que tendría una
“sana distancia” -una frase acuñada por su secretario particular, Liébano
Sáenz-, con el partido que lo llevó al poder. Zedillo aseguró que no era su
objetivo destruirlo, pero que no tendrían más privilegios y prerrogativas. Peña
Nieto, con un discurso opuesto, lo ha venido destruyendo. Lo más dramático es
que muy probablemente no se dé cuenta del daño que le causó al partido, a su
Gobierno y a él mismo al haber delegado el poder a su equipo compacto y
permitirle que alejara a interlocutores ajenos a ellos.
El mejor ejemplo de la
dislexia política del Presidente se dio en una reunión de gabinete legal y
ampliado después de las elecciones de gobernadores el 5 de junio, donde el PRI
-si se suman los resultados de las elecciones federales en 2015- dejó de gobernar
a 54 millones de mexicanos. Molesto por los resultados, gritó: “¿Qué no saben
que soy priista?”. Sugirió que no habían hecho lo suficiente para mantener a
las clientelas del PRI y se habían alejado de la ciudadanía. Para los priistas
que fueron informados con detalle de esa reunión, fue una paradoja. Tras las
elecciones de 2015, Peña Nieto nunca los recibió para escuchar su diagnóstico
de los resultados, y mantuvo, contra su opinión, que era un referéndum a sus
reformas.
En 2016, las zonas petroleras
votaron contra el PRI -el rechazo a la reforma energética-, en el sur los
maestros apoyaron a Morena -el repudio a la reforma educativa-, en el norte
respaldaron al PAN -por ir contra la reforma fiscal-, y una ventaja de casi 20
puntos en Aguascalientes, se convirtió en apretada derrota para el PRI en la
Gubernatura por la iniciativa presidencial sobre matrimonios igualitarios que
presentó en vísperas de la elección sin alertar a sus líderes que venía en
camino. Tampoco los alertaron que a días de la elección aumentarían los
energéticos. El castigo no fue solo a los electores. Los gobernadores del PRI
se quejaron sistemáticamente en la primera parte del Gobierno de la opresión
presupuestal y del maltrato recibido por el entonces Secretario de Hacienda,
Luis Videgaray.
Los gobernadores del PRI se
quejaban que Peña Nieto había privilegiado al Gobernador de Puebla, el panista
Rafael Moreno Valle; al perredista Arturo Núñez en Tabasco, y al gobernador de
la ciudad de México, Miguel Ángel Mancera; por encima de ellos y que habían
tenido mejor relación con los presidentes panistas que con Peña Nieto. La
tensión hizo que en dos comidas del Presidente con gobernadores que terminaron
en borrachera, uno de ellos forcejeó y quiso golpear a Aurelio Nuño, primer
jefe de Oficina presidencial y Secretario de Educación, por la forma como,
quien no tenia representación alguna, quería someterlos.
Gobernadores y diputados
priistas han dejado de acudir a citas con secretarios de Estado y a eventos con
el Presidente como resultado del alejamiento con Peña Nieto. El día que llegó
Donald Trump a México, la coordinación de diputados del PRI en San Lázaro
circuló un documento con la posición del Gobierno para que la repitieran. Solo
unos cuántos salieron a dar la cara por el Presidente. Dentro del PRI, Peña
Nieto perdió consenso y el repudio contra él se incrementa. No ven que pueda
conducir con éxito una contienda presidencial y que, en cambio, los puede
hundir al tercer lugar.
Perdió credibilidad, respeto
y confianza entre los priistas. Peña Nieto aún no lo ve, pero en cada elección
lo siente. La diferencia es que ahora, la rebelión naciente prefiere amputarse
al Presidente que perder con él.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/ RAYMUNDO
RIVA PALACIO/ 14/09/2016 | 04:09 AM)
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