Arturo Soto Munguía
En la sede del PRI estatal en
Sonora, los ánimos comienzan a caldearse. Son las cinco de la tarde del viernes
23 de marzo y está a punto de acabar el tiempo para el registro de los delegados
que habrían de elegir a quien los represente en la contienda electoral por el
distrito XI (Hermosillo Costa).
Son miles quienes se arraciman y se empujan
en la calle; alegan, gritan. Una señora le da en la cabeza a un tipo, con una
bolsa de plástico que quién sabe qué contenga. Los gritos suben de tono. Quieren
entrar a la asamblea. Son, en su mayoría, hombres y mujeres con el ánimo
encendido al punto de la violencia.
Las vallas metálicas colocadas para
contener y dirigir el flujo de la multitud, son jaloneadas de uno y otro lado.
De los que quieren entrar y de quienes no los dejan. Los decibeles en los gritos
suben demasiado y las quijadas endurecidas y los ojos furiosos se
multiplican.
Se trata de la asamblea electiva para decidir entre Raymundo
Rodríguez Quiñónez, Iris Sánchez Chiu y Gerardo Ceja Becerra. Cada uno busca
representar al PRI en la contienda por ese distrito, donde la lista nominal
rebasa ligeramente los 190 mil electores.
Raymundo es hermano del dirigente
estatal del PRI, Rosario Rodríguez y ya compitió antes por ese distrito siendo
vapuleado por el PAN; Iris Sánchez es una joven militante del sector campesino
que busca por primera vez probarse en las urnas, y Gerardo Ceja es un personaje
de lealtades impredecibles.
II
El auditorio Plutarco Elías Calles
está al tope. La votación se está llevando a cabo y el sector campesino
suministra a los cetemistas una sopa de la que gustan cocinar: echar montón por
adelantado para aplastar en la votación a sus contrincantes.
En algún lugar
del mundo, Flor Ayala Robles Linares sonríe, recordando la aplanadora cetemista
que la hizo garras cuando le disputó a Vicente Solís Granados la candidatura a
la diputación federal por el V Distrito.
La CTM va perdiendo. Los ánimos en
la calle son atizados para convocar al portazo de rigor, que permita a la
multitud enardecida tomar por asalto el auditorio.
Las cosas se calientan y
el reportero pierde el dato. ¿Cuál es el distrito que se disputa?, pregunta a
una señora, a un señor, a un joven, a cuatro o cinco de los que ya rompieron la
valla y empujan las puertas del PRI estatal. Nadie sabe. No saben por qué están
ahí, pero quieren entrar. Y empujan, gritan, insultan y se arremolinan hasta que
dan el portazo y entran en estampida.
La planta baja del edificio del PRI
está llena, atiborrada de gente con los ánimos bien caldeados, y Raymundo
Rodríguez arenga a gritos destemplados, desgarrando la voz para incitar a sus
huestes a no dejarse.
De pronto un estruendo. El eco de una explosión entre
las paredes del edificio desata el pánico. Parecen balazos y el olor a pólvora
libera todos los miedos, que buscan la salida a rajamadres. Señoras, niños,
ancianos; hombres y mujeres en tropel buscando guarecerse de lo que sea,
mientras suena otra explosión y luego otra y otra.
El marco de aluminio en
una de las puertas de la entrada principal es débil. Los tornillos que la fijan
al piso no resisten y son arrancados en otro estruendo, por la turba que busca
salir de pandemónium. Las madres buscan a sus hijos y sus ancianos. Todos gritan
y preguntan qué pasa.
La puerta es arrancada de cuajo y cae al piso en un
estruendo de cristales rotos, y por ahí sale la estampida histérica buscando
protegerse de no se sabe qué cosa. Buscando con las miradas y las manos y los
gritos a sus hijos y sus viejos, entre alaridos y estampas de ‘sálvese quien
pueda’.
III
Afuera, una ambulancia permanece con las luces azules
y rojas encendidas en medio de la tarde que se acaba, y paramédicos hacen
esfuerzos por atender a señoras con la presión arterial y la glucosa al tope;
jóvenes en la frontera del desmayo empapadas sus ropas en sudor…
Adentro, los
connatos de bronca entre militantes destacados siguen. Raymundo Rodríguez tiene
los ojos inyectados y las venas del cuello hinchadas cuando escupe palabras
altisonantes a otro priista que le responde de igual manera, mientras Amos
Moreno es retirado a empellones por un tipo encabronadísimo que manotea a
diestra y siniestra.
En la puerta del auditorio, una muchacha cae desmayada.
Piden a gritos la presencia de los paramédicos que llegan solícitos y
diligentemente hacen su trabajo. Les vale madre el entorno. Ellos se abstraen
del escándalo y con profesionalismo de corresponsal de guerra, se aplican en lo
que saben hacer, ignorando por completo el caos circundante. Son ángeles
blindados, me cae, porque la chica poco a poco se
reincorpora.
IV
Las cosas comienzan a calmarse. Cada vez son menos
los que presa de la histeria, siguen gritando y amenazando. Casi todos, de la
CTM.
De alguna parte aparecen Lupita Aguirre, Samuel Moreno Terán, Javier
Villarreal, Amós Moreno. Llegan para decir que se ha decidido suspender la
asamblea. Que no hay condiciones para llevarla a cabo. Que se repondrá el
proceso. Que es lamentable lo sucedido. Que hay intereses ajenos al PRI,
interesados en dividirlos. Que nunca había sucedido eso.
Gerardo Ceja nunca
se vio por el lugar, aunque estaba twitteando desde el día anterior con Javier
Alcaraz Ortega y su sobrino Vicente Sagrestano (confidentes y asesores del
gobernador Guillermo Padrés), así como con reporteros-empleados del gobierno
estatal.
El Bodoque Yeomans sí se hizo presente, pero ya que pasó todo. En
las afueras del edificio del PRI, departía a carcajadas con un pequeño grupo de
jóvenes enfundados en ropa de marca y pose de perdonavidas. Pero eso fue cuando
ya había pasado todo.
Finalmente, los principales cuadros del priismo ahí
presentes comunican al auditorio que la asamblea se cancela. Que se repondrá el
procedimiento. Que lamentan mucho lo ocurrido. Eso sucede cuando en el auditorio
del PRI, todavía queda en el aire el olor a pólvora, y en la calle, todavía
están sacando en peso a una viejita bien asustada.
Colofón
El viernes
amaneció con malos presagios. El busto erigido a la memoria de Luis Donaldo
Colosio en el cruce de la calle Domingo Olivares y el bulevar que lleva el
nombre del candidato presidencial del PRI asesinado el 23 de marzo de 1994 en
una plaza de Tijuana, apareció bañado en pintura rojo-sangre.
El monumento,
ubicado en céntrico crucero de la ciudad de Hermosillo, donde operan por lo
menos tres cámaras de video controladas desde las oficinas de inteligencia
estatal, fue vandalizado tétricamente sin que hubiera registro de los hechos.
Eso no es raro. En Hermosillo han sido ejecutadas decenas de personas en las
calles más transitadas, y casi siempre las cámaras están dirigidas a otro
lado.
La violencia del viernes en el PRI, tiene su contraparte en el reporte
de que un par de funcionarios del gobierno estatal: Oswaldo Córdova Santa Cruz y
Felipe López, protagonizaron un zafarrancho en el que salieron a relucir armas
de fuego y las detonaron, en la colonia Jesús García.
Los presuntos fueron
detenidos y minutos después liberados.
Nada bien pintan las cosas en el
escenario preelectoral sonorense.
chaposoto67@hotmail.com
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