HUAUCHINANGO, Pue.
(Proceso).- Esta nota empieza y termina con cadáveres a los que rodea un
incómodo silencio: como cuando algo apesta y nadie se atreve a mencionarlo. Esa
peste recorre la Sierra Norte de Puebla como biopsia de la violencia electoral
que en estos comicios invadió al país, que bajó de la contienda a candidatos y
dejó a otros muertos en vida, enfermos de susto.
Podría empezar con la
historia del candidato a alcalde cuyo cuerpo estuvo tirado ocho horas en el
centro del municipio Francisco Z. Mena a la vista de todos: mosqueándose, la
sangre endurecida y seca a falta de peritos que llegaran a levantarlo. O la del
precandidato de Zihuateutla que no se lanzó: cuando asesinaron a su papá,
entendió que no era
O de la candidata a diputada
de Huauchinango y su amiga regidora, cuyos cuerpos rafagueados amanecieron en
la morgue en calidad de desconocidos, a pesar de que cuando la policía las
encontró muertas en su auto portaban identificaciones y las camisetas verdes
del partido que representaban. (Adentro de la camioneta en la que huían los
individuos presentados después como sus asesinos, junto a las armas, se dice
que llevaban propaganda electoral.)
También podría hacerse con
los testimonios de quienes sobrevivieron a esa violencia, como la candidata a
diputada azul, quien sospecha que las balas asesinas disparadas contra su
contrincante verde posiblemente iban contra ella, pues estuvo el mismo día en
la misma zona y se sabía desde hace tiempo en la mirilla: recibió advertencias:
“no te pares por aquí”, disparos al aire a la hora de su mitin, falsos avisos a
su familia de que había sufrido un atentado y el intento de secuestro de su
hijo adolescente cuando estaba en su cierre de campaña.
O la candidata a alcaldesa de
Honey, que tuvo que esconderse en un rancho y disfrazarse como campesina para
librarse de sus perseguidores empistolados; la de los candidatos a las
alcaldías de Tlacuilotepec y Juan Galindo, cuyos vehículos tienen orificios
tamaño bala como recuerdo de sus atentados; la del independiente encañonado
cuando pedía el voto casa por casa o la de los candidatos que fueron marido y
mujer y ahora se disputan el mismo puesto a balazos.
Esto ocurrió los últimos
cuatro meses en el Distrito Electoral federal I de Puebla, formado por 15
municipios de la Sierra Norte, el cual es una representativa muestra de la
violencia electoral que azota al país. En total, en esta contienda suman a
nivel nacional 132 entierros de militantes, líderes de partido, precandidatos y
candidatos que no estuvieron el domingo para emitir su voto.
Según la consultora Etellekt,
que lleva el conteo, el estado de Puebla es de los focos rojos, en parte por la
disputa de las zonas del huachicoleo, como llaman al delito del robo de
combustibles. Por todo México se juega el control de territorios para el mercado
de lo ilegal que empieza definiéndose con quiénes son los políticos que tendrán
la llave que permite los accesos.
SILENCIO SOBRE LOS DIFUNTOS
El silencio sobre los muertos
que dejó regados la contienda se hace evidente en Huauchinango el miércoles 27,
elegido por los candidatos del PRI y compañía, del PAN y aliados, y del Verde
en fórmula, para representar en distintos escenarios y horas sus triunfalistas
cierres de campaña.
En el jardín central del
municipio, a medio día, los candidatos del PRI, acompañados por antorchistas,
festejan con fanfarrias de banda de pueblo cada una de las promesas, lo que
hace al mitin interminable.
Con guirnaldas engarzadas con
popotes alrededor de la cabeza, los candidatos lanzan un aguacero de
propuestas. Las relacionadas con la seguridad hacen encender alarmas de lo
caliente que está la zona. Uno promete instalar cámaras en las calles; otro
crear un C-5 conectado con policías Municipal, Estatal, Federal, Ejército y
Marina; el último, apurar la entrada de la impugnada Ley de Seguridad Interior
para el pronto arribo de soldados que salvarán a los huauchinanguenses de todos
los males, amén.
El miedo no sólo aquí aporta
votos. En Xicontepec, a 18 kilómetros, el candidato panista promete en su
propaganda: “Pondremos protección de metal a puertas y ventanas”. En la foto se
le ve saludando a una sonriente mujer cuya casa está enrejada, como si
agradeciera la renuncia a que le brinden seguridad. Su lema de campaña bien
podría ser: “Si no podemos contra ellos al menos enjaulémonos”.
La contrincante del Panal,
hija de Ardelio Vargas, el ex mando de la Policía Federal acusado por las
atrocidades cometidas en 2006 en Atenco, anuncia en mantas: “Es la hora de la
seguridad”.
