viernes, 18 de noviembre de 2011

"SIN NOVEDAD" EN LOS PANTEONES


   
Ismael Bojórquez
Música, licor y balaceras en el festejo a los muertos

“Aquí todos se hacen pendejos; cómo se explica usted que esté un retén aquí enfrente y allá adentro la balacera”.

El hombre que habla improvisó un terreno aledaño al panteón Jardines del Humaya como estacionamiento. “25 pesos el tiempo que usted quiera quedarse”. Sombra debajo de los guamúchiles, la vigilancia estaba incluida.


—¿Qué tipo de armas sonaron?
—De todas oiga, yo nomás me metí abajo del tejabán para que no me cayera un pedazo de plomo.


Dueños de todo, los narcos se apropiaron también de los panteones. Y del festejo a los muertos, desplazando a los ricos de abolengo hasta de este paraíso que se inventaron hace 45 años para acomodar sus huesos.


Las viejas tumbas de los Ritz, los Clouthier, los Gatzionis, fueron visitadas por la tarde del martes, pero ya entrada la noche se quedaron solas, dejando el terreno libre a los Avilés, los Cabada, los Torres, los Coronel, los Caro, los Araujo, los Beltrán… y a sus bandas de música, explotadas hasta el hartazgo del día siguiente, y a sus hieleras repletas de cubos y ambarinas, y a sus Buchanan’s, infaltables en el ordinario repertorio de cualquier buchón de mala muerte.


“Después de las 12, oiga, hasta que amaneció. Era una tracatera y la Policía aquí enfrentito”… y los soldados.

—¿No se llevaron a nadie?

—¡Qué se iban a llevar!, ¡pues ellos mismos los cuidan!


***


Durante los festejos del Día de los Muertos, cientos de policías municipales fueron asignados a la vigilancia de los panteones, pero no llevaban ojos ni oídos, pues ningún parte policiaco reportó balaceras en Jardines del Humaya durante las 72 horas que duró el operativo. También fueron desplegados cientos de elementos militares con el mismo resultado: “Sin novedad”.


Tampoco se reportaron las centenas de disparos hechos con motivo del sepelio de Sergio Barajas Cháidez, en el parque funerario San Martín, la tarde del miércoles, a pesar de que fue como una burla el alarde de poder de los sicarios, que subieron por la calle Obregón disparando armas largas, como despedida de honor para quien había formado parte de Los Ántrax, un cuerpo de sicarios al servicio del cártel de Sinaloa, y hasta que llegaron al panteón.


Barajas Cháidez había sido asesinado junto con Francisco Arce Rubio la noche del lunes cuando este jugaba la final de una liga local de futbol en el centro deportivo Jimy Ruiz, ubicado en la colonia Emiliano Zapata.


***


El ambiente parecía natural en Jardines del Humaya después de tantos años de haberse aposentado el narco. Aquí la muerte canta, ríe, se embriaga, duerme un rato, despierta y se vuelve a embriagar. Poderosa, intocable, se mofa y mira de reojo a los intrusos. Y amenaza.


Los mausoleos se imponen ahora ataviados de flores. Al fondo, donde terminan las secciones abarrotadas de narcos, un conjunto musical le toca al Canelo Pepe Ontiveros, muerto de muerte natural en un hospital de Culiacán en septiembre pasado.


No hay desvelo que valga, un trago a la botella y un polvo de ángeles son suficientes para volver a empezar. Que siga la música que para eso la trajimos.


De uno de los nichos sale un hombre recién bañado, listo para seguir la fiesta en memoria de sus muertos. La cripta tiene dos terrazas, habitación y baño, para lo que se ofrezca. Mi compadre se lo merece y además dejó con qué.


Este es el día de los santos muertos en un cementerio donde el culto a la muerte se transformó en la adoración de las armas y el dinero, del poder efímero, de la vida breve. No hay más ofrendas que la música estridente, las historias contadas y cantadas en corridos alucinados. No hay rezos, no hay plegarias. Hay carteles por todos lados con las fotografías de hombres montados a caballo, o trepados en una Grand Cherokee, o recargados en el cofre de un auto de lujo, muchas veces acompañados por las imágenes de San Judas Tadeo y de Malverde. “Nunca te olvidaremos”. “Sigues siendo el número uno”. “Siempre fuiste un chingón… moriste como los grandes”.


Niñas púberes recorren los pasillos enfundadas en mallas de panilla negra. No es pasarela, pero parece. No levantan tanto polvo al caminar, como las camionetas, cuando pegan el arrancón delante de los policías municipales, sentados frente a un corredor que lleva a una tumba blindada, donde yacen los restos de Atanacio Torres, el Tachío.


***


Ya de salida hay menos polvo. Y menos cúpulas. El mundo parece más real y el dolor de los deudos también. Hay tumbas abrazadas a la tierra, solo con una placa, como la del maestro universitario Álvaro Rendón, mejor conocido como el Feroz. Dos veladoras y dos pequeños ramos de flores son suficientes. Muerto irracionalmente a tiros una noche de abril, su alma no necesita mausoleos ni narcomantas para lucir: “El Feroz era un árbol lleno de pájaros”, como reza su epitafio.

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