Ni siquiera dijo adiós cuando
se fue de Baja California. Antes, el senador jalisciense Raúl Juárez Valencia
llegó para amarrar el triunfo electoral del PRI en Tijuana y fue derrotado.
Como dicen los políticos, llevaba toditita la bendición, frase que en
traducción literal significa recibir tanto dinero y contar con tantas personas
necesarias para cumplir su misión.
Pero en las elecciones de
julio en este 98, Juárez Valencia fue vapuleado. De nada le sirvió todo. De
mediana estatura, entrecano, pancita cervecera o de buen comer, camisa manga
corta, el infaltable celular en la mano, el guarura-asistente siguiéndole y la
suburban lista, así llegó a mi oficina en Tijuana. Era más o menos la primera
semana de mayo cuando me dijo que estaba preocupado, muy preocupado porque las
encuestas de ZETA advertían la victoria del PAN.
Jamás bromeó y menos sonrió
durante la inesperada y no muy prolongada plática. Eso sí, me dijo y casi me
sentenció, que en una semana más volvería para llevarme una nueva encuesta y
demostrarme que las preferencias de los tijuanenses las tenía el PRI y nada más
el PRI. Pero el señor senador nunca volvió y semanas después el PAN ganó.
Lo único que logró Juárez
Valencia durante sus días como Delegado Nacional del PRI, fue dividir a los
bajacalifornianos. Engañarlos. Enfrentarlos y llevarlos a una campaña perversa.
Mañana, tarde y noche antes de las elecciones utilizó prensa, radio y
televisión para proclamar que, si ganaba el PAN, entonces les cobrarían
colegiatura a todos los niños y jóvenes que asistían a escuelas oficiales, tal
y como sucede en las particulares.
Fue la misma estrategia
utilizada en Chihuahua y Puebla instrumentada por la empresa Américas-México
especializada en marketing político-electoral y que dirige Gabriel González
Molina. Es un comunicólogo con maestría en Inglaterra. Dicen y él no lo niega que
fue el creador del método para la polarización política, que en una forma muy
mexicana podría interpretarse en algo así como asustar con el petate del
muerto.
En Chihuahua y Puebla sí la
hizo. Pero en Nuevo León, Aguascalientes y Zacatecas nada más no pudo. En
Sinaloa y Oaxaca tuvo dificultades. Es probable que el señor González Molina
todavía trabaje para el PRI, pero él mismo confesó estar sirviéndole al
aspirante presidencial Manuel Bartlett.
Pues bien. Juárez Valencia
provocó en aquel mayo turbulentamente político, que el entonces Gobernador del
Estado de Baja California, Licenciado Héctor Terán, entrara al ruedo electoral
y con las mismas armas del jalisciense lo neutralizó.
Pasado el tiempo de aquella
batalla causada por la granujería de Juárez Valencia, priistas y panistas están
convencidos que, si otro hubiera sido el Delegado Nacional, el Revolucionario
Institucional estaría gobernando a Tijuana, la ciudad más grande en la frontera
norte y en la costa del Pacífico. Juárez Valencia tenía todo para ganar.
Recursos, buen candidato y circunstancias. Pero cuando el senador tapatío metió
las manos hasta el hombro, aquello se echó a perder. La razón fue muy sencilla:
No conocía ni a los bajacalifornianos ni el terreno que estaba pisando.
Luego de su derrota en Baja
California jamás hubo un anuncio oficial de su retiro. Recientemente fue
nombrado también delegado para la campaña electoral en Quintana Roo, donde va
de por medio la gubernatura. Si Juárez Valencia aprendió la lección de Tijuana,
deberá recordar que en el marketing político-electoral lo más difícil es hacer
que gane el PRI. Y en cambio, lo más fácil es vender la imagen del PAN o del
PRD.
Y que su petate del muerto no
es una estrategia aconsejable para las condiciones de Quintana Roo. Estado
donde hay un gobernador resentido con el centro priista incluidos líder y
presidente. Llevarle la contraria al gobernante quintanarroense puede tener
consecuencias dramáticas. Y seguirle la corriente conduciría a un triunfo de la
oposición. Algo así como al cuetero. Si le prende bien la pólvora le chiflan. Y
si no, también. Por si fuera poco, en el escenario aparece el peligroso
ingrediente del narcotráfico.
El de Juárez Valencia es un
ejemplo clarísimo de cómo el PRI utiliza a un hombre de Jalisco –como pudo
haber sido de Oaxaca, Querétaro o Guanajuato– para resolver y no pudo un
crucigrama político en Baja California. Y luego lo envía con la misma misión a
Quintana Roo donde también desconoce las condiciones electorales. Una cosa es
enterarse por reportes o estudios del Estado adónde va como delegado y otra
tener el palpitar en la yema de los dedos.
Por eso debería desaparecer
la figura del Delegado Nacional en el PRI. Aparte de costosa, en la actualidad
la mayoría de las ocasiones es inútil. Da órdenes contrarias a la realidad y
muchas ocasiones favorecen desacertadamente ungiendo candidatos. Además, si los
jaliscienses lo eligieron para representarlos en el Senado, no es lógico que
ande desempeñando otras funciones que no le interesan en absoluto a Jalisco.
Está demostrado que, si antes
el PRI ganaba gracias al dinero y los trastupijes, ahora no. Por el momento
está muy claro: Las elecciones las gana el hombre o la mujer, no el partido.
Por eso a veces los delegados nacionales del PRI, cuando terminan las
elecciones se desaparecen del Estado a donde los mandan.
Ni siquiera dicen adiós.
Tomado de la colección “Dobleplana” de
Jesús Blancornelas, publicado por última vez en junio de 2015.
(SEMANARIO ZETA/ DOBLEPLANA /JESÚS BLANCORNELAS/ LUNES, 4 JUNIO, 2018
12:00 PM)
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