lunes, 26 de marzo de 2012

DESAPARICIÓN, EXHUMACIÓN, VIACRUCIS






  
Una fosa común, cientos de cadáveres abandonados y treinta meses sin saber si es o no su hermano


Javier Valdez 
Ese abrazo fue también una despedida. Se querían mucho y cuando se vieron lo hicieron con tanto gusto que lloraron de alegría. No sabían que era la última vez que se entrelazaban, que compartían el vertedero lacrimoso, las cavidades superiores húmedas, moquientas, y se verían en los ojos del otro. Encuentro y partida. Tierna, arrebatadamente.


Ella, la hermana, de nombre Alma Rosa, quisiera hablar en presente. Darle vida con el verbo, con el uso de sus palabras, para que respire. Al menos en su recuerdo. Su nombre es, era: Miguel Ángel Rojo Medina. Tiene, tenía, 47 años. Aquel 4 de julio de 2009 lo vieron por última vez.

La zafra había terminado. Y él, que se dedicaba al transporte de trabajadores agrícolas y era dueño de camiones, organizó una reunión. Una carne asada para festejar el fin del ciclo de siembra, en Estación Obispo, al sur del municipio de Culiacán. Ahí se vieron los hermanos. Y se fundieron cariñosamente. Y él se desvaneció en el tiempo y el recuerdo. En la lucha de ella por encontrarlo.

Como al día siguiente habría elecciones y se suspendería la venta de cerveza, se apuró al expendio por unas caguamas. Se lo anunció a la hermana. Le dijo que iría luego a ver una mujer, en la comunidad de Obispo, muy cerca de donde estaba. Y que también quería comprar camarones.

Lo que supieron de él después fue por una llamada. Marcó a una sobrina de nombre Loreto. Le preguntó dónde estaba. Ella se extrañó porque su tío Miguel Ángel rara vez llamaba por teléfono. Por eso le soltó un tembloroso ¿qué pasa?, ¿cómo estás? Él contestó que bien y ella insistió que si qué tenía. Nada, nada. Y continuó: es que te hablé para decirte que voy a Culiacán. Ella reviró: ¿a estas horas? ¿Con quién? Y colgó.

Una mujer, muchos caminos


Se supo de él pero a los días. La mujer con la que había estado nunca avisó, pero su hermana, siguiendo rastros, preguntando aquí y allá, lo supo. No sé qué pasó, contesta la dama, cuando la cuestionan sobre lo sucedido aquella noche. La camioneta estaba afuera. Dice que el hoy desaparecido dejó indicios de su presencia en el lugar: alcanzó a sacar un garrafón de agua, dejó las llaves en el encendido del automóvil y el vidrio de la ventana de la puerta del conductor a medio camino y una caguama menos un trago.

“Desde entonces, las noches y los días son eternos”, afirmó Alma Rosa, quien ha protagonizado este calvario sin fecha ni horario de buscar a su hermano.

Cuando fue a la Agencia del Ministerio Público a interponer la denuncia, el personal le contestó que debía esperar al menos 72 horas para considerarlo un caso y empezar las indagatorias. Ella se preguntó: ¿qué no pasa en 72 horas?

Recordó que el comandante que inicialmente estaba asignado al caso, una vez que se aceptó la denuncia, sí estaba investigando, pero fue cambiado al puerto de Mazatlán. Ese comandante, de apellido Balderrama, fue asesinado cuando regresaba a Culiacán, en septiembre de 2009.

Otro oficial tomó el caso, pero no hizo nada. Por eso decidió buscar por su cuenta, en Obispo, Estación Obispo, Quilá y comunidades cercanas. En una, dos, tres, cuatro ocasiones caminó por el monte alrededor de siete horas. Alguien le decía que habían visto el cadáver de su hermano allá, más allá, por esos rumbos. Buscó en canales, veredas y plantíos. Un día le informaron que estaba en una funeraria de El Salado, pero fueron mentiras.

Una persona involucrada en el narcotráfico le dijo que le iba a ayudar. Ella sola, acompañada por unos 12 pistoleros, buscó y buscó. Llegaron a Quilá y varios pueblos de los alrededores. Está en una noria, le avisaron. No encontró nada.

Te van a matar

Sus hermanos tenían miedo. Te van a matar, le repetían. “Pero yo no, yo no tenía ni tengo miedo. Sé el riesgo que corro, pero puedo decir que mi hermano no era narco. Tenía un defecto, eso sí: le gustaban mucho las mujeres, pero nada más”.

El mejor investigador

Le informaron que Florentino López Beltrán, de la Policía Ministerial del Estado, era el mejor investigador, el que necesitaba para estos casos. Es además pariente. Ella lo buscó y accedió, pero “jamás me ayudó, lo que sí hizo fue pedirme que me alejara de los actos públicos, de protestar, porque de lo contrario ya no me iba a ayudar”.

El famoso investigador se volvió puras mentiras. Dijo que un “oaxaquita” tenía el teléfono celular de su hermano y que lo iban a encontrar. Nada pasó.

