martes, 11 de junio de 2013

EL FALLIDO RESCATE DE LOS MOCHIS

El olor a pólvora ha sustituido el aroma de la caña quemada en Los Mochis. Después de ser la ciudad más tranquila de Sinaloa no hace ni siquiera una década, ahora el crimen organizado la ha convertido en el territorio emblemático de la disputa entre cárteles y ha tomado a la gente de paz como rehén de una guerra que les resulta ajena pero igualmente terrorífica. El municipio de Ahome significa a la vez el mayor fracaso del Gobierno en la obligación que tiene de darle seguridad a la población.

En una de las fotos enviadas por la oficina de Comunicación del Gobierno del Estado, en la cual da cuenta de la reunión urgente del Gabinete de Seguridad celebrada el jueves 6 de junio en Los Mochis, se aprecia a funcionarios riendo inexplicablemente. Ríen el gobernador, el alcalde y el general ante rostros más adustos de mandos de las policías federal y ministerial.

Quién sabe cuáles serán los motivos para la risa en una ciudad que a diario despierta sabiendo de hechos de sangre cada vez más crueles, cada días más absurdos. Da la impresión de que el cónclave policiaco fue solo para la foto y la chunga y que los operativos anunciados ahí son otro discurso bofo, solo para simular la presencia del estado en una zona que aceptan como ingobernable.

Los Mochis se ha constituido en el ícono de las disputas entre grupos escindidos del cártel de Sinaloa y los capos que lideran esa organización. Pero no solo eso: es también la tierra del gobernador Mario López Valdez y la referencia constante de un mando policiaco, a cargo de Jesús Carrasco Ruiz, en torno a quien se narran atrocidades que lo vuelven poco confiable y que incluso tácticamente vuelven inviable su permanencia en el cargo.

La ciudad cañera, a diferencia de otros municipios donde la pacificación es evidente, se calienta al fragor de una batalla de tantos muertos, heridos y desaparecidos que describen las 24 horas la otra realidad que crispa, que atemoriza y asombra como nunca antes les había sucedido a los mochitenses. Para empeorar la zozobra civil, al jefe de la Policía Municipal se le involucra sistemáticamente en sucesos ilícitos, desvaneciendo la figura de autoridad y acentuándose el perfil del proscrito.

De igual manera, el grupo delictivo que tiene el control en los municipios norteños ha querido insistentemente mostrar al gobernador en una lucha parcial contra la delincuencia, plasmándole a Malova etiquetas que lo plantean sesgado en la responsabilidad constitucional de combatir el delito contra quien sea que lo cometa. De tanto ir el cántaro al agua, lo más seguro es que alguna abolladura le han causado ya.

En razón de todo esto, la estrategia para rescatar a Los Mochis debe ser distinta a la implementada en municipios como Mazatlán y Navolato que alguna vez se convirtieron en la antesala del infierno y hoy respiran un poco de tranquilidad, no la suficiente pero calma al fin que distiende la actividad social a un nivel manejable. Cuando la gente respira algo de paz tras una jornada de barbarie exacerbante, ella misma colabora en restablecer el tejido legal para que el salvajismo no vuelva a poner en jaque a las familias.

Eso es lo que le falta al norte del estado, particularmente a Los Mochis. El rediseño de las estrategias de seguridad que conlleve la coordinación entre instituciones de seguridad federales, estatales y municipales, pero sobre todo que los mandos policiacos estén al lado de la ciudadanía de bien y no sean parte de la delincuencia ni carguen con la sospecha de tomar partido con uno u otro bando criminal.

En tanto se deciden a entrarle en serio o seguir jugando al tío Lolo, los mochitenses que han copado las instituciones estatales tienen una deuda que ni siquiera han podido cubrir con el terruño que los acunó y los catapultó a cargos públicos que desempeñan no por capacidad, sino por amiguismo y paisanaje.

Re-verso

La misma declaración,
de un gobierno arrodillado,
que ni cuenta se ha dado,
que él va al paredón.

Promesa trillada

Más allá de los nuevos operativos de la fuerza pública y el discurso oficial de “no vamos a ceder espacios a la delincuencia”, incluso más allá del disco rayado del procurador Marco Antonio Higuera Gómez que ofrece el restablecimiento de la paz como si se tratara de una profecía, el rescate de Los Mochis, contundente fracaso del gobierno de Malova, no será obra de una reunión escénica del Gabinete de Seguridad. Primero, se requiere dotar de estatura moral a las autoridades e instituciones, cortando de tajo la sensación pública de impotencia al no saber quién le pega más duro a la gente pacífica: si las células criminales o los cuerpos policiacos. Segundo, igualar la lucha contra el crimen, llámese como se llame. Inicia la cuenta regresiva.

Lluvia ácida

En la misma reunión el procurador Higuera Gómez dijo que el comandante de la Tercera Región Militar, general Moisés Melo García, reiteró el respaldo para restablecer la tranquilidad en el norte de Sinaloa. ¿Eso qué significa? ¿Tirar desde los helicópteros más volantes pidiéndole a la gente que denuncie a los malandrines?

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