En diciembre pasado, Jaime
Rodríguez, “El Bronco”, recién entrado como gobernador de Nuevo León, habló con
la cúpula empresarial regia y les comentó detalladamente el problema de
seguridad que había encontrado en el penal del Topo Chico, en Monterrey.
Jaime Rodríguez les señalaba
que no sólo controlaban la cárcel los criminales, sino que en las noches salían
de la cárcel escuadrones de la muerte para asesinar a sus rivales. Tras sus
ejecuciones, regresaban al santuario que les proporcionaba el reclusorio.
La petición de ayuda al
Gobierno federal, que en aquella ocasión les dijo que era insistente, nunca
llegó. Unos 45 días después, facciones rivales de Los Zetas se enfrentaron y
tras una matanza quedó un saldo de 49 muertos heridos.
La matanza en Topo Chico, que
es una cárcel estatal, y la fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán del penal federal
de máxima seguridad de El Altiplano en julio del año pasado, llevaron a la
Comisión Nacional de Derechos Humanos a realizar un estudio sobre las
vulnerabilidades del sistema penitenciario a nivel nacional que fue dado a conocer este martes, y que se
perdió en medio de tanto ruido social y político.
Pero las conclusiones del
informe 2015, dadas a conocer por el ombudsman, Luis Raúl González Pérez, no
pueden soslayarse. Entre los datos más relevantes del informe, realizada sobre
una muestra en 130 centros penitenciarios estatales de 359 que existen en el
país (el 36% del total), se encuentran:
Hay 71 cárceles estatales que
son gobernadas por los criminales. Es decir, los custodios no tienen control de
ingresos de visitas, ni uso de teléfonos ni, por supuesto, de la seguridad.
(Cuando la matanza en Topo Chico, la videograbación en tiempo real no sirvió
para alertar a la Policía Federal, a un kilómetro de distancia, porque las cámaras no estaban en
poder de los custodios, sino de los criminales).
En 73 de las 130 cárceles
estatales en la muestra, existen áreas VIP, donde los criminales tienen áreas
de privilegios, donde pudieron introducir objetos (muebles, estufas, camas, por
ejemplo), así como sustancias prohibidas (por ejemplo, hay cárceles donde el
olor a la mariguana que se consume en su interior es penetrante). La forma como tienen estas zonas
restringidas para los criminales es por medio de la intimidación y la violencia
contra los custodios y las autoridades penitenciarias.
Una constante en 75 centros
penales es la falta de manuales de procedimientos para ingreso, traslado de
internos en caso de motín, uso de la fuerza, solicitud de audiencia con las
autoridades, visita íntima, familiar, revisión de visitantes, de estancias, así
como una deficiente difusión de la normatividad.
Los homicidios dolosos no son
inusuales. Entre los estados, las cárceles en el Estado de México son las de
mayor vulnerabilidad (14 de los casos se registraron en la entidad, contra
ninguno en Yucatán, que es el mejor evaluado en esta categoría). En materia de
desórdenes, Sonora es el peor evaluado (131) contra Guerrero, el mejor evaluado (un caso),
mientras que en riñas, Sonora volvió a ser el peor (220), contra Sinaloa y
Yucatán como los mejores (dos registradas).
El informe de la CNDH
estableció que en promedio, los peores promedios se los llevaron Nayarit
(4.11); Quintana Roo (4.43); Guerrero (4.99); Hidalgo (5.01), y Tabasco (5.06).
Quienes obtuvieron las mejores calificaciones fueron: Guanajuato (8.02);
Aguascalientes (7.75); Baja California (7.42); Chihuahua (7.38), y
Tlaxcala (7.34).
“En una escala de 1 a 10”, de
acuerdo con el documento, “el promedio nacional de calificación de los centros
penitenciarios estatales fue de 6.21, que si bien representa un crecimiento de
dos décimas respecto de las calificaciones de 2014, no implica un avance
sustantivo o cambio radical en el panorama nacional en la materia”.
La CNDH revisó también las
prisiones federales, y encontró que en 16 se observó insuficiente personal de
seguridad y custodia; en 15, deficiencias en los programas para prevención de
adicciones y desintoxicación voluntaria; en 14, insuficientes actividades
laborales y de capacitación, y en 11 es nula la clasificación entre procesados y sentenciados,
advirtiéndose en 8 casos hacinamiento.
La calificación promedio fue
de 7.36, mientras que en las prisiones militares fue de 7.93. Esta calificación
sólo fue superada por las prisiones en Guanajuato (8.02), y la cárcel femenil
en las Islas Marías (7.99), parte del sistema federal, cuyo promedio fue de
7.36.
“Día con día se violentan los
derechos fundamentales de un gran número de mexicanas y mexicanos privados de
su libertad”, advirtió el ombudsman González Pérez. “Los hechos no nos permiten
concluir que el sistema penitenciario esté plenamente organizado y opere sobre
una base de respeto a los derechos humanos”.
El documento de 523 páginas
es un diagnóstico del sistema penitenciario, al cual el Gobierno federal ha ido
presupuestal y conceptualmente deshidratando.
El presidente Enrique Peña
Nieto no se distinguió desde sus tiempos de gobernador por estar interesado y
preocupado por el mejoramiento de las condiciones dentro de las cárceles, que
se desdobló en una reorientación de recursos –no se puede saber con precisión a
dónde fueron a parar porque fueron adjudicaciones directas inscritas en
seguridad nacional, que son secretas– y en el desmantelamiento de
procedimientos y protocolos.
Por la vía del dolor –fugas
de alto impacto y matanzas dentro de las prisiones–, debería darle atención y
prioridad a un tema que no luce, pero cuesta política y electoralmente. Topo
Chico no es la peor prisión del país; se encuentra en el promedio. Este es un
dato que no puede olvidar.
(ZOCALO/ COLUMNA “ESTRICTAMENTE PERSONAL”
DE RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 14 DE ABRIL 2016)
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