La porosidad de la frontera entre ambos
países es particularmente evidente en los cruces por el río Suchiate, donde se
hacen incontables trayectos diarios para evitar a las autoridades migratorias y
aduanales. Conoce algunas de sus historias.
CIUDAD TECÚN UMÁN, Guatemala
— El tránsito en el puente del río Suchiate, que une esta ciudad guatemalteca
con México, usualmente es poco. Para los agentes migratorios y de aduana que
están en cada orilla el ritmo es poco, casi soporífero.
Pero desde el puente se
vuelve notoria la actividad más frecuente del río, donde decenas de balsas
cruzan con personas y bienes de un lado al otro todos los días, a todas horas.
El puente es la ruta legal;
debajo está la ilegal.
Mientras se fortifica la
frontera norte de México con Estados Unidos, con barreras elaboradas y
patrullajes, la zona fronteriza con Guatemala continúa siendo extremadamente
porosa, y la evidencia está precisamente
aquí, en Ciudad Tecún Umán, la franja guatemalteca del Suchiate.
La mayoría de las personas,
quizá miles por día, sortean el cruce oficial entre Ciudad Tecún Umán y la
mexicana Ciudad Hidalgo para viajar por el río. Algunos son migrantes sin
documentos que se dirigen al norte, aunque muchos otros son personas que buscan
vender o comprar mercancías —comida, ropa o bienes domésticos— sin tener que
pasar por la aduana y migración.
Estas son las historias de
algunas de las personas que hacen ese trayecto para ganarse la vida o para
rehacerla.
EL BALSERO
Marvin Garciá, al frente y al centro,
con los pasajeros de su balsa antes de cruzar el Suchiate Credit Alejandro
Cegarra para The New York Times
Marvin García, de 39 años, ha
sido balsero en el Suchiate desde que tenía 18. Su balsa, como muchas otras en
esta franja del río, está hecha de tablones de madera amarrados a las cámaras
de neumáticos de tractores, y la maniobra con una larga vara cortada de un
manglar.
Cuando el río asciende, los
balseros guatemaltecos llegan a cobrar el cruce hasta en 1,30 dólares. Cuando
los niveles del agua no son tan altos, y el trabajo es más fácil, la tarifa cae
hasta la mitad. De cualquier modo, es más barato que el cruce oficial y mucho
más rápido.
La carga más inusual que
García recuerda haber llevado por el río fueron unos cerdos.
“El pollo es normal”, dijo.
Quienes trabajan en el río admiten que
junto a la mercancía legal que cruzan ilegalmente quizá haya algo de
contrabando, como drogas. Pero no es algo de lo que les guste hablar.
“No es para enriquecerse”,
dijo García sobre el paso de productos legales. “Es solo para salir adelante”.
García es uno de los 42
balseros de un colectivo conocido como Paso del Palenque, que trabaja en una
parte del río a varios metros al norte del puente.
Él y los demás del colectivo
son parte de un complejo ecosistema que ha surgido a lo largo del Suchiate, que
marca la punta sur de la frontera entre Guatemala y México.
Hay por lo menos siete grupos
balseros, incluido el Paso del Palenque, que van de Ciudad Tecún Umán a Ciudad
Hidalgo. También están los sindicatos de bicitaxis que trasladan a gente y
bienes de la ribera del río a mercados locales y a almacenes de ambos países.
También están quienes cargan y descargan las balsas.
En un día reciente había
veintiuna balsas del Paso del Palenque con conductores guatemaltecos que se
turnaban para trasladar pasajeros y mercancías de un lado al otro. Los balseros
guatemaltecos trabajan un día sí y uno, no; se alternan con los balseros
mexicanos que son parte del colectivo.
De vez en cuando hay
accidentes, pero nunca nada grave, según los balseros. Algunas veces los
pasajeros pierden el equilibrio y caen al río o una de las cámaras inflables se
poncha.
“Es más seguro que el
Titanic”, aseguró García. “Si se poncha una, tenemos la otra”.
“El Titanic se hundió
completamente”, acotó.
EL MERCADER
Maleteros jóvenes esperan la
llegada de camiones a los que descargar la mercancía, del lado mexicano de la
frontera. Credit Alejandro Cegarra para The New York Times
Oswaldo, de 30 años, es dueño
de una pequeña tienda en el departamento guatemalteco de Suchitepéquez. Unas
dos veces al mes conduce su camioneta a Ciudad Tecún Umán, a tres horas de
distancia, ahí se sube a una balsa, cruza hacia México, va de compras para
llenar los anaqueles de su tienda y regresa a casa en una balsa repleta de
mercancías.
