“Sólo nos queda aguantarnos. Nos la mantenemos
acostadas juntas para soportar el frío”, dice María Concepción Torres, mientras
mete unos trozos de leña a la estufa de ladrillos.
‘Conchita’, como le
dicen, habita en un cuartote de tres metros por 8 de largo con 6 personas más:
su esposo, su hija Maricruz y su yerno, dos nietas y el mayor de sus hijos,
José, de 24 años, que padece de sus facultades mentales.
Aquí estar dentro
del hogar es prácticamente igual que estar afuera.
Al pie del cerro, en
la colonia Granjas Unidas 2, esta familia tiene 10 años aguantando las
inclemencias del tiempo ante la imposibilidad de conseguir un lugar mejor para
vivir, o recibir apoyo del Gobierno porque no poseen las escrituras del
terreno.
Ese lugar les fue
regalado desde entonces por un ejidatario que les permitió quedarse ahí. En
todo ese tiempo es muy poco lo que han podido hacer por la casa. Viven al día.
El techo de madera
apostado en las cuatro irregulares paredes tiene huecos por todos lados que
dejan el paso libre a las corrientes de aire y hacen imposible calentar el
interior.
“Nos la mantenemos
acostadas, juntas, para soportar el frío”, dice ‘Conchita’ mientras tiembla de
frío e intenta sin mucho éxito peinar a su nieta Diana, de 6 años.
Para no enfermarse
procuran estar tomando bebidas calientes como café y canela, además traen las
chamarras casi pegadas a la piel. No se las quitan para nada.
“A Diana la acaban
de operar de la apéndice, por eso la cuidamos más”, cuenta María Concepción.
Al mediodía de ayer
la casa ni siquiera estaba medio templada y las brasas ya estaban casi por
extinguirse bajo la plancha, que soportaba dos sartenes, uno con agua para
café.
Diana acercaba una
silla para tratar de calentarse un poco, mientras su hermanita no quería ni
siquiera levantarse de la cama.
“En la noche nos
dormimos juntos para hacernos más calor”, abunda ‘Conchita’.
La leña que
utilizaban en ese momento era un obsequio de uno de los vecinos, pero en cuanto
se terminara, las mujeres tendrían que ir a buscar más al cerro, donde incluso
había neblina.
Los hombres de la
casa se encontraban trabajando; uno vendiendo escobas en la calle y otro en la
obra. José, el hermano mayor de Maricruz, hijo de “Conchita” como le dicen de
cariño, gritaba cosas acostado.
“Es que tiene frío”,
comenta la madre de familia.
Para esta familia la
situación no es mejor en verano, cuando el calor es tan insoportable que
duermen a la intemperie, a riesgo de ser picados por algún insecto ponzoñoso.
Sin opción y sin
dejar de temblar aún con la chamarra puesta y dentro del hogar, Conchita y su
familia esperan tiempos mejores, aguantando el frío.
(EL DIARIO, EDICION
JUAREZ/ KAREN CANO| 2013-11-23 | 23:57)
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