Puede que Rodrigo Aréchiga Gamboa sea uno de los capos más temidos
del cartel de Sinaloa en México, un profesional del crimen que construyó
un imperio ilegal y por años logró evitar a sus enemigos. Pero el Chino
Ántrax tenía una debilidad desconocida: era adicto a las redes
sociales. En su Twitter, donde advierte “estás conmigo o estás con
dios”, no pudo resistir la tentación de subir cualquier cantidad de
fotos de sus viajes, sus yates y sus pistolas bañadas en oro. La Policía
solo tuvo que seguir su cuenta para saber su paradero y hace unos días
lo capturaron en el aeropuerto de Ámsterdam.
Por raro que suene, Ántrax es apenas uno de los tantos
narcotraficantes que caen por culpa de su propia exposición en la redes,
un fenómeno creciente que tiene felices a las autoridades. Aunque la
mayoría de los capos son discretos y más cuando se trata de páginas como
Facebook, Instagram o Twitter, sus hijos y sobrinos no lo son tanto.
Así fue como cayó en noviembre en Nogales, Arizona Ismael el Mayo’
Zambada, prófugo cuya cabeza tenía una recompensa de 5 millones de
dólares. Su hijo, Serafín Zambada, delató a su padre con fotos de rifles
AK–47 cromados en oro, fajos de billetes y hasta un carro último modelo
con un oso de felpa gigante encima. Los “narcojuniors”, como llaman a
la nueva generación, han hecho de las redes sociales los nuevos terrenos
de caza.
El Cisen, organización de inteligencia en México, obtiene gran parte
de su información de los perfiles que los narcos publican abiertamente,
llevados por la falta de recato y el afán por transmitir poder. “En el
fenómeno del tráfico de drogas se suele apreciar la necesidad de los
actores involucrados por reafirmar la valía personal. Una forma de
exhibición de lo que consideran sus logros y riquezas materiales es
permitido precisamente por la capacidad de difusión de imágenes que
representan estas tecnologías” le dijo a SEMANA Carlos Flores,
especialista en seguridad pública y crimen organizado en México. Casos
como el de Broly Banderas, sicario del Cartel de los Templarios de
Michoacán, quien exhibía en una foto sus armas en una camioneta blindada
con una persona amordazada en el puesto de atrás, demuestran que el
afán de ostentación está por encima de todo. Incluso de la propia
libertad.
Pero el fenómeno no solo es mexicano. En Estados Unidos, Dupree
Jonson, un joven de 19 años del sur de La Florida, terminó arrestado por
cuenta de unas fotos que publicó en Instagram de armas robadas, además
de una colección de joyas y drogas. Incluso los pandilleros han puesto
de moda compartir imágenes que muestran los atributos de su poder:
chicas, fajos y pistolas. Lo mismo le pasó al mafioso italiano Michele
Grasso, quien se escondió durante cuatro años en Londres antes de caer
por una foto en Facebook en el museo Madame Tussaud junto a la estatua
de cera del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Que los narcos
presuman de sus riquezas no es nada nuevo. Más de uno ha caído por sus
compras extravagantes, pero hasta ahora no compartían sus andanzas con
millones de personas.
Sin embargo, ostentar no es el único objetivo de los criminales al
usar las redes sociales. De acuerdo con un informe de la organización
canadiense SecDev, la actividad en la red también es utilizada por los
carteles para expandir su negocio, reclutar miembros, lavar dinero,
comunicarse en mensajes encriptados y, en algunos casos, transmitir una
imagen positiva. Así lo hizo el cartel del Golfo en México cuando, tras
el paso del huracán Ingrid en septiembre, publicó un video en YouTube
donde sus miembros reparten alimentos y ayudas a los afectados. Una
verdadera campaña de relaciones públicas en línea.
Nadie sabe a ciencia cierta por qué ellos mismos se ponen en el radar
de las autoridades. Lo único seguro es que esos criminales jamás
imaginaron que caerían tan fácil gracias a unas redes inesperadas: las
sociales.
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