MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Nos desnudamos todos los días, al entrar a la regadera y
cuando tenemos relaciones sexuales. Nos desnudamos a solas, o en compañía de
quienes nos aman o nos desean. La desnudez está vinculada a la intimidad,
aunque un caso excepcional es el nudismo, una postura existencial que implica
una búsqueda de contacto con la naturaleza. La desnudez incomoda cuando se sale
de ciertos marcos o contextos, cuando algo que se hace en privado se exhibe
públicamente. Y aunque en México el fotógrafo Spencer Tunick logró que miles de
mexicanos se desnudaran en el Zócalo para tomarles una fotografía, existe un
rechazo generalizado a desnudarse en público.
Son
escasos los momentos en que la desnudez de alguien no incomoda a otras personas:
en un quirófano o en el vestidor de un centro deportivo. En el marco de ciertas
situaciones, como la de médico/paciente, o madre/hijo, se acepta la mirada de
una persona vestida hacia otra desnuda. De criaturas fuimos vistas desnudas
cientos de veces, pero hubo una edad en que empezamos a resistirnos a que nos
bañara mamá, o a que papá entrara cuando nos estaban bañando. Excepcionalmente
hay padres y madres que se muestran desnudos frente a sus hijos. Desnudarse
ante otra persona suele producir vergüenza. El Génesis dice que Adán y Eva
vivían desnudos en el Paraíso hasta que comieron la fatídica manzana, y al
cobrar conciencia de su desnudez sintieron vergüenza.
Probablemente
una vergüenza similar es la que sintió una joven abogada en Tabasco a quien una
expareja sentimental traicionó al exhibir en las redes sociales fotos de ella
desnuda. Fue vergüenza lo que ocasionó su renuncia al puesto público al que
había sido nombrada. Pero esa vergüenza que comunicó a sus amigas hoy se ha
transformado en indignación compartida por la vileza de ese tipo. Y somos
muchas quienes queremos que ella se reintegre a su trabajo.
El
espacio privilegiado de la desnudez es la intimidad amorosa. Supongo que un
varón también se indignaría si su expareja lo exhibiera desnudo en una
fotografía subida a internet. Por la doble moral existente en nuestra sociedad,
la agresión que significa traicionar la intimidad tiene consecuencias distintas
en las mujeres y en los hombres. La desnudez de una mujer puede ser utilizada
en su contra, y puede provocar una situación de humillación social, ya que las
mujeres están insertas en mandatos culturales más estrictos que los de los
varones respecto a mostrar el cuerpo.
La
exposición a la mirada de los demás de las partes “pudendas” del cuerpo femenino
ha ido variando históricamente. Basta recordar, en nuestra cultura, los
escándalos producidos por la longitud de las faldas cuando mostraban los
tobillos, las rodillas y, finalmente, por la minifalda. Entre los primeros
trajes de baño y el bikini actual, entre los calzones y las tangas de hoy, se
ha ido desarrollando un proceso cultural de flexibilización ante la desnudez de
la carne femenina. Y aunque ninguna mujer iría a su oficina en bikini, aunque
se lo ponga en la playa, hoy ciertos escotes causan escozores en el ámbito
laboral. Y, hablando de trabajo, sigue siendo todo un tema para las actrices si
aceptar o no una escena con “desnudo total”.
Aunque
las personas nudistas subrayan la desexualización de su práctica naturista, no
hay forma de no ver la conexión entre la desnudez y la sexualidad. Nos
desnudamos para tener relaciones sexuales, y la sexualización de la cultura
actual muestra un giro público hacia más permisividad visual. Hay un quiebre
aparente de reglas, categorías y regulaciones diseñadas para mantener a raya la
desnudez, pero estamos rodeados de imágenes obscenas y existe una irrupción de
escenas pornográficas con desnudos de una vulgaridad y explicitación brutales.
La legitimidad de representar a cuerpos desnudos tradicionalmente la ha
monopolizado el arte (y muchas obras de arte han sufrido ataques por
considerarse pornografía). Pero hoy se perfila un aspecto nuevo de la disputa
legal: la violación a la intimidad. ¿Acaso no es un delito hacer uso de una
fotografía, hecha en la intimidad amorosa, para atacar, denigrar, humillar?
La
desnudez femenina está rodeada de cuestiones contenciosas, pues el contexto en
que aparece una mujer desnuda es determinante. Hay usos y costumbres, hay
códigos de decencia e indecencia, y hay transgresiones y delitos. No creo que
la decisión de la revista Playboy de ya no publicar fotos de mujeres desnudas
tenga que ver con una reflexión sobre la doble moral y la desnudez. Pero tal
vez esa noticia y la vileza cometida en Tabasco deberían servirnos como un punto
de partida para debatir sobre varias interrogantes: ¿Dónde radica la
obscenidad, en la mirada o en la propia desnudez? Kenneth Clark decía que el
arte es capaz de transformar una figura sin ropa en un desnudo artístico, pero
¿quién decide cuándo es arte y cuándo pornografía? ¿Es posible, es legítimo, es
legal, representar al cuerpo desnudo, sin que influyan códigos moralistas, sin
censura, pero sin obscenidad? Y, finalmente, y tal vez eso es lo más urgente,
hay que debatir en serio sobre qué debe hacer el Estado ante la violación de la
intimidad por un uso indebido en las redes de material fotográfico íntimo.
(PROCESO/ ANÁLISIS/ MARTA LAMAS /25 DE
OCTUBRE DE 2015)
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