Al reconocer que está
violando las leyes aduanales, pidió que no se usara su apellido.
Una tarde reciente, Oswaldo y
un equipo de ayudantes descargaron todas sus compras y las subieron a su
camioneta: cajas de papel de baño, pasta dental, yogur, pasta, aceite de cocina
y leche; todos son productos que puede revender con margen de ganancia en
Guatemala.
A final, sus ahorros y
ganancias no serán enormes, pero sí suficientes para hacer una diferencia en su
vida diaria. Dice que si cruzara por el puente tendría que pagar al gobierno de
Guatemala el 12 por ciento en impuestos por sus compras hechas en México.
En las orillas del Suchiate
hay muchas sospechas cuando un desconocido empieza a hacer preguntas. Las
personas están recelosas de que haya agentes encubiertos. Una vez por semana,
según los balseros, la policía de Guatemala y oficiales aduaneros llegan a
exigir identificaciones, confiscar bienes y demandar el pago de impuestos, que
puede que terminen en sus bolsillos en vez de en arcas públicas.
Oswaldo no calcula sus
posibles ganancias sino hasta que está de regreso en Suchitepéquez. En la ruta
hacia su casa pasa por unos diez puntos de revisión policial, lo que significa
que a veces tiene que pagar hasta diez sobornos.
Con el pago de varios dólares
cada vez se asegura de que no haya contratiempos en el trayecto.
EL MIGRANTE
El salvadoreño Quintanilla dirigiéndose
a México. Credit Alejandro Cegarra para The New York Times
Casi se acababa el día cuando
el migrante salvadoreño llegó a la orilla del río con una pequeña mochila sobre
sus hombros.
Me preguntó si era de Estados
Unidos; cuando le dije que sí pasó de hablarme en español a usar inglés. Dijo
que lo habían deportado hace dos meses.
Y se soltó en llanto.
Había vivido en California
durante trece años sin papeles migratorios, pero estaba casado con una ciudadana
estadounidense, tenía tres hijos nacidos en Estados Unidos y un trabajo como
guardia de seguridad. Siempre quiso ser policía, dijo.
Mencionó que su error fue
conducir cuando había bebido alcohol. El auto era de su amigo y dijo que,
apenas encendió el motor, la policía tocó la ventanilla. El vehículo aún estaba
estacionado.
“Les dije: ‘Sí, estoy
borracho'”, recordó. No iba a inventar excusas ni entonces ni ahora.
Fue condenado por manejar
bajo la influencia del alcohol y pasó más de un año en detención migratoria
antes de ser deportado a El Salvador. Era la primera vez que regresaba a ese
país desde que emigró; la primera vez que vio a su madre en años.
Pero extrañaba demasiado a su
esposa y a sus hijos en Los Ángeles. Así que se subió a un autobús en El
Salvador antes de que amaneciera y medio día después estaba a punto de subirse
a una balsa en el Suchiate.
Solo quiso dar su apellido,
Quintanilla, y dijo que tenía 33 años. Su plan era dirigirse a Tijuana, donde
su esposa e hijos podían llegar en auto desde Los Ángeles para visitarlo.
Mencionó que su cuñado lo
esperaba del otro lado del Suchiate: conocía el área y cómo evitar a las
autoridades migratorias mexicanas, cómo llegar a salvo a Estados Unidos.
“Es un nuevo viaje y una
nueva posibilidad”, dijo Quintanilla mientras la balsa rebotaba con el
movimiento del río. “Busco una nueva vida, un nuevo todo”.
La balsa llegó al lado
mexicano del río y Quintanilla desembarcó. Le pagó al balsero y desapareció
camino al mercado de Ciudad Hidalgo, donde los comerciantes empezaban a bajar
las cortinillas de sus puestos. Era el cierre de otro día más en la zona del Paso
del Palenque.
Pasajeros de las balsas del lado
mexicano de la frontera Credit Alejandro Cegarra para The New York Times
(THE NEW YORK TIME EN ESPAÑOL/ KIRK SEMPLE/ 23 DE JULIO DE 2018)
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