Todos, poco a poco, se han ido quedando despoblados. Las placitas
lucen desoladas, las calles abandonadas. Hay silencio. El ambiente es
denso, como cuando hay mucho miedo…
Crónica por Juan Pablo Becerra-Acosta
Tierra Caliente, Michoacán • El Aguaje, Tierra
Caliente, Michoacán. Cenizas. Cenizas y olores insoportables. Esa
combinación es la que azota los sentidos y súbitamente hace entender que
esta sigue siendo una zona de guerra. Zona de miedos y venganzas…
***
Es por la violencia que varios pueblos de la Tierra Caliente de
Michoacán se van quedando semivacíos. Cuatro y hasta cinco de cada diez
casas yacen vacías en algunas áreas.
Recorremos varios poblados que pertenecen a los municipios de
Buenavista Tomatlán y Aguililla, región de constantes enfrentamientos
entre narcotraficantes y grupos de autodefensa, así como de emboscadas a
fuerzas federales: Catalinas, Pinzándaro, División del Norte, El
Terrero, Felipe Ángeles, Punta de Agua, Santa Ana Amatlán y El Aguaje.
Todos eran territorios controlados por el cártel de Los caballeros templarios. Todos los han venido ocupando las autodefensas en las últimas tres semanas.
Todos, poco a poco, se han ido quedando despoblados. Las placitas
centrales lucen desoladas, las calles terregosas abandonadas. La mayoría
de los pequeños negocios están cerrados. La hierba de esta tierra
fértil, limonera, empieza a crecer en los frentes de las casas
desocupadas. Hay ropa colgada en tendederos, ropa que nadie recogió para
evitar que la lluvia y el sol la destazaran. Hay juguetes que yacen sin
niños en los solares. Hay animales, caballos, perros sin dueño. Hay
silencio. El ambiente se percibe denso, como cuando hay mucho miedo…
Ante el arribo de fuereños, los pocos pobladores acechan con miradas
espantadas: temen (contarán luego) que regresen sus antiguos victimarios
y que los castiguen por darle cobijo a las autodefensas que, a punta de balazos, los lanzaron de sus territorios.
En Felipe Ángeles una mujer con un hijo en brazos acepta platicar. Al
lado, en una hamaca, duerme en el portón de su vivienda su padre ya
anciano. Adentro de la casa su madre echa leños al fogón donde cocina la
comida campesina del día. Habla de los que se fueron, de los que se
quedaron, pero ruega que la cámara solo tome su espalda…
—Varias familias se han ido porque tienen miedo. Y los que quedamos
también tenemos miedo. Nos da mucho miedo salir a trabajar al campo. A
mí me da miedo hasta hablar ahorita... —agrega y suelta una risita que
está por convertirse en llanto cuando los ojos se le llenan de lágrimas
de espanto.
—¿Adónde se van?
—No sabemos, porque nomás dicen: “Pus nos vamos”. Van para diferentes
partes con sus familias: Uruapan, Morelia, Guadalajara, Iguala, México.
No nos dicen…
—añade con mirada recelosa.
—añade con mirada recelosa.
—Se quedaron sus casas vacías…
—Se van, dejan sus cosas, con el tiempo se acomodan y mandan por
ellas. Pero, regresar aquí, no creo que se animen hasta que no se acabe
esto, que ojalá y sí se acabe, que acaben con los Caballeros mentados…
—¿Tienen miedo a los enfrentamientos?
—Es que oiga, ahorita tenemos ya tanto miedo hasta de ir a trabajar
al campo, porque aquí todos trabajamos en el campo, en el limón, los
hombres por el día (jornaleros), y nos da miedo porque no sabemos si en
las parcelas estén los señores (narcotraficantes). El viernes se
trataron de meter por el panteón y fueron los soldados los que los
toparon…
Los rastros de la ocupación previa saltan a la vista: casas de
seguridad que dejaron atrás los criminales y cuya arquitectura,
rebuscada y de colores chillantes, contrasta con las humildes casas
campesinas. En una de ellas, dentro de un refrigerador, las evidencias
de las atrocidades sacuden: hay restos humanos en una bolsa negra llena
de gusanos enormes, gusanos panteoneros. El olor putrefacto marea.
También hay una bodega, un entrepiso del cual solo se puede salir con
una escalera plegable, donde, a decir de los lugareños, guardaban a
secuestrados, a levantados. Ahí quedan restos de tambos con químicos y unas sierras. Utensilios de las monstruosidades regionales.
En El Aguaje, uno de los lugares emblemáticos de los Templarios, ubicado a menos de 40 kilómetros de Aguililla, y que desde hace unos días también cayó en poder de una nueva organización de autodefensa
apoyada por los demás grupos vecinos, quedan las huellas de la venganza
de los criminales: en cuanto la gente se sublevó, un comando penetró al
lugar y la funeraria del pueblo —Funerales Alvarado— fue quemada con
todo y su anciano dueño adentro (la esposa huyó), quien pereció entre
las llamas. El perro del propietario, que estaba amarrado, tampoco
escapó a las llamas: ahí quedó, con el hocico abierto y el cuerpo
cocinado por la maldad. El canario del viejo tampoco pudo huir de su
jaula: una pequeña lona que tenía en su espacio de encierro se incendió y
lo derritió. Los ataúdes, los que no se consumieron por completo, están
tatemados. Inservibles. Ahora la gente no tiene cómo enterrar a sus
muertos: tiene que ir a otra población a buscar quién prepare a los
difuntos para ser sepultados.
—Y tenemos muchos muertos, oiga. Apenas los vamos a buscar. Sabemos
que el cura y su monaguillo, que mataron estos desgraciados, están
enterrados aquí en las playas (así le llaman a la tierra que bordea el
río que separa los municipios de Tepalcatepec y Aguililla). Tenemos como
40 muertos que habían levantado estos señores y apenas los vamos a desenterrar, ya nos dijeron dónde están unos halcones y punteros (operadores de radio) de los Templarios… —cuenta el flamante líder de la recién surgida autodefensa local, José Ceja González.
Camionetas van y vienen por todos los caminos. Camionetas de hombres
armados hasta los dientes con piezas de caza, pero también con fusiles
de asalto y pistolas refinadas. Nadie les dice nada. Incluso en El
Aguaje la policía municipal se les sumó, es su escolta. En esta Tierra
Caliente que dice liberarse de los narcotraficantes, ahora ellos son la
ley…
(MILENIO/ Juan Pablo Becerra-Acosta/30 Agosto 2013 - 2:47am )
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