La dirigencia del PRI está
tanteando las aguas para la sucesión presidencial de 2018, y de manera sutil
busca una modificación en sus estatutos que abra la puerta para que dentro de
un año pueda ser candidato a la Presidencia quien no sea militante. Así, la
dirigencia quiere colocar la primera piedra para que, eventualmente, José
Antonio Meade, secretario de Hacienda, pueda ser ungido candidato del PRI, sin
haber sido nunca miembro del partido y pese a haber trabajado en dos
administraciones panistas. El escenario para esta intentona, será el miércoles
en el auditorio “Plutarco Elías Calles”, nombrado en honor del arquitecto de
las instituciones mexicanas y que gobernó transexenalmente a través de un
maximato.
La dirigencia del PRI convocó
al Consejo Político Nacional para que discutan, entre los temas de la agenda,
las convocatorias para candidaturas para las gubernaturas en Coahuila, México y
Nayarit, que estarán en juego el próximo año. Este Consejo es un apéndice del
que se realizó de manera kosher hace dos domingos, para que el presidente
Enrique Peña Nieto no escuchara discusiones que pudieran ser agrias, y tener
una audiencia cautiva para que junto con el líder del partido, Enrique Ochoa,
transmitieran dos mensajes: no adelanten la sucesión presidencial, y la
Asamblea Nacional será hasta otoño. Con esto, ni prematuros ni calenturas
sucesorias, ni acotamientos a Peña Nieto, como decenas de priistas querían
forzar al imponer el candado al candidato presidencial de haber logrado en un
cargo por mayoría electoral.
En la agenda del día está la
propuesta de añadir un punto en los estatutos, que se refiere a la postulación
de candidatos a cargos de elección popular, para abrir la puerta a “ciudadanos
simpatizantes” que puedan ser aspirantes del PRI para diputaciones locales y
ayuntamientos en 2016 y 2017. Aunque el contexto es estatal, el abrir esta
puerta ahora es allanar el camino para otoño próximo, en los prolegómenos de la
candidatura presidencial.
Lo que quiere plantear Ochoa
–aunque no lo reconozca– es un traje a la medida para Meade, quien acudió como
invitado especial a la primera parte del Consejo Político vestido con una
camisa blanca con el escudo claro del PRI, para contrarrestar dudas y amainar
las críticas de que tiene un corazón azul, y no tricolor como quisieran al
candidato presidencial. No hay ningún otro nombre en la parrilla de aspirantes
a la candidatura presidencial al cual le beneficiaría esta modificación del
estatuto en el escenario actual, y se convirtió en precandidato natural del
presidente después de que al nombrarlo secretario de Hacienda, por el grupo que
representa –el gran amigo y aún colaborador externo de Peña Nieto, Luis
Videgaray, antecesor de Meade–, comenzó a elevar su reconocimiento a nivel
nacional.
El conocimiento de su
candidato no es algo que le preocupe a Peña Nieto, quien hace tiempo declaró
que no importa si a un candidato lo conoce el 1% del electorado, una campaña
detona el reconocimiento. Es cierto lo que dijo el Presidente, y cuando se
analizan las encuestas de reconocimiento de nombre, se puede observar que quien
está en lo alto de las encuestas como priista, el secretario de Gobernación,
Miguel Ángel Osorio Chong, ha venido sufriendo un rendimiento decreciente. Peor
aún, cuando se compara intención de voto por partido con el potencial
candidato, Osorio Chong tiene casi una tercera parte del voto del PRI, lo que
recuerda la elección de 2006, cuando el PRI alcanzó casi el 29% de la votación,
pero su candidato presidencial, Roberto Madrazo, se cayó al 22%. Bajo esas
lógicas electorales, si Meade no está todavía al 50% del reconocimiento de
Osorio Chong, sus negativos no son tan grandes y el espacio para crecer es
amplio, mientras que el del secretario de Gobernación parece haber llegado a un
límite.
Pero esta forma de ver a los
candidatos del presidente no es la manera como se aprecia en términos generales
en el PRI, o como se puede analizar desde afuera. Para que Meade pueda ser
impuesto, se necesita llenar el requisito que marcan los estatutos. Los
priistas han ido modificando la postura radical que tuvieron frente al
presidente Ernesto Zedillo, cuando en la 17 Asamblea Nacional en septiembre de
1996 se colocaron dos candados rigurosos: haber ocupado un puesto de elección
popular a través del partido, y contar con una militancia de 10 años. Años
después los priistas eliminaron el primer requisito que, recientemente,
buscaron restaurar infructuosamente decenas de militantes.
Incorporar la posibilidad de
postular a un “ciudadano simpatizante”, que permite ratificarlo para cargos de
diputados federales, senadores, gobernadores o presidente en futuras reuniones
de Consejo Político –bajo el control de Peña Nieto–, no resuelve la eventual
candidatura de Meade. En términos de estatutos, aún permanece el requisito de
ser “cuadro”. Importante, pero salvable, si Peña Nieto quiere que sea él su
delfín, como el juego de ajedrez de Ochoa está señalando. Los requisitos y los
estatutos, como lo experimentó Peña Nieto cuando el entonces presidente del
PRI, Humberto Moreira, manipuló la convocatoria para eliminar al senador Manlio
Fabio Beltrones de la contienda y quedara sólo él para inscribirse, pueden ser
movidos por quien controla la burocracia.
Lo que no es tan sencillo es
injertar a un candidato que no es visto bien en amplios sectores del PRI, como
es Meade. Peña Nieto sí podrá imponerlo, si lo desea, pero se puede plantear
que tendrá un costo: la fractura del partido y la derrota, casi por definición,
en la elección presidencial.
(ZOCALO/ ESTRICTAMENTE PERSONAL/
RAYMUNDO RIVA PALACIO/ 12 DE DICIEMBRE 2016)
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