“¿Qué le pasaría a México si hoy
desapareciera el Cisen?”, y la respuesta (a Jorge Carpizo, secretario de
Gobernación en 1994) fue:
“Nada… se ahorrarían varios millones de
pesos…, pero al día siguiente tendríamos que crear su sustituto”.
Jorge Tello Peón, director del Cisen en
el periodo 1994-1999.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).-
En el principio… fue necesidad de Estado. El Centro de Investigación y
Seguridad Nacional (Cisen) fue la respuesta necesaria para apartarse de tajo de
la corrupción y la gobernanza criminal que entre 1947 y 1985 reinó en el país
dejando una estela de asesinatos, desaparecidos y de prácticas represivas con
una subcultura de cooperación de cañerías con otros organismos civiles y
militares de aquí y de Estados Unidos. El origen del Cisen fue un parteaguas
(tardío) de la modernidad política del sistema político mexicano. Nace
apartándose de la degradación de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), que
desaparece en 1985 como resultado de su descomposición como policía política
(dis)funcional, al servicio del presidente y/o del secretario de Gobernación en
turno… Luego de un periodo de transición (1985-1989) nace el Cisen con la
aspiración legítima de conformar un servicio civil de inteligencia que sirviera
a los intereses del Estado mexicano (ver artículo de Jorge Carrillo Olea, La
Jornada, 23 de febrero de 2018).
Ascenso de la inteligencia… y
caída por oportunismo e ignorancia. Para efectos de análisis aproximado, la
vida del Cisen puede dividirse en dos grandes periodos. El inicial (1989-2000),
que procura una profesionalización del servicio de inteligencia civil con un
marco regulatorio basado en las decisiones y la confianza discrecional del
presidente en turno. Aunque, hay que decirlo, no dejó del todo prácticas de
colaboración en la represión selectiva del régimen, cierta militarización del
organismo o el vaivén de la cooperación, con resultados satisfactorios en
términos generales, con Estados Unidos.
Y un segundo periodo
comprendería a las alternancias políticas (2000-2018), PRI-PAN-PRI-(¿Morena?),
donde se consolidan 1) la cultura de una burocracia privilegiada y advenediza
que transa con facciones estructurales sobrevivientes del sistema autoritario.
El primer pacto fue el de un grupo del gabinete presidencial foxista (liderado
por Santiago Creel) para detener los reclamos por conocer el uso político del
espionaje en México. Pugna en la que el entonces presidente Fox no fue el fiel
de la balanza y terminó siendo rehén de los intereses de un viejo régimen que
había prometido eliminar (riesgo que enfrenta ya el virtual nuevo gobierno); y
2) el secuestro del centro por inercias deformantes, con lo que se vuelve a
prácticas policiales con el pretexto de la lucha contra el crimen organizado y
el narcotráfico (sometiéndose a directrices norteamericanas), borrando de plano
así las delgadas líneas de la inteligencia y las capacidades operativas. Todo
ello sin perder costumbres de espionaje que, de plano, se exacerbaron al grado
de mostrarse en forma cínica aun antes del inicio del proceso electoral
(2017-2018).
Oportunidad perdida. La
paradoja en el segundo periodo es el intento de fortalecer el diseño legal del
centro con su degradación política irreversible. Con un retraso considerable de
entre 15 y 20 años, hubo un marco normativo (entre 2005 y 2017) que traza
líneas para implementar políticas de inteligencia y seguridad nacionales. A la
Ley de Seguridad Nacional (LSN) –que sólo aludía al papel del Cisen y no a los
demás órganos del Estado que realizan inteligencia civil y militar–, siguieron
los diagnósticos y las definiciones estratégicas y, por primera vez, los
programas en materia de seguridad nacional en el sexenio pasado y el actual. El
brillo del papel de las definiciones y metodologías ambiciosas contrastan con
el deterioro del Cisen: devino un ente burocrático policial con algunas
funciones políticas y sometido a las influencias militares cuyo sector terminó
desplazándolo del núcleo desde donde el centro (así se aspiraba), definiría y
coordinaría los esfuerzos de la inteligencia estratégica, con un enfoque
integral y de Estado.