El 5 de agosto de 2009 agentes ministeriales encontraron un cadáver en un cerro ubicado cerca de Higueras de Abuya: el cadáver estaba seco, comido por aves de rapiña, tirado en el suelo. Para mí sí es, confiesa Alma Rosa. Pasaron siete meses, esperó con amorosa paciencia. Hasta que se enteró que ni siquiera habían enviado las muestras para determinar el ADN del occiso y compararlo con el de ella.

Después de realizar algunas protestas en la Procuraduría General de Justicia y frente al gobernador, que en ese entonces era Jesús Aguilar Padilla, respaldada por Leonel Aguirre Meza y Óscar Loza Ochoa, de la Comisión de Defensa de los Derechos Humanos (CDDHS). Y así lograron que por fin se hiciera la prueba de ADN, cuyo resultado fue negativo, pero “a mí no me dejaron satisfecha, no confié, la verdad. Y luego me enteré que las muestras se habían contaminado”.

Fosa común
Al tiempo supo que habían enviado el cadáver a la fosa común, en abril de 2011. Cuando preguntó en la Procuraduría no le supieron decir dónde. Se puso a investigar y supo que lo habían dejado en el panteón de la 21 de Marzo. Solicitó que lo exhumaran y realizaran otra prueba de ADN. Y cuando le contestaron, los funcionarios informaron que los de la Unidad Modelo de Investigación Policial (UMIP), de acuerdo con sus indagatorias, habían decidido realizar la exhumación. Ella contestó que era mentira, que ellos no habían hecho nada.

El cadáver es exhumado el 4 de noviembre de 2011: lo sacan, el cadáver está destrozado y ella dice ‘este no es’. Sacan otro cadáver que estaba abajo. Ellos insistían que ese era. Ella que no. Ellos insisten que ese es el que viene en el oficio de exhumación. Ella se aferra y le informan que van a abrir otra fosa. Alma Rosa está destrozada, como ese cadáver e inundada de desesperanza. Toma aire. No puede. Se sienta en una tumba: a llorar.

José Luis Leyva Rochín, quien había llevado el expediente del desaparecido, llega con unos papeles y les dice a los empleados de la PGJE que efectivamente ese no es el cadáver que buscan. El encargado del panteón se acerca y les informa que ese 8 de abril llegaron con varios cadáveres, dos de ellos fueron dejados en una tumba y tres más en otra. Le preguntaron si aguantaba realizar una exhumación más. Eran las 10 de la mañana y habían empezado a las 6. “Sí aguanto”, respondió.

Sacaron un tercero, un cuarto cadáver. Metían manos y se hundían. Un funcionario del Servicio Médico Forense que llegó poco después les dijo que ninguno de esos era, sino el primero que habían sacado. Recordó que tenía un corte en el fémur. El corte era para la muestra de ADN. Y también mencionó la dentadura. Ambos coincidieron.

Lo sacaron. Habían dicho que el hombre había sido calcinado, luego que lo habían colgado de un árbol. Argumentaron que había quedado así, enjuto, por el tiempo que había permanecido expuesto al sol. En el desespero, le pidió a un alto funcionario de la Procuraduría que le permitieran llevar ella misma las muestras de ADN a México o Mexicali o donde fuera. Le contestaron que no era posible.

Una perito del Semefo le preguntó si le habían explicado lo de las otras muestras y ella contestó que no. “Ella me dijo, ‘mire, casi puedo estar segura que el cuerpo es de su hermano. Hay un mínimo de error’. Y yo la verdad le creí. Todo el tiempo me he dicho que ese es mi hermano”.

En esta ocasión, tomaron pruebas de ella y de hermanos varones. Leyva Rochín le informó que las muestras las habían enviado el 15 de diciembre. Le pidió el documento. Le dijo que ahorita, mañana. Nada le mostró. Le avisaron que llegarían el 13, el 15 de enero. Ya es marzo y no hay resultados ni novedades. Y siguen sin mostrar el oficio que pruebe que las muestras fueron por fin enviadas.

“Esto es como otro infierno. Vive y ya no vive uno. ¿Dejo de buscar a mi hermano ya? No, no puedo. El año pasado dije ‘este año ya, es el último’. Pero no pude. No puedo. Quiero tener un lugar para enviarle flores, una veladora, visitarlo”.

Personas cercanas a Miguel Ángel hablan con la condición de que no se les mencione. Viven ahí, temen por sus vidas. Dicen que en esa región de Culiacán no pasa nada sin que el narco lo sepa. O lo haga. Afirman que tuvieron que recurrir a integrantes del narcotráfico para ubicarlo, porque los investigadores no trabajan y ellos mismos son los que estorban cuando hay posibilidades de avanzar.

“Es todo muy cruel. Mucho. He sufrido con tantas mentiras y esperas. He ido a México, a actos del Gobierno estatal, aquí, en Culiacán, a protestar. Y no pasa nada. Hay mucha, mucha crueldad en esta gente. Y lo único que yo quiero es saber que es él, encontrarlo. Y descansar”.

 

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