El obispo de Apatzingán,
Miguel Patiño Velázquez, se ha ganado la simpatía de los feligreses por
su forma abierta de denunciar la violencia creciente en la entidad.
Suele hacerlo a través de informes, en uno de los cuales –el del
miércoles 15– pidió a los políticos, al gobierno y al secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, “signos claros de que en
realidad quieren parar a la ‘máquina que asesina’”. Hoy Patiño prepara
su visita al Vaticano, que aprovechará para presentar otro informe
similar al Papa Francisco.
APATZINGÁN, Mich. (Proceso).– El obispo de Apatzingán, Miguel
Patiño Velázquez, escucha el zumbido de los helicópteros militares que
sobrevuelan su catedral una y otra vez, casi rozando la punta de la
torre, luego comenta:
“Llevo 33 años al frente de esta diócesis. Ya hasta perdí la cuenta
de los operativos del Ejército para combatir al narcotráfico en la
región. Este es uno más”.
–¿No han dado resultados las incursiones militares? –se le pregunta.
–Los resultados a veces son nulos, a veces son escasos o a veces
positivos. Tienen sus más y sus menos, lo mismo que mi misión pastoral.
Yo también me pregunto si he cumplido al 100% con mi misión en la
diócesis… Mentiría si dijera que sí.
–En todos esos años, ¿cómo ha visto el trasiego de drogas?
–Ha ido evolucionando. En un primer momento se daba solamente la
siembra de mariguana. En un segundo comenzó a darse propiamente el
narcotráfico. Después vino el fenómeno del consumo. Ahora vivimos un
cuarto momento; el del fortalecimiento de las bandas del crimen
organizado que se apoderaron de la zona.
“Durante más de tres décadas he dado a conocer esta situación a
través de mis cartas pastorales. En los ochenta, por ejemplo, empecé a
oponerme públicamente al cultivo de la mariguana. En los noventa me
pronunciaba contra el narcotráfico. En la primera década de este siglo
volví a insistir en ese tema. Y lo sigo haciendo, señalando incluso los
excesos cometidos por las autoridades. Jamás he silenciado los hechos”.
Patiño es un hombre magro, de baja estatura y movimientos ágiles. Su
blanca cabellera de largas patillas contrasta con un rostro oscuro
quemado por el sol, del que sobresalen unos ojos verdosos que se
achispan al describir la deplorable situación de su diócesis:
“Los gobiernos anteriores dejaron crecer el problema del narcotráfico
que resquebrajó la convivencia social, al grado que la muerte y la
violencia están hoy por todos lados. Ya no se puede transitar de un
municipio a otro sin someterse a revisiones, ya sea por carretera
asfaltada o por caminos de brecha. Los alimentos y los combustibles
llegan a escasear. Y la gente pobre es la más afectada”.
(Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1943, ya en circulación)
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