Secrecía antidemocrática y
espionaje. La utilidad del Cisen se desprende de los hechos documentados, las
complicidades de políticas (como la de un ministro de la Suprema Corte que
fuera su director) y los silencios institucionales junto con las omisiones del
deber ser del centro. En cuanto a diseño institucional, no avanzó en términos
de transparencia y rendición de cuentas según se practica en democracias
liberales. El conocimiento público y abierto del contenido de la agenda de
amenazas y riesgos, que elabora el Cisen con carácter confidencial, mostraría
la calidad del análisis y si las prioridades guardan congruencia con el interés
nacional y las preocupaciones sociales. Hay deficiencia u omisiones en el
llamado análisis estratégico con poca utilidad. Por ejemplo, el escenario
catastrofista pintado durante la campaña presidencial de 2000, si ganaba Fox;
o, el evidente desdén analítico como eventual amenaza a nuestra seguridad
nacional que significaba el ascenso presidencial de Donald Trump.
No sería sólo por el
espionaje (y revanchismo) político por lo que desaparecería el Cisen, como
reclama un exdirector del centro (Milenio, 18 de julio de 2018). Debe
reconocerse que, por ese mismo hecho, no sólo habría que extirpar al organismo
de la administración pública, por traicionar su origen, sino también porque
habría que castigar penalmente a aquellos directores, funcionarios y empleados
del centro que han realizado prácticas que nada tienen que ver con un Estado
democrático de derecho. Los casos recientes de espionaje político serían
suficientes para llevar a la caída de un gobierno y el enjuiciamiento de
funcionarios civiles y oficiales militares de primer nivel. El Cisen no sólo no
hizo nada para prevenir esta situación, sino que, entre otras situaciones
deleznables, fue partícipe de una peculiar “compra consolidada” de software
para espiar (The New York Times, 19 de junio de 2017).
Canto del “cisne” y la
“nueva” inteligencia. La inteligencia estratégica del Cisen es prácticamente
inexistente. Su utilidad, hoy por hoy, es política. Lejos está de ser, y ya no
lo será, el ente rector de la inteligencia nacional y civil del Estado
mexicano. Calderón y Peña Nieto, cada uno a su modo, prohijaron el
desplazamiento de la importancia del centro fortaleciendo visiones de sectores
duros de la defensa que aprovecharon la crisis de seguridad para ganar
influencia, prerrogativas y privilegios en detrimento del poder civil. Visiones
coronadas con la aprobación inconstitucional de la LSI a fines de 2017 y que, en
estricto rigor, debiera derogarse y abrir un debate serio. A esto hay que
añadir la superposición paralela, sin marco legal y menos con contrapesos de
control, de los llamados centros de fusión de inteligencia impulsados por Peña
Nieto. Son cinco centros regionales y uno nacional. Los regionales se
encuentran instalados dentro de campos militares, para más señas.
El gobierno en ciernes, si ha
tomado la decisión de expedir el acta de defunción a un Cisen inoperante, bien
haría en estudiar el cuadro de deterioro de la inteligencia nacional a efecto
de tomar, de modo integral, las riendas del país con un cerebro civil que
funcione de modo eficaz, transparente y a la altura de los valores democráticos
que se expresaron el domingo 1 de julio, sin caer en el chantaje de los
tecnócratas de la seguridad que están en la defensa, en las instituciones
civiles de seguridad y las consultorías disfrazadas de centros de pensamiento
de las universidades (muchas de ellas privadas, que fungen como refugio
intelectual de militares retirados y exfuncionarios del centro) y asociaciones
civiles. Hay que recordar lo que alguna vez dijera su fundador, en la víspera
del vigésimo aniversario del centro en 2009, “México debería haber tenido un
Cisen desde hace 50 o 60 años. Antigüedad nos falta, y con ella, madurez…”.
* Coordinador del Programa Seguridad
Nacional y Democracia en México de la Universidad Iberoamericana.
Este análisis se publicó el 29 de julio de 2018 en la
edición 2178 de la revista Proceso.
(PROCESO/ ANÁLISIS/ ERUBIEL TIRADO/30 JULIO, 2018)
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