MÉXICO, D.F. (apro).- En menos de un año, desde el momento en
que Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera llegaron al gobierno
federal y de la Ciudad de México, respectivamente, los grupos de choque
parapetados en “anarquistas” han actuado cada vez que hay que
desacreditar la protesta social.
Desde el 1 de diciembre de 2012, cuando lograron relegar a segundo
plano las protestas callejeras del movimiento #YoSoy132 contra la
asunción de Peña como presidente de la República, los modernos halcones
han sido utilizados para crear violencia cada vez que grupos organizados
salen a las calles.
Así fue luego en la marcha del 1 de mayo, en la del halconazo del 10
de junio, el 1 de septiembre ante el primer Informe de Gobierno de Peña,
en el desalojo de los maestros de la CNTE del Zócalo el 13 de
septiembre y ahora el 2 de octubre; además de las manifestaciones de
universitarios y de jóvenes que reclaman su ingreso a la educación
superior.
El patrón ha sido el mismo. Los grupos de choque se infiltran entre
quienes protestan. Embozados, se lanzan contra la policía, desatan la
persecución y represión y huyen protegidos por los uniformados, quienes
arremeten contra quienes legítimamente protestan, quienes caen en la
provocación y responden, o de plano quienes no tienen nada que ver. Y
cada vez más, arremeten contra la prensa. Los casos abundan.
Si en el 68 el régimen priista decidió sacar a los militares para
acabar con el movimiento estudiantil y en 1971 optó por crear el grupo
paramilitar Los Halcones para reprimirlos, ambos con el apoyo de la
policía del DF, ahora los grupos de choque se amparan en los llamados
anarquistas.
En todas las manifestaciones han logrado el objetivo de convertirse
“en la nota”, en las imágenes para la prensa y la televisión y en
desatar la histeria de conductores radiofónicos y comentaristas por los
destrozos que causan en las calles y en los comercios. Peor aún, las
causas de las protestas quedan asociadas a los desmanes.
Así, los maestros, los estudiantes, los sindicalistas y quienes salen a las calles a protestar son violentos.
En el desalojo del Zócalo, que fue televisado en vivo, los elementos
de la Policía Federal que ingresaron a la plaza lo hicieron sólo con
escudos y sin toletes. En cambio, los que fueron desplegados hacia donde
estaban los “anarquistas” iban apertrechados para la confrontación,
protegidos por el cuerpo de Granaderos de la Secretaría de Seguridad
Pública del DF.
Pero en las manifestaciones más recientes de maestros y en la del 2
de octubre se ha registrado un comportamiento aún más pernicioso
claramente identificado con el Gobierno del Distrito Federal: elementos
de la Secretaría de Seguridad Pública vestidos de civil salen a reprimir
y detener a “los violentos”.
Esas unidades especiales de infiltración complementan el trabajo de
los grupos de choque y de los policías uniformados armados con sus
escopetas para lanzar gases. Sería mejor que la técnica de infiltración
la utilizara la policía del DF contra la delincuencia, a la que en
cambio ha dado muestras de proteger.
El problema no se limita al uso desproporcionado de la fuerza por
parte de la policía, sino a la respuesta violenta de los gobiernos
federal y del Distrito Federal al amparo de la histórica impunidad del
Estado mexicano.
Comentarios: jcarrasco@proceso.com.mx
Twitter: @jorgecarrascoa
/3 de octubre de 2013)
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