El Fuerte.- El descubrimiento de asesinatos en masa y la desaparición
de personas presuntamente a manos de agentes municipales de la policía,
alertaron a la autoridad municipal sobre hechos irregulares, y le
abrieron las fosas nasales: “aquí, algo apesta en las corporaciones de
seguridad pública”. Y la obligaron a actuar en contra del hedor.
La matanza. Primero, fue el montón de cadáveres abandonado en el
canal Cinco y calle Mil, en las inmediaciones de Jahuara Segundo, lo que
alertó a las autoridades; después, fue la identidad y la residencia de
estos.: Patricio Castro, Rubén Angulo Flores, Efrén Cervantes Espinoza,
Pedro Ariel Díaz, Joel Vega Gaxiola, Juan Carlos Milán Bojórquez y el
menor, Josuel Eleazar Cervantes Medina, todos conocidos entre sí y
residentes de los mismos barrios. Todos fueron privados de la libertad
por un comando civil, en Guasave.
Algunos fueron atrapados caminando o irrumpiendo en sus casas, en la
colonia Ipi o en Caimanero, Guasavito o en pleno centro de la ciudad.
Todos los casos fueron consecutivos. Todas las personas fueron
torturadas y ejecutadas con un disparo en la cabeza. Entre ella había
jornaleros y transportistas.
Nadie supo la causa para la matanza, pero investigadores creen que el
origen fue el negarse a seguir trabajando para un mismo clan, pues
todos eran conocidos entre sí. Además, se tomaron muchas consideraciones
para deshacerse de ellos, como el cruzar tres municipios sin ser
detectados por policías que presuntamente mantienen el control de
carreteras, caminos secundarios y brechas alternativas.
Peo hasta ahora, una semana después del descubrimiento de los
cuerpos, la procuraduría de justicia no aporta ningún dato que permita
establecer el móvil de los crímenes.
Desaparecido. Arnoldo Gómez Soto, de 35 años de edad, simplemente
desapareció de la tierra sin dejar rastro, el primero de agosto. Su
familia cree que su desaparición se debe a policías municipales de El
Fuerte, y que el desenlace de ella tendrá responsabilidad el director de
la corporación, Daniel Castro.
Mecánico general de oficio, padre soltero, y diabético congénito,
Arnoldo se dirigía a reparar un auto a la colonia Pablo Macías, de la
cabecera municipal, acompañado de dos de sus compañeros de oficio,
conocidos como “El Pájaro” y David, el primero yerno y el segundo hijo
de Don David, propietario de un Yonke de Ocolome, en donde el mecánico
se abastecía de repuestos automotrices. Todos viajaban en un Cutlass
blanco, modelo 1995, sin placas para circular, propiedad de Arnoldo.
María Yolanda Soto Góngora y Karla Gabriela Gómez, madre y hermana
del desaparecido, respectivamente, aseguran que mientras estaban en la
colonia Macías, arribó un Athos blanco, en él viajaban el policía, José
Dolores Rojo, acompañado de la agente Blanca “N”. Ambos se embriagaban.
Tras esa aparición, Arnoldo Desaparece. Horas después, Don David remolca
el auto a su Yonke y reporta que el auto lo encontró con la portezuela
derecha abierta. La izquierda estaba averiada.
La familia comienza a rastrear al mecánico, pues piensan que la
diabetes le pudo jugar una mala pasada y estaba moribundo en alguna
parte del monte. La alarma comienza a crecer cuando no lo encuentran,
cuando el celular las envía al buzón y cuando la policía tarda en darles
apoyo. Un apoyo que sólo era por minutos. Y después de ello, la policía
comienza a descalificar al desaparecido, acusándolo de violento,
buscapleitos, y reincidente en extravíos. Así, sumamente alarmadas piden
a amigos sumarse a la búsqueda de Arnoldo.
Entonces, un amigo de la familia les dice que no se preocupen, que
Arnoldo estaba detenido, porque él vio cuando dos patrullas y un Athos
blanco seguían al Cutlass. Incluso, observó que Arnoldo estaba hincado y
esposado frente a la parrilla de su auto. Ya no vio más porque continuó
con su tarea de tirar escombro.
Aliviada, la familia se trasladó a la comandancia, pero les negaron
toda detención. En Los Mochis nada tampoco encontraron. Arnoldo estaba
desaparecido.
