sábado, 17 de diciembre de 2011

LAS SACERLUCHAS



Víctor Hugo Michel, enviado
Ciudad Juárez, Chihuahua/ www.twitter.com/vhmichel

Fiel al Santo y a Blue Demon, el padre “E” prefiere no decir su nombre completo porque aún cree en la idea de tener una identidad secreta. De hecho, disfruta más que le llamen por su apodo de guerra, particularmente por estas fechas, cuando puede dejar de lado el sacerdocio para asumir de lleno una de sus pasiones ocultas: la lucha libre.

“¡Venga Fariseo!”, le gritan dos monjas cuando lo ven caminar por el seminario de Ciudad Juárez, el rostro cubierto por una máscara blanca con una F dorada bordada en la frente. “¡Sí madre, arriba los rudos!”, responde con el puño en alto y carga una Biblia en la otra mano.

—Entonces es usted luchador y al mismo tiempo cura.

—En realidad soy un sacerdote católico de Juárez. Estudié en el seminario, pero tenemos la tradición de desarrollar en nuestra kermés anual un espectáculo de lucha libre en el que yo soy el Fariseo. Este año voy a enfrentarme al Ángel Negro. Seremos compañeros sacerdotes, pero en el ring somos enemigos.

“E”, como los padres “L”, “M”, “S” y “B”, forma parte de un experimento osado e inusual con el que la diócesis de Juárez no sólo se hace de recursos económicos, sino busca mejorar el ánimo de una ciudad desmoralizada por años de guerra con el narcotráfico, y al mismo tiempo atraer a una nueva generación de jóvenes al sacerdocio, llamándolos a “subirse al ring” de la vida del prelado.

Bienvenidos al mundo de la sacerlucha. Un extraño producto de la ciudad más peligrosa de México que el pasado 2 de octubre cumplió cuatro años de existencia.

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Pese a sus casi 40 años de edad, “E” cuenta con un físico imponente, producto de décadas de entrenamiento en judo. Pero para la pelea de este año tuvo un mes de acondicionamiento con Peluchín, una de las glorias de la lucha libre de Juárez, campeón local del pancracio en distintas variantes y cuya fama llega hasta El Paso, Texas.

Peluchín ha entrenado a “E” en caídas y saltos desde la primera y segunda cuerdas. Le ha enseñado la técnica de cómo usar la inercia para rodar en la lona y evitar un hombro dislocado. En resumen, le dejó a punto para su lucha principal contra Ángel Negro —el otro sacerdote rudo— y Orante, el único padre que no cuenta con máscara y quien perdió la cabellera el año pasado.

En el cuadrilátero le acompañaron Siervo y Convertendus, que junto a sus demás compañeros de ring atienden parroquias en Juárez y sus alrededores, en algunas de las zonas más calientes de una región que en los últimos cinco años ha sido blanco de una guerra entre cárteles de la droga, y en la que los sacerdotes mismos se han convertido en blanco de extorsiones y amenazas.

Quizá por eso Fariseo declina referirse al narcotráfico de forma directa. “Lo que puedo decir es que todos queremos que venza el bien y la justicia (…), pero hay fuerzas del mal que en estos días se empeñan en jugar con dureza”, señala.

El encontronazo religioso fue organizado con la venia del obispo de la región, Renato Ascencio León, para acercar el mensaje de la catequesis a una población cada vez más distante de la religión.

“Esta es una manifestación de esperanza”, dijo el obispo en entrevista. “Ayuda mucho a que la comunidad se sienta segura. Este es un espacio en el que no hay inseguridad y permite un poco de esparcimiento”.

—¿Les ayuda a reclutar a nuevos sacerdotes?

—Esto es precisamente para los jóvenes. Para que vengan al seminario y se acerquen. Algunos serán candidatos a ingresar.


Los gladiadores realizan sus mejores llaves.

Aunque no queda claro si es un efecto ligado directamente a la sacerlucha, el seminario cuenta con más de 900 estudiantes, un promedio inusualmente elevado de potenciales sacerdotes hacia el futuro.


Lo cierto es que esta actividad ha generado su propia cultura en esta ciudad fronteriza: máscaras, playeras, bandas para la cabeza y banderines con las figuras de los sacerdotes enmascarados son comercializados en el seminario a distintos precios y que ayudan a su mantenimiento.

Siervo, otro sacerdote enmascarado, insiste en que el espectáculo ha atraído la atención de los jóvenes sobre el seminario, abriendo la vía a que se mantenga en crecimiento. “Es el corazón de la diócesis”, indica. “Aquí late la nueva sangre sacerdotal. Lo hacemos por eso. Sólo por eso”.
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“¡Ríndete ante mí!”, grita el hombre con el torso semidesnudo, mientras sostiene el cuello de su contrincante en una llave incómoda. “¡Renuncia!”, le insiste, al tiempo que le golpea en el pecho con la palma abierta.

El luchador que yace en el suelo es Fariseo y quien le golpea es Ángel Negro, que resultó el luchador más poderoso de la noche. A unos metros, Siervo se encuentra atado en uno de los postes del ring. Orante lo despacha alegremente de un rodillazo al estómago.

“¡Rájele su madre, Padre!”, se grita desde el auditorio, repleto de niños y adolescentes. Potenciales nuevas reclutas que, al menos hoy, estudian catecismo sin protesta alguna.

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