Un nuevo actor político cayó
en el centro del pantano en que se ha convertido la contienda por la Jefatura
del Gobierno de la Ciudad de México: Marcelo Ebrard. El ex gobernante
capitalino se autoexilió de México durante casi cinco años ante la posibilidad
de que el gobierno federal y el de su sucesor, Miguel Ángel Mancera,
procedieran en su contra por presuntos actos de corrupción en la Línea 12 del
Metro, que sigue provocando opiniones negativas entre la sociedad. El entonces
Procurador General Jesús Murillo Karam, lo investigó por presunta corrupción en
la construcción de la autopista suburbana, sin acusarlo de nada. Cuando se
quiso reactivar el caso por presunto lavado de dinero, el entonces Secretario
de Hacienda, José Antonio Meade, dijo que si no había pruebas sólidas, se
cerrara el caso. Mancera nunca lo investigó, pero recientemente fue criticado
por Ebrard y el equipo de Andrés Manuel López Obrador, que en privado afirma
que a él y a su ex Secretario General de Gobierno, Héctor Serrano, los quieren
meter en la cárcel.
Los dos son el pato en la
mira del eventual gobierno de Claudia Sheinbaum, si las preferencias
electorales que señalan las encuestas se traducen el voto en dos domingos. Pero
no deja de ser una paradoja lo que está sucediendo. Serrano fue un político
impulsado por Ebrard, que necesitaba de personajes como él que conocen y se
meten a las cañerías del sistema político, que siempre son necesarios como
fontaneros del gobierno que ayudan a la gobernabilidad. Mancera, Procurador con
Ebrard, también fue su pupilo, y a quien el hoy coordinador regional de la
campaña de López Obrador, escogió como su sucesor, cuando Mario Delgado, quien
era Secretario de Finanzas, aparecía en las encuestas más como un riesgo, que
un activo para la continuidad.
Ebrard fue un gobernante muy
eficiente y políticamente atractivo para muchos, que cuando no se atrevió a
desafiar a López Obrador por la candidatura presidencial de la izquierda en
2012, se volcó a manejar la campaña de Mancera desde las sombras y lo llevó a
un nivel de votación que nadie en la era de las elecciones democráticas en la
capital desde 1997, había alcanzado. Para ello, Ebrard sacrificó a quien le
había prometido la candidatura cuando como líder en la Asamblea de Representantes
trabajó para construirle condiciones de gobernabilidad en la segunda parte de
su sexenio, Alejandra Barrales.
Parecería un parricidio
político lo que se está experimentando, pero en política, los delfines no
corresponden a la sangre sino a la construcción de acuerdos para fines
específicos. Ebrard buscaba continuidad y tranquilidad, que al poco tiempo de
la administración de Mancera se rompió, cuando otro miembro de esa cofradía de
poder, Joel Ortega, relegado por el nuevo Jefe de Gobierno a la dirección del
Metro, rompió los pactos implícitos de no agresión, denunció las deficiencias
en la construcción de la Línea 12, inaugurada casi en la víspera de quue Ebrard
terminara su gestión, y detuvo el servicio, afectando a millones de usuarios.
Las ironías persiguen a todos.
Esa acción fue interpretada
como un ajuste de cuentas de Ortega contra Ebrard, por la forma como lo
defenestró como Secretario de Seguridad Pública, tras el fallido operativo
policial en el antro “News Divine”, que provocó la muerte de 12 jóvenes, cuyo
décimo aniversario, precisamente, coincidió con el tercer y último debate para
la Jefatura de Gobierno capitalina, donde Barrales, en el choque frontal con
Sheinbaum, se lo echó en cara en un contexto de imputaciones de corrupción.
Otro capricho político de la izquierda en la Ciudad de México, es que Francisco
Chiguil, delegado perredista de Gustavo A. Madero donde se encontraba el “News
Divine”, es hoy candidato de Morena al mismo cargo. Ortega igualmente se
distanció de Mancera y se volvió a acercar a López Obrador, quien lo incorporó
al equipo de campaña donde es figura importante Ebrard.
Los reacomodos políticos en
Morena para las elecciones de julio le sirvieron a Barrales para enfocar sus
ataques y denuncias en contra del grupo al cual pertenecieron ella, Mancera y
Serrano. En la parte final del debate, la candidata perredista mostró una
composición fotográfica donde aparecían alrededor de ella Ebrard, Delgado y
Chiguil, para asociarlos con la Línea 12 del Metro y el “News Divine”, que son
dos de los eventos que más lastimaron al gobierno capitalino anterior.
Mostrarlas fue la clausura de un tratamiento cuidadoso y acotado, con guantes
de terciopelo que Mancera y Barrales habían usado en sus juicios contra Ebrard.
Las críticas que les había lanzado fueron respondidas con poca energía, e
incluso Mancera comenzó la semana sin querer agitar el avispero. Setenta y dos
horas después, Barrales rompió la tregua unilateral que se habían impuesto.
La estrategia parece clara.
Faltan 10 días para la elección en la Ciudad de México y Barrales va atrás de
Sheinbaum en las encuestas de preferencia electoral. Los ataques lanzados
contra ella no causaron el daño esperado, al habérsele transferido el teflón
que López Obrador ha construido durante más de tres lustros. Vincular a estos
neomorenistas a su entorno, es un intento de restarle puntos a la favorita, por
la vía de un descrédito por proximidad. Mancera y Barrales, de esta forma,
dejaron atrás el último retorno de la conciliación. No van por ninguna
negociación cuando los resultados del 1 de julio coloquen a cada quien en su
lugar, sino que aceleraron la confrontación. Ebrard les responderá, y cada
quién se atendrá a las consecuencias que esta creciente pelea, les traiga.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
twitter: @rivapa
(NOROESTE/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/RAYMUNDO RIVA
PALACIO/22/06/2018 | 04:04 AM)
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