La alarma aumentó, y llegó a su clímax cuando, Cinthia Favela
Astorga, pareja del mecánico, narró una escena que le pareció
sospechosa, pero que no la espantó, ocurrida una semana antes. Estaba en
su casa, en Estación Hoyanco. Dormía con Arnoldo, cuando policías
municipales y ministeriales allanaron la vivienda.
Reconoció al
director, Daniel Castro, pues viajaba en su camioneta blanca, la
Lincoln, que es inconfundible. Arnoldo fue sacado casi desnudo hasta la
calle e interrogado sobre sujetos armados. Le preguntaron por su suegro
de ocasión, y respondió que no estaba, y por otras personas de las que
dijo ignorar quienes eran. La cosa ahí terminaba, pensaban, y decidieron
olvidar el asunto, cuando la policía se retiró.
Reunidos los testimonios, la familia ascendió al terror. Buscaron
apoyo entre los testigos, pero estos comenzaron a retractarse y
ofrecieron contar lo sucedió ante ellos, pero no ante una autoridad,
“porque los “levantados” por la policía nunca aparecen. Los de los
sicarios sí.”
Más sola que antes, la familia se movilizó. Grito al aire, denunció en medios y pocos la escucharon, clamó asistencia y nadie la atendió. A su lucha se sumaron otras personas cuyos familiares también estaban desaparecidos, sospechosamente, en patrullajes policiales.
La inquietud ciudadana llegó a oídos oficiales. Y los focos rojos de
la zozobra se encendieron. Se ordenó una investigación municipal que dio
como resultado que los principales sospechosos de cuando menos cinco
desapariciones forzadas era la policía, la policía municipal y que las
víctimas no tenían reproche de conducta ni mala fama pública, eran, sí,
trabajadores.
Eleazar Rubio Ayala, convocó entonces a las partes a una reunión en
la presidencia municipal. Con parte de la historia en su poder, esperaba
escuchar testimonios de descargo policial, partes informativos,
bitácoras de rutina, pero en lugar de ello vio rostros asustados,
miradas huidizas, monosílabos nerviosos, aceptación de incursiones
irregulares. Por los denunciantes observó firmeza, dureza en las
aseveraciones, historias compactas, señalamientos con dedo índice, nada
de miedo ni temor, sino indignación y coraje, molestia ciudadana contra
la policía.
Percibió el hedor que emanaba de los uniformes.
Entonces resolvió: fuera capuchas, apoyo incondicional a los familiares de los desaparecidos, y una investigación sin obstáculos. Todo se cumplió, hasta ahora.
“Aquí algo apesta, huele muy mal, hay hedor. Todo lo que con
violencia o delincuencia ha ocurrido en los días recientes apesta. Está
muy mal y merece ser investigada toda hipótesis. No digo que la Policía
esté involucrada en los casos, pero es muy raro que nos tiren siete
cadáveres en Jahuara Segundo.
“O utilizan métodos muy sofisticados para no ser percibidos o alguien
se está haciendo de la vista gorda. Nos desaparecen gente de bien en
nuestras calles y nadie hace nada. No, claro que las cosas no están
bien. Aquí algo apesta, algo huele muy mal, son más que chingaderas”,
dijo el alcalde.
Panteón clandestino: Jahuara Segundo
17 junio: cinco ejecutados son abandonados, Jorge Luis Jiménez Payán,
César Daniel Valenzuela Payán (Navolato), Jesús Ricardo Valdez Soto
(Mochicahui), Raúl Castro Sánchez y Saúl Sillas Hernández (Angostura).
Dejan un mensaje para el entonces jefe de policía de Ahome, Jesús
Carrasco Ruiz.
02 agosto: tres cuerpos más son encontrados en la zona, Playa
Segunda, Sinaloa: Vicente Armenta López y su hijo, José Juvencio Armenta
Rodríguez (Guasave) Martín Soto Rivera.
10 agosto: Ahora son siete: Patricio Castro, Rubén Angulo Flores,
Efrén Cervantes Espinoza, Pedro Ariel Díaz, Joel Vega Gaxiola, Juan
Carlos Milán Bojórquez y el menor, Josuel Eleazar Cervantes Medina,
todos de Guasave.
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