Pero en esta zona serrana el
miedo no anda en burro, anda en camionetas último modelo.
“VA A SALIR MUERTA”
El alcalde Gabriel Alvarado
congela el video cuando el registro marca las 17:47 pm. Se ve la fachada de su
casa y unos hombres amagando a su empleada doméstica, que se resiste a
entregarles la llave. En la esquina una jovencita hace señas, dos camionetas
Pathfinders hacen rondines por la calle y, segundos adelante, un tercer hombre
ingresa a la vivienda en busca de su hijo que, afortunadamente, estaba en el
cierre de campaña de su esposa, la candidata a diputada local de la coalición
Por México al Frente. Como no encuentran al pequeño, se esfuman.
Alvarado muestra esa
evidencia en el hotel de su propiedad, con escoltas en la puerta. Subió las
imágenes al Facebook la semana pasada con la intención de que los ciudadanos
identifiquen los rostros y para protegerse de futuras calumnias, de que lo
acusen de no hacer nada.
Explica que las amenazas
constantes contra su esposa, la candidata Liliana Luna, son por la denuncia
activa que hizo durante su mandato contra el huachicoleo –la ordeña de
combustible que en esta zona colindante con Veracruz es una actividad
compatible con el tráfico de personas, armas y drogas– y porque siempre usó
redes sociales para denunciarlos y pedir a los ciudadanos más información para pasarle
la lista negra y los focos rojos a la fiscalía y a los militares. No siempre
con éxito.
“Todo el tiempo estuvo
amenazada, decían que si se atrevía a entrar iba a salir muerta, que ni el
Ejército la iba a poder sacar”, dice. Su esposa está en silencio: es periodo de
veda electoral.
Afuera, en el kiosco de
periódicos, La Voz anuncia en portada: ¡SE
METIERON A LA CASA DEL ALCALDE PARA SECUESTRAR A SU HIJO! El voceador
aclara que, aunque esa nota fue popular, el periódico más vendido fue del
asesinato de la candidata del Verde.
El alcalde y su esposa
sienten dudas por el trágico destino de la candidata Juana Maldonado Infante.
Piensan que quizá la mataron por confusión, porque iban tras Liliana. O quizás
fue por alguna cuestión política. Pero hasta ahora, como de costumbre, el crimen
no ha sido aclarado.
Maldonado era madre sola y
empresaria. Cultivó desde 2009 el partido del tucán en la zona; su acompañante,
Érika Cázares, de 32 años, era su amiga y regidora que organizaba campañas de
erradicación de enfermedades.
A Juani y a Kika las
encontraron sin vida a bordo de un auto, al pie de la carretera. Regresaban
noche de un acto de campaña el 1 de junio. A las 11 de la noche fueron llevadas
a la morgue por policías: el médico legista registró balazos en rostro, tórax,
abdomen, brazo y tiro de gracia. Nadie avisó a sus familias. La condena al
crimen fue unánime.
Juani era una lideresa
legítima, no formaba parte del grupo de candidatos que compraron su candidatura
al Partido Verde estatal aliado con el morenovallismo –venta denunciada en sus
notas por Radio Expresión, que también señaló la compraventa en otros partidos.
“Fue un asesinato político,
no tenía problemas personales”, opinó unos minutos del inicio del mitin de
cierre de campaña del Verde, el líder veinteañero Omar Magos, un acto parecido
a una feria, con música, payasos, cohetes y globos regalados.
Por la ausencia de Juani, el
mitin tuvo como único protagonista al contador y candidato a alcalde Rafael
Gutiérrez, quien llegó seguido por un enjambre de músico que festejaba cualquier
dicho con fanfarrias. El orador inicial omitió mencionar la presencia de una
mujer que, con su chaleco verde, desentonaba del uniforme blanco con logo de
rehilete. Era Vita Maldonado, hermana de la asesinada.
La representante de la
juventud habló en su turno, siguió un joven líder, luego la oradora por las
mujeres y el presidente estatal del Verde. Ninguno mencionó a las difuntas. El
candidato, en su turno, agradeció a todo el equipo, siguió con el blablablabla
de propuestas y no recordó a su ex compañera de fórmula ni cuando rozó el tema
de la inseguridad.
Juani estará en la boleta al
igual que 47 candidatos asesinados en todo el país, quienes no recibirán las
cruces que esperaban. Un silencio sepulcral rodea su memoria. Como cuando algo
podrido apesta y nadie se atreve a mencionarlo.
Este reportaje se publicó el 3 de julio de 2018 en la
edición 2174 de la revista Proceso.
(PROCESO/ REPORTAJE ESPECIAL/ MARCELA TURATI/ 5 JULIO, 2018)
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